Con ocasión del aniversario del fallecimiento de Doña Margarita de Borbón, compartimos con los lectores de La Esperanza un artículo publicado originalmente el 29 de enero de 1935 en El Siglo Futuro, núm. 18.216, cuarenta y un años después de su muerte.
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Hoy, 29 del corriente, hace cuarenta y un años del fallecimiento [ciento treinta y uno en 2024], en Viareggio, de la esposa de Carlos VII.
Ante el recuerdo de Doña Margarita se estremecen de pena los corazones tradicionalistas, pues fue la Señora querida de los españoles, la noble, buena, caritativa y santa.
Dejó regueros de recuerdos, de dulces recuerdos, de recuerdos inolvidables. Su vida fue una existencia dedicada al bien, en la paz y en la guerra, en los campos de batalla y en los hospitales, en España y en el destierro, en la desgracia y en la fortuna, acompañando siempre al que representaba la Tradición de su Patria, para servir de bálsamo que curara las heridas que sangraba su corazón, lacerado por el infortunio y la adversidad. Donde se oía la voz doliente de un necesitado, acudía Doña Margarita, llena de ternura, a prodigar consuelos y a curar males.
Así era la compañera del llorado Don Carlos.
Por carlistas y anticarlistas fue apellidada con el dulce título de EL ÁNGEL DE LA CARIDAD.
Era hija de Carlos III, Duque Soberano de Parma. Sufrió muchas amarguras, pues los liberales de aquel Estado latino asesinaron al autor de sus días, y toda la familia fue, como consecuencia fatal, desposeída de sus dominios.
Casada con el Duque de Madrid, vino con él a España, y en la campaña que terminó en 1876, su único afán fue el de hacer el bien, enjugando muchas lágrimas y curando mil heridas. Pasó al destierro, y en Viareggio, acabó sus días el 29 de enero de 1893.
Los veteranos que la recuerdan (muy pocos ya), los hijos de aquellos que vertieron su sangre por las Tradiciones españolas; los que sentimos el fuego del Ideal arder, abrasar nuestras entrañas, consumir nuestras almas en la llama de la fe; los que alzamos la voz pregonando nuestras creencias y combatimos en la arena de las luchas de la Prensa, y estamos prestos a ir donde nos llame el deber, sentimos hoy, al recordar a la Princesa santa, buena, caritativa y noble, un consuelo grande, una gran satisfacción, una esperanza alentadora, al suponer que la que está, piadosamente pensando, en el cielo, donde sonarán para ella campanas alegres, campanitas de dicha, tocatas de ángeles, el ÁNGEL DE LA CARIDAD, que, desde allí rogará por España, pedirá la gracia de nuestro triunfo, del triunfo de la verdad y de la justicia.
Claro Abánades
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