Podremos continuar el periplo que nos permite acercarnos, aunque sea someramente, a las fiestas de Navidad y Epifanía peninsulares, si abandonamos las montañas del Principado de Asturias y nos dirigimos a Valdenuño Fernández, en la provincia de Guadalajara. Los diseñadores del Régimen del 78 han encuadrado a Guadalajara dentro de la Comunidad Autónoma de Castilla La Mancha, demostrando su gran interés en mantener a Castilla hecha añicos y anulada; asunto este del que se habla bastante poco. Mientras tanto, los mejores de los castellanos, saturados de constitucionalismo «no lo ven» ―como diría algún prócer más o menos impresentable del hemisferio austral―.
El caso es que al alborear el primer domingo después de Epifanía los chiquillos de Valdenuño aparcan por un rato los juguetes que los Reyes Magos de Oriente les han dejado hace pocos días: acaba de salir la «botarga» que, en cuanto los ve, sale corriendo tras ellos, incluso a través de los campos.
La «botarga» es fácilmente localizable; cubre la cara con una máscara de cartón en la que se han dibujado los dientes y viste un traje hecho de telas de remiendos de diferentes colores, amarillos, verdes y rojos. Va provista de una castañuela y de un garrote, de ahí que los más jóvenes se alejen a la carrera.
Algo más tarde se le unen los danzantes, que van bailando por las calles al ritmo del tamboril. Las danzas consisten en el paleo o paloteo, con unos palos adornados con cintas, que van haciendo chocar. Una característica tanto de la «botarga» como de los danzantes es que deben ser varones y solteros. Mientras recorren el pueblo con sus bailes van casa por casa pidiendo el aguinaldo y, lo que consigan, ya sea en dinero o en especie, lo emplearán en una comida de hermandad.
Las últimas casas que se visitan son las del alcalde y la del párroco y todos juntos asisten a misa. Tradicionalmente la «botarga» se sitúa en la puerta del templo y exige dinero a los fieles que quieren entrar, pudiendo impedir el paso de quienes se nieguen a hacer algún donativo.
Está permitido que la «botarga» entre dentro de la iglesia y que baile en honor del Santo Niño, aunque para ello, deberá quitarse la careta y no hacer ruido con las campanillas de su traje. Acto seguido son los danzantes quienes ejecutan sus bailes en honor del Niño Jesús. Antiguamente la «botarga» alborotaba en la iglesia, como debieron hacer sus predecesores, tirando al suelo la bandeja de las limosnas y peleando con quien fuera a recogerlas.
Una vez entrada la tarde del domingo los danzantes llevan la imagen sagrada del Santo Niño en procesión por todo el pueblo. La «botarga» abre la marcha, bailando delante. Solamente abandonará su puesto si se acercan niños y muchachos, pues entonces se lanza sobre ellos dando gritos.
Al finalizar la procesión, se suele hacer una «guerra de naranjas» durante la que los danzantes le arrojan esos frutos a la botarga, uniéndose a la batalla los más pequeños de la villa, para finalizar este día festivo.
Ana Herrero, Margaritas Hispánicas
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