Reproducimos a continuación un artículo escrito por Marcelo Terceros Banzer, pensador católico nacido en Santa Cruz de la Sierra. Fue redactado en 1956 y publicado el 23 de diciembre de 1990 en el diario El Deber. La fuente de la que lo obtuvimos fue el libro póstumo de Terceros titulado Desde mi umbral. Corresponde a las páginas 340-342 del mismo. La Navidad y el Fin de año o el Año Nuevo son «tiempos» de balance espiritual para los cristianos, con tanta más razón que la asistente a las empresas y negocios. Estamos hablando del gran negocio humano que es el de su salvación. Hablamos de crisis y no sólo de la económica, pero también la económica tiene no pocas causas espirituales. Marcelo Terceros nos dice, con profundo examen de la descristianización de la sociedad, cuáles son las surgentes profundas de su malestar. Y, lo que es más, señala remedios radicales (Introducción de El Deber).
***
Debo tratar sobre la descristianización de la sociedad moderna. (…) No podemos dejar de tener presente, en todo momento, que actuamos en un ambiente, en el que debemos vivir y ser. Y ese ambiente, que se ha definido como «el cuadro natural en el cual el hombre desarrolla su actividad, la atmósfera que respira, el fragmento de humanidad en que se injerta toda nuestra vida», es toda la sociedad.
Y preguntémonos ahora, con absoluta sinceridad y sin temor de ser duros aunque verídicos, ¿es esa sociedad, es ese ambiente en que vivimos y somos? ¡Pues NO LO ES, ni mucho menos! Vivimos en un ambiente pagano, que ha olvidado todo lo que enseñó el Cristianismo, y que si conserva algo de él es sólo la apariencia, los moldes huecos, sin la sustancia vivificante de la vida espiritual que era y sigue siendo su verdadero cogollo.
Veamos, por partes, y con la necesaria rapidez que estas Jornadas requieren, cómo vamos en determinados aspectos de la vida social, que no podemos desconocer. Hablemos, primero, de nuestros deberes religiosos. Verdad que hemos sido bautizados, e incorporados así al Cuerpo Místico que es la iglesia; vamos a suponer, cuando menos, que hemos sido instruidos en el Catecismo y que nos han hecho conocer las verdades fundamentales de la religión. Pero, una vez que quedamos libres de cumplir con los Sacramentos porque así lo creemos necesario ante nosotros mismos, cuando vamos a ir al Confesionario no para obedecer a nuestros padres sino a nuestra conciencia, cuando vamos a concurrir a Misa los domingos y a comulgar no por cumplir un «deber social» parecido a la concurrencia al cine o a la visita a la amiga que juega con la «canasta»; entonces, cuando somos nosotros responsables, ¿cumplimos con nuestros deberes religiosos? ¿Prefieren los jóvenes una media hora de oración y examen de conciencia a una media hora de paseo en compañía? ¿Preferimos los profesionales dar el consejo debido cuando vienen a consultarnos un divorcio, una cirugía criminal o un negocio «redondo» pero sucio, o nos gusta más ganarnos unos buenos honorarios, unos cuantos millones o un cliente con la cartera repleta? ¿Prefiere el intelectual poner su inteligencia al servicio de la Verdad, aunque por ello no relumbre, o le gusta más escribir sin sentido, y, lo que es peor, contrasentidos si se comparan esas producciones con el dogma? Y el patrón -afincado o industrial- ¿da a sus empleados lo que les debe en justicia, o se contenta con mantenerse un escaso salario que le reporta pingües beneficios? Y el obrero, ¿rinde para su patrón lo que también le debe en justicia, o se pasa las horas sin cumplir con su deber? Y vosotras, mujeres que os decís católicas, ¿no habéis olvidado que los Mandamientos de Dios son 10, y no se limitan al 5º y al 7º? ¿No os habéis dado cuenta que no se es católico cuando solamente se pregona: «No he matado, no he robado, no he sido infiel», y se olvida que también es pecado mentir o murmurar y aconsejar métodos anticoncepcionales?
Cuán duro es el panorama que nos podríamos presentar, que nos debemos presentar, si queremos hacer un minucioso examen de la conciencia de nuestros ambientes. Hablando de la familia y del matrimonio, cuántas y cuántas cosas no vemos a diario y escuchamos con frecuencia. A veces me he puesto a pensar en las barbaridades que estarán obligados a escuchar los confesores, y en lo bien fundadas que serán sus prédicas contra la inmoralidad y el vicio. En los últimos tiempos, la misma respetabilidad de la institución matrimonial ha venido a caer en un desmedro tremendo, siendo frecuente escuchar, con el más tranquilo desparpajo, decir a los novios que para eso está el divorcio si la «experiencia» no da resultados. Pero ¿es que saben esos jóvenes para qué se casan, para qué es el matrimonio? Aún más, ¿sabrán siquiera qué es el amor? ¿Tendrán concepto cristiano del amor, que es pasión santa, entrega total, comprensión sin límites, pureza, confianza y respeto? ¿Conocen los jóvenes -y me refiero a los unos y las otras- las responsabilidades que trae consigo la crianza y educación de los hijos? Y ¿estarán enterados que lo que Dios quiera darles, Dios se lo reclamará? ¿Cuántos padres y cuántas madres podrán decir las palabras de Nuestro Señor: «Mientras estaba yo con ellos, yo los defendía en Tu Nombre. He guardado los que Tú me diste y ninguno de ellos se ha perdido» (Jn, 17, 12)? ¿Se habrán dado cuenta las pobres madres desesperadas que matan a sus hijos en el seno, que con ese crimen han cortado un destino eterno, han condenado un alma inocente a la interminable privación de la vista de Dios? Y ¿se habrán atrevido acaso a clavar un puñal a un hijo suyo ya nacido? ¿O es distinto el uno del otro asesinato? Y todo lo que vemos y oímos nos viene a demostrar cuán alejada de la Cristiandad está esta sociedad moderna, que ni en las bases familiares guarda la Verdad.
¿Deberemos por ello desesperar? ¿Será imposible una vuelta a la práctica fiel de las virtudes cristianas, en el hogar, en el trabajo, en la vida social? Tenemos la absoluta certeza, proveniente de Nuestro Señor, que podemos responder con un No rotundo. Tenemos esperanzas, porque Él mismo nos dijo que las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia, firmemente asentada sobre la roca del Apóstol.
(Continuará)
Deje el primer comentario