*** Articulo publicado en EL PENSAMIENTO NAVARRO el 10 de junio de 1970***
Don José María Valiente, jefe delegado de la Comunión, llegó una noche a Sevilla hospedándose en el Hotel Madrid, aquel bellísimo edificio que la voracidad de la codicia ha convertido en unos almacenes más. Encargó en conserjería la hora de llamarle.
Había en el hotel varios requetés, camareros, mozos de equipajes… Uno de éstos, al llegar a la mañana y oír que estaba en el hotel Valiente, se enteró de la hora de llamada, y pidió ser él quien le aporreara suavemente la puerta en lugar del teléfono.
—«Entre», dijo el acabado de despertar, pensador ilustre, ex diputado tradicionalista por Burgos.
—«Buenos días, don José María. ¿Quiere usted que le prepare el baño? ¿Quiere usted que le traiga el desayuno? ¿Un completo, o quiere algo de tenedor? Mire usted, yo soy requeté, que salí el mismito día 18 de julio. Fui sargento en el Tercio de la Virgen de los Reyes con el comandante Barrau».
Valiente, con voz perezosa:
—«¿Cómo te llamas?»
—«Pues mire usted; yo me llamo José Rodríguez Muñoz, pero todos me conocen por “Joselito Matasuegras”».
Despertar fulminante, brinco en la cama, ojos de espanto en el ilustre viajero, y esta pregunta:
—«¿Matasuegras? ¿Pero es un mote o una profesión?»
—«No, don José, mire usté, es que cuando la agrupación obrera tradicionalista, como ganábamos buenos salarios, pensé en casarme, y fui y me eché novia. Y una noche que llegué a verla, y llevaba una pistola que nos habían dado… porque sólo se daban pistolas a los de toda confianza, porque allí no se permitían las represalias, porque como decía el comandante Barrau los requetés no somos pistoleros asesinos. Pero yo con mi pistola iba loco de contento, y la saqué para enseñársela a mi novia. Y mire usted, no quiero acordarme, ella quiso cogerla; yo la sujeté para que no la tuviera en sus manos, y entonces se disparó y la pobre de su madre que estaba enfrente… porque mire usted, entonces los novios hablábamos delante de las madres…».
—«Sí, ahora las suegras tienen un seguro de vida».
—«Mire usté, fui a la cárcel; salí bastante bien porque ella declaró la verdad, pero la preventiva… y con lo que tardaban los señalamientos…
¿Sabe usted lo que hizo el comandante Barrau? Pues que mis compañeros del Requeté, lo mismo obreros que estudiantes, iban a las obras de la agrupación a trabajar en mi puesto para que no faltara a mi madre el salario. Eso lo hacen los padres y los hermanos.
Mi novia me perdonaba. Pero cuantito salí y me presenté en su casa, su padre y un tío suyo, que mire usté, sargento de los de Asalto, que ya es decir, se liaron conmigo y salimos los tres trompicaos y heríos.
Fui al comandante a pedirle otra pistola, porque la pobrecita no hacía más que llorar; le había hecho creer a su padre y al sargento que habíamos terminado, y la querían matar».
Valiente: «¡Qué horror!».
Sigue Joselito: «¿Y sabe usté lo que resolvió el comandante? Pues que seguir las relaciones iba a ser una locura, y que lo mejor sería que convenciera a mi novia de que termináramos. Y la convencí, y el comandante me recomendó que, para que no volvieran los peligros, los malos recuerdos y Dios sabe si una desgracia, cada uno nos buscáramos novio o novia por nuestro lado. ¿Ve usté, cosas de padre?».
Valiente respiró, pidió un completo con café doble y… esparadrapo.
Manuel Fal Conde.
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