El día de las velitas

C. Restrepo

El siete de diciembre de 1854 el Santo Padre Pío IX y los cardenales estaban reunidos en la Basílica de San Pedro, meditando si proclamar o no el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Fuera de la Basílica se reunía el pueblo católico, el cual al caer la noche encendió cientos de antorchas.  Se cuenta que, llegando a escuchar la voz del mismísimo Papa cuando proclamó el dogma, todo el pueblo gritó a viva voz «Inmaculada es».

Pareciera que los colombianos son más papistas que el papa. Todos los siete de diciembre por la noche —o en la madrugada del ocho— se abren las puertas de los hogares y se colocan velas y faroles en los andenes, ventanas y balcones para conmemorar que María es Inmaculada desde el primer instante de su concepción. No importa cuánto se intente secularizar esta tradición, su origen es netamente cristiano. Es una noche que les recuerda a los colombianos que tienen una Madre que los ama.

Tradicionalmente, con cada vela se conmemora una intención, casi siempre por los amigos y familiares. En estos tiempos de apostasía, la intención de los católicos debe ser la conversión de nuestros hermanos perdidos, poniéndolos bajo el manto de nuestra Madre, con el fin de que vuelvan a la grey.

Esta bella tradición no debe perderse. Por el contrario, debe vigorizarse y dejar de lado los agregados mundanos. Debemos aspirar a que por cada vela encendida se rece un Ave María y un Santo Rosario en cada hogar.

Agencia FARO, Colombia. C Restrepo