Vislumbramos, ya casi, la Natividad de Nuestro Salvador Jesucristo, Dios nacido entre las hirsutas incomodidades del mundo, pero siempre al amparo del Padre y de aquel santo hogar que dispuso para su bienestar y cuidado. Entre el aliento de los animales y el amor infinito de María, humildad profunda la de este acaecimiento que ha bebido de los hontanares de la sabiduría celestial, vino este Cristo para nuestra redención, redención de Cruz que tiñe los altares nazarenos a la par que los corazones de esperanza. También concluye un año donde el mundo continúa dando la espalda a este Divino Ser, resultando esto en serias incertidumbres con respecto al porvenir. Por lo anterior, traigo a colación en esta nota sendas palabras de Su Santidad Pío XII, que como si de carbones a diamantes se tratase, su enseñanza retumba en las cavernas de nuestra época aún más fuerte que como resonó con la primera onda emitida el día mismo en que salió a los oídos del mundo; veremos lo que manifestó en su mensaje de radio para la Navidad de 1952 el entonces Vicario de Cristo.
La férula de san Pedro siempre ha sido efluvio de sabiduría, sabiduría cuya experiencia ha marcado serios rasgos de diferencia y de jerarquía sobre otros poderes del mundo, sean estos económicos o personales; no hemos de desconocer que Pío XII fue uno de los pontífices más dignos para caminar a la cabeza y vigilancia de la grey católica, admirando así cómo este Papa tuvo que dirigir la Iglesia entre las crudas tormentas, las más crueles guerras, la amenaza del comunismo y las asechanzas de lobos cuyo aliento hedía a modernismo, herejías y desviación profunda. Su papel como protector de los hombres lo llevó a señalar al nuevo ídolo, becerro bíblico que aún hoy día se yergue vanidosamente sobre las cabezas de la humanidad y cuyo único objetivo es despersonificar a los hijos de Dios, explotarlos y despojarlos.
El Papa, con índice acusador, señaló a la religión materialista junto con sus técnicos como el nuevo Baal, el culto supersticioso y anhelado por los modernos. El hombre desasido de Dios halló en el mito de la técnica la mística que pareció colmar el cuévano vacío de su alma; Spengler escribió: «Para el filisteo del progreso la técnica es eterna como Dios Padre, salva a la humanidad como el Hijo, nos ilumina como el Espíritu Santo». Es así que el especialista pasó a ser un taumatúrgico capaz de moldear el mundo como ser omnipotente, y en cuyas manos están los números cabalísticos, las retortas y las cifras herméticas para la salvación y el rescate. Según Gilberto Alzate Avendaño, ésta concepción desalojó los estilos clásicos del pensamiento, siendo así los principios y las normas desconocidos como valores absolutos y trascendentes, y más bien, por orden del dios-técnico, se exhortó a que fueran considerados como instrumentos y subproductos del proceso social que pueden, por medio de alquimia, ser modificados por un báculo científico o técnico: «[es la técnica] la buena nueva, la esperanza escatológica del nuevo reino», según Avendaño.
Pío XII en aquel mensaje previno contra los peligros atroces, peligros que trastornan la jerarquía de los valores y son «un pecado contra el espíritu». Aquellos que esperan la salvación de los técnicos de la producción están terriblemente equivocados. El Santo Padre reconoció que son de admirar los logros conseguidos por la inteligencia humana sobre la materia, pero la vida social compuesta por hombres únicos, espirituales y libres, no podría y no puede construirse como una gran maquina industrial. Es así que, en palabras del Papa, el Estado debe ser «la comunidad moral de los ciudadanos», pero que con esta concepción moderna de la gran máquina, pasa a ser la todopoderosa industria que se explaya sobre todo rincón social para poner la totalidad a su servicio: lo político, lo económico, social e intelectual pasan a ser siervos de la nueva administración estatal. Avendaño define esto como la «estadolatría, el estado antropófago que devora sus hábitos».
