Las penurias del exilio que se han visto obligados a sufrir los Reyes de España han sido terribles. Las han soportado por mantener sus deberes de gobierno para con sus súbditos. Puede parecer una paradoja que una personalidad como D. Alfonso Carlos, que era dueño de casas y grandes propiedades en Viena, Graz, Ebenzweier y Puchheim, haya muerto pobre en sentido literal. Pero quien se acerque a la realidad de Austria en la posguerra, reflejada en las cartas que el hermano de Carlos VII enviaba a su Gentilhombre el Marqués de Vessolla, ya no se sorprenderá ante esta afirmación.
Los tiempos de crisis económica que vivimos hoy en día no se diferencian substancialmente de los que vivió la Primera República de Austria durante la década de los veinte del pasado siglo. A la que siguió la Gran Depresión de la década de los treinta. A los efectos de la inflación y de la depresión, se le añadían las medidas fiscales confiscatorias de las autoridades gubernamentales y locales. Estas últimas estaban en manos socialistas y comunistas en muchos casos.
El resultado no podía ser otro que la progresiva ruina del príncipe D. Alfonso Carlos. En el transcurso de los años veinte consiguió «ir tirando» lo mejor posible, gracias a unos fondos de bonos públicos que consiguió depositar en Suiza. Con ello podía ir devolviendo al Marqués de Vessolla los préstamos que éste le adelantaba para sus gastos corrientes: gastos ordinarios personales, sueldos a los jornaleros, pensiones de personas que D. Alfonso Carlos tenía a su cargo, etc. Las casas de Graz le fueron embargadas, y tuvo que alquilar el palacio de Ebenzweier. En un primer momento obtenía algunos ingresos por el arrendamiento de parcelas de tierras a colonos, aunque pronto tendría que recurrir a la venta directa de lotes de terreno. Sus principales rentas en este periodo provenían de la venta de la madera obtenida de sus bosques.
Todas estas pequeñas medidas para ir saliendo del paso se vinieron abajo con la crisis de 1929. Esta última etapa de gran escasez coincide precisamente con su recepción de la legitimidad monárquica española. Don Alfonso Carlos y Doña María de las Nieves dependían literalmente de la caridad de los leales, gracias a lo que buenamente podía recaudar el rioplatense Felipe Llorente Torroba, especialmente encargado por S. M. C. para estos delicados menesteres. Esto no sólo era necesario para sus desplazamientos de Viena a la frontera hispano-francesa y viceversa, sino para su vida ordinaria.
Una vez pagados los gastos de administración, D. Alfonso Carlos tenía que emplear todos los ingresos provenientes de la madera de los bosques en el pago de enormes impuestos sobre bienes inmuebles. La fiscalidad era terriblemente confiscatoria incluso durante la etapa social-«cristiana» del Frente Patriótico de Dollfuss y Schuschnigg.
En esta coyuntura de crisis económica extrema, D. Alfonso Carlos no podía recurrir a la venta de lotes de terreno, porque el dinero carecía de valor real en Austria. Tampoco podía pedir préstamos bancarios hipotecando sus tierras o casas, aun rebajándoles considerablemente el precio, porque los bancos no les atribuían utilidad económica alguna.
Alfonso Carlos se lo decía claramente al Marqués de Vessolla en su carta de 3 de Octubre de 1935: «Como ves, estamos reducidos a vivir día por día, sin saber cómo haremos el día de mañana. María de las Nieves confía en Dios que no nos abandonará».
FARO/Círculo Tradicionalista General Carlos Calderón de Granada. F. M.ª Martín Antoniano