Todos los lectores de La Esperanza saben la enorme dificultad de vivir la Tradición, no sólo la política o la religiosa, también la mundana, la del día a día, la de los hombres y mujeres que, apegados a su tierra, sin presumir de cosmopolitismo ni saber de aspiraciones globales, pasan los días como los pasaron sus padres y como les gustaría que los pasasen sus hijos.
Cada vez es más difícil encontrar estos arquetipos humanos: laboriosos, prudentes, devotos, respetuosos del orden dado, con algo de timidez natural, como si decir o hacer algo más allá de lo habitual pudiera traer algún tipo de calamidad. Mejor atenerse a lo conocido, mejor estar y ser donde y como siempre. Estas personas son pequeñas rendijas en el «matrix» en que vivimos que nos permiten vislumbrar la Luz que más ilumina. Son las fuentes de Agua viva que, por desgracia, se van secando.
En el Alto del L’Acebu, en el concejo más grande de España, Cangas del Narcea, perdido suroccidente asturiano, se erige el Santuario/Ermita de la Virgen de igual nombre, y a sus pies los últimos 70 años estuvo María la de Fonceca (1), María la del Acebu, María la avellanera.
María es uno de esos arquetipos que exponíamos más arriba, una mujer asturiana que lo tuvo todo hasta el final para ser, por su prosaica vida, protagonista de una epopeya. He ahí la esencia de la vida tradicional. Sin hacer nada extraordinario, todo en la vida se vuelve heroico: familia, trabajo duro, fe constante, etc…. María la de Fonceca es lo contrario a otras mujeres que estos días en Asturias han acaparado titulares tras su muerte (2), mujeres que vivieron siempre bajo el paraguas del odio bolchevique. María pasará, como durante su vida, en silencio, camino del Señor, si su misericordia lo quiere. La otra… Dios sabrá qué hacer con su alma.
A María, persona muy querida en casa, muy amiga ella de mi abuelo materno, se la recuerda siempre al pie de la Ermita con sus avellanas, sus cintas de la Virgen (no hay gaitero que se precie que, si es de la zona, no lleve las cintas colgando del roncón) y sus demás caxigalinas en venta para sobrevivir. No hubo mejor compañía para la Virgen, ni la madre de Dios tuvo en el Alto del Acebo mejor acompañante.
En esa Ermita sobrecargada de exvotos de cera (brazos, piernas, cabezas…), atrofiada de fotos de jóvenes en su año militar, de trajes de boda o de informes médicos, todo con el fin de pedir el favor de la Virgen, cuando el pueblo católico tenía fe en la intercesión de María, en esa ermita vivió y murió María la de Fonceca, apegada a la vida de siempre de las montañas del suroccidente asturiano, de las tierras pésicas, siendo, para los que no se vuelve el siglo, faro y ejemplo de cómo una vida dura no está exenta de felicidad; al revés, es camino seguro de la mayor de las felicidades.
Muerta María, con 92 años, seguro que quedan en nuestros pueblos asturianos y del resto de las Españas cientos de Marías que aún dan con su vida testimonio de cómo se ha de vivir.
Descanse en el seno de su querida María del cielo nuestra María, María la de Fonceca.
(1) Fonceca es una aldea de la parroquia rural de Limés o Ḷlumés en el concejo asturiano de Cangas del Narcea, en la ladera poniente de la Sierra del Acebo.
(2) El autor se refiere a Ana «Anita» Sirgo, militante comunista cuya reciente muerte ha sido objeto de no pocos titulares y hagiografías en la prensa regional asturiana.
https://www.youtube.com/watch?v=xFusgTbZ1I4
https://www.youtube.com/watch?v=26XTFVmXtk8
Valentín Gallardo, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella
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