Continuamos con nuestra reflexión en relación con el reciente informe de proyecciones económicas la OCDE. Según él, hasta once países adelantarán a España en PIB per cápita en las próximas décadas. La idea no es rendir culto a los «macro-números», que precisamente son una causa de la complacencia colectiva en el desastre económico de España, sino poner de relieve que los factores que desembocan en tal pronóstico son absolutamente reales y tangibles.
El primero, la falta de productividad de la economía. Desde que un ministro socialista dijera que España era el país ideal para dar el «pelotazo», parece que todo el mundo se lo ha tomado al pie de la letra. Por España pasan especuladores de todas las calañas, empezando por los inmobiliarios, siguiendo por los que amenazan la legítima soberanía sobre sectores estratégicos para la subsistencia, y acabando por todos los que en los últimos años han comprado activos a precios de derribo, a causa de la paralización de la actividad operada por la pandemia del llamado «Covid-19». Si, en otras palabras, – y con la inestimable colaboración de liberales de izquierda y derecha -, España, económicamente hablando se ha convertido en la meretriz del Occidente capitalista, con tales intenciones, ¿a quién le importa la inversión productiva a largo plazo, la creación de puestos de trabajo estables, cualificados y duraderos?
La segunda causa es la falta de población activa. En España, a diferencia de otras naciones, el reemplazo de trabajo por capital es más lento, puesto que sus sectores estratégicos – el turismo, la construcción y sus sectores auxiliares – son, por naturaleza, intensivos en mano de obra; que por fuerza debe ser barata para ser competitiva. Asimismo, la natalidad se encuentra en índices de emergencia desde hace décadas. De modo que la solución consiste en frenar en seco el crecimiento de la población para cubrir el déficit a coste aún más bajo a través de la inmigración. Súmese a esto la población que se encuentra voluntariamente no activa, sustentada con los subsidios públicos que desincentivan el trabajo. El resultado: mientras los beneficios empresariales siguen un alza constante, los salarios reales se encuentran estancados desde que nos alcanza la memoria.
La tercera causa, consecuencia de la anterior, es el envejecimiento acelerado de la población, que se agravará cuando la generación de la explosión demográfica española (nacidos en los años 60) acceda a la jubilación. Como resultado, la presión fiscal sobre los pocos que trabajen será asfixiante, alimentando más el círculo vicioso de la degeneración de una nación que, regida por un Estado rendido al servicio de las elites, se encuentra abocada a la ruina técnica.
Como dije al principio, soy escéptico, incluso reacio, a emplear las grandes cifras para emitir juicios. De hecho, ni siquiera el PIB per cápita es un indicador fiable, pues obvia las desigualdades económicas. Tampoco el PIB a secas, porque crecimiento no siempre es igual a prosperidad material, menos aún, moral. Pero, insisto, cuando no construimos la realidad sobre números, sino que los números son reflejo de la realidad que percibimos con nuestros sentidos y nuestro intelecto, entonces pueden extraerse conclusiones válidas.
Y la realidad es que en España se vive mal, y cada vez, peor. Podría decirse que cada vez cuesta más, a más gente, la mera subsistencia. Nos han matado entre todos, y solos vamos a morir.
Gonzalo J. Cabrera, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia).
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