Crónica de la ruta de Santa Eulalia de Barcelona

VISITA GUIADA POR LA BARCELONA ROMANA Y MEDIEVAL, SIGUIENDO LOS PASOS DE LA PATRONA DE LA CIUDAD CON MOTIVO DEL DÍA DE SU FESTIVIDAD, REALIZADA EL PASADO SÁBADO 10 DE FEBRERO

Aunque el pronóstico del tiempo preveía lluvias, finalmente el sábado 10 de febrero amanece despejado y una veintena de correligionarios y simpatizantes podemos realizar la Ruta por el Casco Antiguo de Barcelona siguiendo los pasos de Santa Eulalia, copatrona de la ciudad, con motivo de su festividad, tal como se había anunciado. La visita está dirigida por el Jefe del Círculo carlista barcelonés, J.E., y entre los asistentes tenemos el honor de contar con la presencia de J.A., Doctor en Historia, profesor universitario, antiguo decano de facultad, y experto en historia eclesiástica de Barcelona en general y de Santa Eulalia en particular, quien, además de realizar aportaciones muy enriquecedoras a la visita, garantiza que las inexactitudes de quien la guía no sean demasiado abultadas. 

La ruta comienza en la Plaza de la Catedral, ante la puerta Pretoria de la muralla romana que da acceso a la calle del Obispo Irurita (hoy, mal denominada calle del Obispo). Antes de acceder por esa puerta a la Barcelona romana, se pone en contexto el lugar donde vivió y murió Santa Eulalia:

Pocas décadas antes del nacimiento de Ntro. Sr. Jesucristo, Barcino había sido fundada por los romanos como pequeña colonia agrícola a la sombra de la gran urbe de Tarraco (hoy, Tarragona). Ubicada sobre un pequeño promontorio —el Monte Táber, a 16,9 metros sobre el nivel de mar—, daba por un lado a un puerto natural y, por el otro lado, dominaba el fértil llano de Barcelona, donde brotaban huertas, viñedos y oliveras, entre frondosos bosques de pinos, regados por la luz y la brisa del Mediterráneo.

Antes de adentrarnos por las calles de la Barcelona romana, se explica su diseño. Como todas las colonias romanas, Barcino se organizó entorno a dos ejes perpendiculares: un eje norte-sur, denominado cardo maximus (que correspondería a las actuales calles de Llibreteria y Call) y otro eje este-oeste, denominado decumanus maximus (calles Obispo Irurita, Ciudad y Regomir). En la intersección de ambos ejes, se encontraba el forum —centro político, comercial, judicial y social de la ciudad— y que ubicaríamos cerca de la actual Plaza de San Jaime: más exactamente, en un rectángulo que abarcaba desde el actual Palacio de la Generalidad por un lado, y hasta la sede del Centro Excursionista y el ábside de la Catedral por el otro. Desde este centro o forum, la ciudad seguía un trazado ortogonal, con manzanas cuadradas o rectangulares, siguiendo una disposición de malla.

En los puntos exteriores de ambos ejes, se encontraban las cuatro puertas de la ciudad: en una de ellas nos encontramos en este preciso instante para iniciar la ruta guiada, concretamente en la puerta oeste o Praetoria. Las otras tres puertas son: la norte o Principalis Sinistra (en la actual Plaza del Ángel, en Vía Layetana), la puerta sur o Principalis Dextra (calle del Call), y la puerta este o Decumana (calle Regomir) que daba al mar, pues la linea de la costa ha retrocedido con el paso de los siglos, ganándose terreno al Mediterráneo.

Todo este pequeño recinto —de solamente 10,4 hectáreas de superficie— estaba cercado por un muro construido en el siglo I d.C. y de sólo un metro de altura, pues carecía de finalidad defensiva al disfrutarse de la pax romana del momento. Pero a partir del año 250 d.C., con motivo de las invasiones de las tribus francas y germánicas, se tuvo la necesidad de construir una nueva muralla: se trata de la segunda muralla romana de Barcino, ubicada en el mismo lugar que la primera, con su mismo perímetro (1,5 kilómetros), pero mucho más alta (entre 11 y 18 metros de altura), más ancha (muro doble de 2 metros, rellenado con piedra y mortero) y con finalidad defensiva (81 torres).

La niña Eulalia de Barcelona conoció esta segunda muralla romana de Barcino (ante cuya puerta Praetoria nos encontramos para iniciar la visita guiada), construida a partir del año 250 d.C. con motivo de la descomposición del Imperio Romano y las invasiones bárbaras del norte.