Como producto del sondeo que hizo el Pontífice, su diagnóstico fue el de todo un aparato humano que pudo alcanzar gran dominio sobre la materia, la inventiva y la fuerza creadora, pero que al mismo tiempo fue incapaz de dominar la nave; mirar a proa era ver un aparato navegando locamente con un «timón escapado de las manos»; así es que, por ejemplo, si posamos nuestros ojos en los actuales tiempos, la humanidad se halla cercanísima al hundimiento. Tierry Maulnier aseguró que el hombre de occidente «acrecentó vertiginosamente su poder sobre la naturaleza, sin cuidarse de engendrarse a sí mismo conforme al mundo que nacía de sus manos».
Paul Valery sostuvo lo mismo en su ensayo sobre la política del espíritu, mostrando así que el mundo actual con todo su capital técnico, con toda la maquinaria, con la expansión de su dominio, no ha podido procurarse una política, una ética ni un aparato legal capaz de estar en armonía con el mundo y los modos de vivir que ha creado.
Es así que la religión civil, tan recalcada por nuestro correligionario Nicolás Ordoñez, se arraiga hondamente en las carnes de la sociedad; el técnico pasa a ser un sacerdote, la máquina es el culto, y las fórmulas se guardan en el breviario de la estadística. Nicolás Gómez Dávila escribió que «para una sociedad que vive entre estadísticas, sospechar que cada unidad es persona única y destino propio resulta perturbador y alarmante». La religión de los bloques humanos, la tiranía, la gran industria, los ministros cabalistas y burócratas, la erradicación de la persona humana y de la «inconfundible individualidad de los seres» son el todo, la burla del ser, un estado que para los periodistas es consumado y merece todo un ejército de pasquines que lo defiendan como verdad revelada. Todo aquel que ose a levantarse públicamente contra su majestad, terminará aplastado por la tan devota prensa.
Con todo el aparataje construido para entronar la técnica, el hombre común debe someterse a una corrupción, a un vuelco de la jerarquía de los valores: lo económico primero, lo político después y lo espiritual, si se puede, se tolera. Es así que el concepto teológico de la persona humana dentro de la concepción católica del estado y la sociedad civil, pasa a morir y a ser suplantado por lo que conocemos como individuo; la persona humana es inteligencia y libertad según la definición tomista, es un todo abierto que se inclina a la comunidad, no una cifra sin puertas ni ventanas como dirían Maritain y Berdiaev; el individuo es una categoría biológica y sociológica que no tiene ninguna extensión a la dimensión del ser, que es el espíritu. Individuo es la mutilación del ser humano, es un sujeto esquemático de pasiones elementales, la persona, por el contrario, es cuerpo y alma.
Para finalizar, Pío XII aseguró que todo este régimen económico de técnicos tiene respuesta contundente en las antípodas de la cruz. Pero lo verdaderamente preocupante es que los hombres, tal vez sin oír el mensaje papal, ya notan que la vacua existencia sin espiritualidad, existencia de viciosa dependencia a las últimas declaraciones del burócrata, cobra caro; existencia que no es natural y ha generado serias afecciones negativas sobre toda la sociedad civil. Esta apreciación que surge del alma, sin correcto discernimiento y sin una roca sólida de interpretación, ha hecho que, por ejemplo, en la Argentina se vea a un nuevo economista como el maná bajado del cielo, la salvación pura y dura, el león de Judá, cuando verdaderamente es la metástasis del problema. Asimismo, en España, el liberalismo de Vox parece ser para la población disgustada, el faro de esperanza cuando en realidad es la tercera parte de una quimera constitucionalista y vil. Pero las euforias por lo erróneo, como siempre en los hombres, son como el veneno que se extiende por todo lugar, como el estrepito de alegría que no se sabe de donde proviene, pero que por ser alegre se infiere que es por algo bello y bueno, es así que el partido Centro Democrático observa con anonadada estulticia, con morboso estupor, el evangelio del libertarismo, la última actualización del mismo cuento revolucionario que ha llevado a los países a ser cavernas vaciadas, cuevas en las cuales la voz de una Iglesia sigue llamando con total amor a la reflexión de cara a Dios.
Johan T. Paloma, Círculo Carlista de Santafé de Bogotá
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