En un vídeo reciente en el que se entrevista al periodista falangista Eduardo García Serrano, aparecen unas declaraciones y aclaraciones de la más rabiosa actualidad. No es objeto de este artículo sopesar todas ellas, de modo que nos centraremos en su opinión sobre la Monarquía. Ya desde el principio, nos comunica García Serrano que es un republicano que, sin embargo, reconoce que la monarquía es consustancial con la historia de España.
Dice así: «Desde Ataúlfo hasta Felipe VI [sic] España ha sido y es una monarquía donde la nación y la corona se han hecho conjuntamente. Pero hay un momento donde la Monarquía deja de servir a la nación. Y ese momento creo que ha llegado […] el papel de la Corona actualmente es de mascarón de proa, es un papel de Don Tancredo, Felipe [llamado] Sexto empieza a ser conocido como ‘Felpudo sexto’. Está llevando un papel de Don Tancredo, de firmar todo lo que le pasen y de observar los acontecimientos sin intervenir. La constitución le atribuye un papel arbitral, pero él no ejerce de arbitro. Un árbitro para un partido, echa a un jugador o a varios o echa incluso a los entrenadores, y Felipe [llamado] sexto no está haciendo nada de esto. Lo comprobamos con sus ultimas firmas y lo volveremos a comprobar cuando firme en breve la ley de amnistía, que es el pistoletazo de salida para el referéndum de independencia de Cataluña pactado con Pedro Sánchez y, por lo tanto, la disolución de la nación política, porque la nación histórica ya esta disuelta. Ahora solo les queda disolver la nación política». Y ya hacia el final de la entrevista vuelve a repetir que «la monarquía, como decía José Antonio, cuando cae Alfonso [llamado] XIII es una institución gloriosamente fenecida, que no tiene ningún contenido mas que el de mascarón de proa».
La verdad que es una pena que ciertos ambientes tengan una visión tan distorsionada de la monarquía. Visión obviamente cegada por la ilusión de tomar como monarquía lo que no lo es y adjudicarle a ella, la verdadera monarquía hispánica, las calamidades y la inanidad política en la que nos sume el actual usurpador de la corona. Y, es que, si no se sabe, si no se entiende, que la Monarquía Española fue usurpada ya y desde 1834 y que lo que hemos tenido desde entonces no es ya su corrupción, sino que es un mal sucedáneo, interpretado por malos «actores» carentes de toda legitimidad, más allá de la fuerza de las armas y el franquismo, no hemos entendido nada y lo que es peor, nos convertimos en ciegos guiando a ciegos.
No soy quién para hacer un detalle exhaustivo de las características fundamentales de la monarquía hispánica. Hay un vídeo del profesor Miguel Ayuso colgado recientemente en YouTube, titulado «La Monarquía Católica Hispánica, capítulo 9», donde las repasa magníficamente. Se lo recomiendo a don Eduardo. Ya el título debería darle una pista de que le han dado gato por liebre.
A mí, que me gustan las comparaciones atemporales, porque son mas provocativas, me parece alentador meditar las palabras que dirigió el Rey «prudente» Felipe II al Vicario de Cristo en aquel entonces, y medirlas con las del usurpador Alfonso, llamado XIII, antes de abandonar España con la proclamación de la republica en el 31. El primero comunicaba lo siguiente:
«Podéis asegurar a Su Santidad que antes de sufrir la menor cosa en perjuicio de la religión o del servicio de Dios, perdería todos mis Estados y cien vidas que tuviese, pues no pienso, ni quiero ser señor de herejes… y si no se puede remediar todo como yo deseo, sin venir á las armas, estoy determinado de tomallas». Y, en otra frase, dijo: «Y aun si mi hijo fuera hereje, yo mismo traería la leña para quemarle».
Estas frases reflejan la postura de Felipe II hacia la herejía, siempre pecado mortal y causa de expulsión del cuerpo místico de Cristo, y su compromiso con la religión Verdadera. Causa y no consecuencia, no ya solo de la unidad existencial de los reinos de las Españas sino del título, del adjetivo propio de la Monarquía hispánica y de sus Majestades… «católicas».
Pues bien, veamos lo que dijo el llamado trece antes de hacer las maletas:
«Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo […] Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil. Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del poder real y me aparto de España reconociéndola, así como única señora de sus destinos. También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la Patria».
Aquel que ama a su patria de verdad, el tradicionalista español, sabe que esto no entronca, que no enlaza, que no puede haber continuidad ni moral ni religiosa entre ambos monarcas. Que o el uno está en lo cierto y el otro equivocado o viceversa, pero aceptar los dos a la vez desafía el principio de no-contradicción y da patadas al diccionario de la historia.
La monarquía hispánica de verdad, la monarquía tradicional, es en si absoluta. Y, eso quiere decir que no necesita tomar prestado nada de otras formas de gobierno. Ni hay elecciones que dicten o quiten reyes, ni se puede gobernar con el consentimiento y la aquiescencia de todos, que es lo que se quiere decir cuando se afirma «Soy Rey de todos los españoles». El concepto de «expresión de la conciencia colectiva» es un abstracto que significa todo y nada. El típico vocablo de los herejes modernistas que ya denuncio en su día el Papa Sarto, San Pío X. El término equivoco que se prostituye al mejor postor. Y, luego, ya la coda final que es de traca: «Me aparto de España reconociéndola como única señora de sus destinos». Menuda loa al concepto, siempre falso, de la soberanía nacional, que no existe, que es otra abstracción, que sólo sirve para esconder la cobardía de quien supo que no tenia ninguna legitimad ni de origen ni de ejercicio para servir a España sino en todo caso para aprovecharse de ella mientras pudo.
Qué contraste con las palabras del actual, legitimo y proscrito Rey de España:
«Yo no pretendo nada. Más bien reclamo. Y en todo caso abandero una causa. Una causa que no es mía, sino de los españoles. De un lado está el respeto a las leyes tradicionales. Ahí tiene la Pragmática de Matrimonios de Carlos III. Y toda la normativa sucesoria, a la que va vinculada la historia del carlismo. Pero, más allá de esto, está la naturaleza de la monarquía, que exige a quienes la encarnan un servicio total. España, como todos los países, tiene un modo de ser. En nuestro caso una tradición católica y monárquica. Cuando ha sido fiel a la misma le ha ido bien. Y cuando se ha alejado de esa senda, vemos lo que pasa. Quien pertenece a una familia real no tiene tanto derechos como obligaciones, a las que no cabe sustraerse sin perder el sentido de su vida. La dinastía liberal tiene una tendencia autodestructiva. Y, frente a ella, la esperanza en la restauración de la monarquía tradicional está intacta. Más en un mundo que hace agua por todas partes. Estos últimos meses hemos visto lo frágil que se ha vuelto lo que hace poco parecía inmodificable. El Carlismo siempre renació en los momentos de crisis. Y ahora estamos en una, y profundísima.En la monarquía tradicional el rey está sometido a la ley de Dios, para empezar, y a las leyes del reino, a continuación. El rey en la monarquía tradicional es responsable».
Tomasino de Larrasoaña
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