Eulalia nació en las inmediaciones de Barcelona entorno al año 290 / 292 d.C. La tradición señala Sarriá como su lugar de nacimiento, donde se levantaría —tiempo después— una ermita en su honor (en el actual Paseo de Santa Eulalia y calle del Desert, por encima de la Ronda de Dalt). De familia noble, destacaba por su piedad, humildad, sabiduría y don de palabra. La Fe cristiana ya había llegado a Barcelona desde tiempos apostólicos: el Apóstol Santiago el Mayor había predicado en el forum romano de Barcelona, motivo por el que la actual Plaza de San Jaime (lindante con el antiguo foro) lleva su nombre. En tiempos de Eulalia, la semilla de la Fe había germinado copiosamente en Barcino y alrededores, destacándose grandes santos anteriores a Eulalia, como Fructuoso de Tarraco (†258), y coetáneos a ella: como el obispo Severo de Barcino (†302), el antiguo soldado Cucufate o Cugat (†304), las jóvenes Juliana y Semproniana de Iluro, actual Mataró (†304), el seglar Félix de Gerona (†307), etc., martirizados —igual que Eulalia (†304)— durante la persecución de Diocleciano.

En efecto, el emperador Diocleciano había tenido noticia de la rápida y fecunda propagación de la Fe cristiana en estas tierras, por lo que envió al pretor Daciano para que exterminara aquella «superstición». Daciano entró en Barcelona en el año 304 d.C. (Eulalia tendría unos 12 años de edad), hizo, con todo su séquito, públicos y solemnes sacrificios a los dioses, y dio orden de buscar a todos los cristianos para obligarles a hacer lo mismo.

Cuando esta noticia llegó a oídos de la joven Eulalia, no esperó a que la buscaran. Antes del alba, mientras sus padres aún dormían, salió sigilosamente de su casa y se dirigió al foro de Barcino a encontrarse con Daciano.

Al llegar a la misma puerta Praetoria donde nos encontramos ahora, Eulalia oyó la voz del pregonero que leía el edicto y atravesó intrépida la puerta para dirigirse al foro. Cosa que nosotros imitamos en ese preciso momento.

El grupo de la visita guiada, siguiendo los pasos de Santa Eulalia, se adentra —a través de la puerta oeste o Praetoria— en la Barcelona romana: asciende por la actual calle del Obispo y se dirige a la calle Paradís, donde se encuentran las ruinas del Templo Romano de Augusto y el punto más alto del Monte Tabor.

Las actuales ruinas del Templo de Augusto vienen acompañadas con unas ilustraciones que recrean la composición del foro romano cuando Eulalia tuvo el encuentro con Daciano. Y, en el mismo lugar, leemos —extraído de una biografía de Fábrega Grau y de la Pasión de Santa Eulalia, escrita por el obispo Quirico— el intrépido diálogo que mantuvieron aquí mismo.

Eulalia vio a Daciano sentado en su tribunal y, con gran valentía, atravesó la multitud y se mezcló con los guardianes:

—Juez inicuo —dijo Eulalia—, ¿de esta manera tan soberbia te atreves a sentarte para juzgar a los cristianos? ¿Es que no temes al Dios altísimo y verdadero que está por encima de todos tus emperadores y de ti mismo, el cual ha ordenado que todos los hombres que Él, con su poder, creó a imagen y semejanza, le adoren y sirvan a Él solamente? Ya sé que tú por obra del demonio tienes en tus manos el poder de la vida y de la muerte; pero eso poco importa.

Daciano, rodeado de sus soldados e investido con todo el poder imperial de Roma, quedó hundido y pasmado en la sede de su tribunal ante la valentía de una niña de tan solo doce años.

—Y —dijo Daciano—, ¿quién eres tú que de una manera tan temeraria te has atrevido, no sólo a presentarte espontáneamente ante el tribunal, sino que, además, engreída con una arrogancia inaudita, osas echar en cara del juez estas cosas contrarias a las decisiones imperiales?

