La indignación que entre muchos ha causado el cartel del Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla diseñado por el pintor Salustiano García para anunciar la Semana Santa de 2024 es un ejemplo más de cómo los católicos de hoy ponen tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias sin acertar a atacar los problemas de raíz, enfrascándose en polémicas, la batalla cultural la llaman, que jugadas en el campo y con las reglas del progresismo liberal y marxistoide, están destinadas a la derrota. Por eso, no nos corresponde valorar el cartel en función de la supuesta intención del artista por escandalizar, que desconocemos, sino el ambiente religioso en que se realiza y se acoge la obra por ver si acertáramos a saber quiénes deben subir al cadalso.
¿Qué anuncia el cartel? Las procesiones de Semana Santa de la ciudad de Sevilla. ¿Qué son las procesiones de Semana Santa? En su origen, y formalmente aún hoy, actos penitenciales públicos con los que, a imitación de Cristo, las cofradías de laicos católicos rememoran la Pasión y Muerte del Redentor desde al menos el siglo XVI. Sin embargo, con el tiempo, con el cambio de costumbres y mentalidades operados por la revolución liberal y sus excrecencias marxistas, otros propósitos se han introducido y superpuesto a la finalidad primigenia de la celebración popular de la Semana Santa, no en la intención particular de muchos cofrades pero sí en la de las instituciones públicas y privadas que intervienen en su organización, que no son católicas o lo son nominalmente aunque aggiornadas al gusto de los dos enemigos del orden cristiano que señalamos, por lo que esta fiesta religiosa se ha convertido en otra cosa, las fiestas de primavera de la ciudad.
La mentalidad liberal imperante entre muchos sevillanos concibe la Semana Santa como una celebración cívica, una fiesta profana con barniz católico de fuerte atractivo estético, espejo representativo de la ciudad de cara al mundo y dinamizador de su economía a través de los sectores turístico y hostelero. Así, su sentido religioso, unido a la celebración litúrgica de la Semana Mayor y el Triduo Sacro, ha quedado relegado al ámbito particular del individuo y, en el mejor de los casos la familia, que es el lugar que le tiene asignado el liberalismo a la piedad, mientras que desde el nivel colectivo de la comunidad política se ha potenciado el sentido esteticista y sensualista de la fiesta, propio de una sociedad de masas y costumbres consumistas en la que pueden y deben integrarse todos, incluso los herejes, los ateos, los anticlericales y por su puesto los pecadores contumaces y refractarios al arrepentimiento para que también ellos puedan disfrutar y consumir en inclusiva concordia. La fiesta ha dejado de ser, por tanto, tiempo y espacio de abstinencia, penitencia y conversión para convertirse en tiempo y espacio de consumismo, goce sensual, y apostasía en el que el culto a Dios, en la persona del Cristo humano y sufriente, ha sido sustituido progresivamente por el culto identitario a una deidad pagana, la Ciudad, idea divulgada con profusión reiterativa y cansina a través de la literatura, el periodismo cofrade y hasta los pregones con que cada año nos castiga el propio Consejo de Cofradías.
La segunda raíz del mal procede del mal llamado marxismo cultural, en realidad de su versión sesentera imbricada de elementos contraculturales y alternativos, para el que la Semana Santa, como la Navidad, no son fiestas de la Iglesia, entendida como comunidad de los que están unidos a Cristo por el bautismo, sino fiestas del pueblo que, en sentido gramsciano, deben ser arrebatadas a la Iglesia, entendida como oligarquía opresora, y devueltas a las masas para ser resignificadas por los intelectuales orgánicos del ateísmo progresista como fiestas de una religión sin Dios, de un paganismo inmanente para el que no hay nada más allá de la ciudad, el barrio, los amigos, los nuevos modelos de familia y, sobre todo, el propio cuerpo, al que hay que satisfacer como primer precepto. Una religiosidad pagana y new-age para la que las imágenes sacras no son ya puertas a la trascendencia sino objetos admirables en sí mismos, medios de deleitación sensorial, y si tienen connotación erótica más, convirtiéndose por tanto su devoción en mera idolatría entre las clases menos cultivadas, superstición destinada a la postre a desaparecer entre las clases que han recibido una formación laica integral.
Desgraciadamente, la Iglesia cedió gustosa el campo tras el Concilio Vaticano II, despreciando la religiosidad propia de los católicos heredada y transmitida a través de las tradiciones populares, a las que consideró, en parecidos términos que los usados por sus enemigos, resabios de la piedad tridentina. La degradación de la liturgia romana en el Novus Ordo Missae hizo el resto y el abandono masivo de las prácticas religiosas preceptivas por parte de los fieles vino contrarrestado por una participación masiva, al menos en Andalucía, en los ritos de la piedad popular quizá porque todavía guardan de alguna manera unas formas identificables con la Tradición litúrgica. En un intento de recuperar el terreno perdido y retener a la clientela, la Iglesia jerárquica ha pasado a considerar de nuevo la religiosidad popular como algo bueno aunque otorgándole un papel extraño, el de una emanación del Espíritu que se manifiesta a través del pueblo, papel que entraña un peligro evidente estando ya la religiosidad católica popular herida e infectada por los males que apuntamos mientras que desde las altas instancias eclesiales, en vez de aclaración y confirmación en la recta doctrina y moral católicas parece venir más bien confusión y desorientación, cuando no escándalo, y, por supuesto, desprecio y postergación del único remedio posible para la recuperación del sensus católico de la Semana Santa y de todo el calendario que rige la vida de los fieles: la Theologia prima que nos enseña (lex orandi ,lex credendi) la Liturgia Romana Tradicional.
(continuará…)
Javier Quintana , Círculo Hispalense
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