Pero Eulalia, levantando la voz con firmeza, dijo:

—Yo soy Eulalia, sierva de mi Señor Jesucristo, que es el Rey de los reyes y el Señor de los que dominan: por esto, porque tengo puesta en Él toda mi confianza, no dudé siquiera un momento en ir voluntariamente y sin demora a reprochar tu necia conducta, al posponer el verdadero Dios, a quien todo pertenece, cielos y tierra, mar e infiernos y cuanto hay en ellos, al diablo; y lo que es peor, que quieres obligar a hacer lo mismo a aquellos hombres que adoran al Dios verdadero y esperan conseguir así la vida eterna. Tú les obligas inicuamente, bajo la amenaza de muchos tormentos, a sacrificar a unos dioses que jamás existieron, que son el mismo demonio, con el cual todos vosotros que le adoráis, vais a arder otro día en el fuego eterno.

Mientras leemos este diálogo entre Eulalia y Daciano, en el mismo lugar donde se realizó, no podemos evitar la comparación con el ecumenismo postconciliar y con en el aggiornamento que busca la jerarquía eclesiástica actual para congraciarse con los Dacianos modernos. También, resulta inevitable comparar la Fe y la valentía de Eulalia con nosotros mismos.

Daciano mandó detener a la niña para obligarla a apostatar mediante diferentes formas de tortura, pero ninguna de ellas consiguió su objetivo. Al contrario, se produjeron hechos excepcionales: así, extendida sobre el potro, los soldados la torturaban con garfios y le arrancaban las uñas, pero Eulalia, con cara sonriente, iba alabando a Dios nuestro Señor. En otro momento, la intentaron prender fuego, pero las llamas se dirigían contra los soldados y contra el mismo Daciano, etc.

Nos dirigimos a la Baixada de Santa Eulalia donde, según la tradición, la niña fue introducida en un tonel con clavos y cristales punzantes, y arrojada pendiente abajo. En la actualidad, se conserva una hornacina con una imagen de Santa Eulalia, y un azulejo con los versos de Mosén Cinto Verdaguer:

Veyent acostar les llames

També recula Dacià;

la lanca dins una tina

que té sagetes per claus,

tota encerclada de glavis

y ganivets de dos talls.

Baxada de Santa Eularia,

Tu la veres rodolar

d’un abisme a l’altre abisme

per aquells rostros avall,

dexant per rastre en les herbes

un bell rosari de sanch.

Descendemos a pie por la misma bajada donde Eulalia habría sido arrojada en el interior de aquel tonel punzante, y llegamos hasta la actual calle Banys Nous, que transcurre por el antiguo perímetro de la muralla romana.

Siguiendo ese perímetro, alcanzamos el Arco de Santa Eulalia, donde se encontraba la prisión romana, extramuros de Barcino. En la actualidad, se conserva allí otra hornacina con una imagen de la mártir. En esa prisión sería donde habrían tenido lugar las torturas más espantosas, mientras Eulalia alababa a Dios:

—Oh, Señor mío Jesucristo, escuchad a esta vuestra inútil sierva; perdonad mis faltas y confortadme para que sufra los tormentos que me infligen por vuestra causa, y así quede confuso y avergonzado el demonio con sus ministros.

Daciano le decía:

—¿Dónde está éste a quien llamas e invocas? Escúchame a mí, oh infeliz y necia muchacha. Sacrifica a los dioses, si quieres vivir, pues se acerca ya la hora de tu muerte, y no veo todavía quien venga a liberarte.

Y Eulalia le respondió:

—Nunca vas a tener prosperidad, sacrílego y endemoniado perjuro, mientras me propongas que reniegue de la Fe de mi Señor. Aquél a quien invoco está aquí junto a mí; y a ti no es dado el verle porque no lo mereces por culpa de tu negra conciencia y la insensatez de tu alma. Él me alienta y conforta, de manera que ya puedes aplicarme cuantas torturas quieras, que las tengo por nada.

Ante aquella insólita rebeldía, Daciano mandó a los soldados que aplicaran hachones encendidos a sus virginales pechos para que pereciera envuelta en llamas. Al oír aquella orden, Eulalia dijo:

—He aquí que Dios me ayuda y el Señor es el consuelo de mi alma. Dad, Señor, a mis enemigos lo que merecen, y confundidles; voluntariamente me sacrificaré por Vos y confesaré vuestro nombre, pues sois bueno, porque me habéis librado de toda tribulación y os habéis fijado en mis enemigos.

Dicho esto, las llamas se tornaron contra los mismos verdugos, a quienes abrasaron, los cuales, amedrentados, cayeron de rodillas mientras Eulalia entregaba al Señor su alma, que voló al cielo saliendo de su boca en forma de paloma blanca.

El pueblo quedó impresionado y admirado, especialmente los cristianos, que se regocijaban por tener en el cielo a una conciudadana suya. Daciano, enfurecido, mandó que el cadáver de Eulalia fuera crucificado hasta que las aves de rapiña no dejaran siquiera los huesos. Tal crucifixión habría tenido lugar en el actual Pla de la Boquería o en la Plaza del Pedró, hacia donde nos dirigimos.

En primer lugar, al Pla de la Boquería (no se confunda con el Mercado del mismo nombre). Aquí se  se construyó en tiempo inmemorial una ermita dedicada a Santa Eulalia. Posteriormente, en el siglo XIII, cuando se levantó la muralla medieval, en este lugar abrió una de sus puertas: la de Santa Eulalia. En 1854, aprovechando el derribo de las murallas de Barcelona, el gobierno liberal y masón del genero Espartero derribó también la ermita milenaria. En su lugar ,se edificó un edificio comercial donde se instalaron entonces los “Almacenes Santa Eulalia” y, actualmente, una oficina del Banco de Santander. Desde 1900, el edificio comercial está coronado por una estatua de Santa Eulalia, obra de Eduard Alentorn, que recuerda la ermita derribada.

En segundo lugar, a la Plaza del Pedró, en el Raval, donde encontramos una fuente con una estatua de Santa Eulalia, obra de Frederic Marés en 1952. Sustituye a la original, de 1673, y destruida durante la persecución de religiosa de 1936, y de la que solamente se conserva la cabeza, en el Museo de Historia de Barcelona.

En uno de estos dos lugares, habría tenido lugar la crucifixión del cadáver de Santa Eulalia, sobre una cruz en forma de aspa (similar a la de San Andrés). Al crucificarla, cayó del cielo una copiosa nevada que cubrió y protegió su virginidad. Los guardias, aterrorizados, la abandonaron, para vigilarla desde lejos. A los tres días, unos hombres temerosos de Dios la descolgaron con gran sigilo y le dieron cristiana sepultura, donde sus restos recibirían el culto de los barceloneses. Con la invasión árabe (s. VIII), serían escondidos para evitar su profanación.

En el año 877, el obispo Frodoíno las halló milagrosamente en la Iglesia de Santa María de las Arenas, así denominada por ubicarse donde habían estado las antiguas Arenas romanas: lugar de juegos, teatro, combates y espectáculos públicos. En ese lugar, actualmente se yergue la majestuosa Basílica de Santa María del Mar.

Frodoíno trasladó solemnemente los restos de Santa Eulalia desde la Iglesia de Santa María de las Arenas hasta la Catedral de Barcelona. Cuando la procesión solemne quiso entrar en la Barcelona medieval a través de la puerta norte o Principalis Sinistra (actual calle Llibretería), el arcón que guardaba los restos de la santa quedó inmóvil. Un ángel se apareció a los miembros de la comitiva y señaló con el dedo a uno de los canónigos. Éste, avergonzado, confesó haberse apropiado de una reliquia de la santa: concretamente, un dedo. Lo devolvió al arcón, y entonces la comitiva pudo proseguir su camino. Desde entonces (y hoy también) aquel lugar recibe el nombre de Plaza del Ángel. En 1456 se colocó una imagen de la Santa en el arco que presidió esta Puerta. En 1618 se instaló en la plaza un obelisco coronado por un ángel de bronce, obra de Felip Ros, cuyo brazo señalaba a la imagen de la Santa. Ambas figuras se eliminaron en 1826, cuando se abrió la actual calle Ferran y se derribó aquella parte de la muralla. Desde 1966, una réplica del ángel fue ubicada en la plaza.

Cuando, en el año 877, el obispo Frodoíno depositó las reliquias de la santa en la Catedral, ésta era una basílica paleocristiana de la que se desconocen detalles; luego sería reformada en románica -consagrada en el año 1058-; posteriormente, reformada en gótica entre 1298 y 1408; y finalmente, concluida la fachada y el cimborrio neogóticos entre 1910 y 1913.

En la Catedral terminamos nuestra visita. A los pies del sepulcro de Santa Eulalia, que se ubica en la cripta bajo el altar mayor. Allí, le pedimos a nuestra patrona que bendiga desde el cielo a su ciudad natal, la ampare y la libre de cualquier mal. Y a nosotros, sus devotos y paisanos, nos guarde del pecado para que, a la hora de nuestra muerte, podamos entrar en el cielo y disfrutar con ella bienaventuranza eterna.

Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau (Barcelona)

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