XXIV Cabalgata por los Mártires de la Tradición: día segundo

Una tormenta eléctrica en las llanuras sin límites hace que uno ponga las cosas en su justo lugar, admirando la grandeza de Dios

Miércoles 21 de febrero

«La Oración»/ «La Noria»

La noche al sereno fue buena y ante la salida del sol, los cabalgantes empiezan a desarmar sus improvisados lechos, dirigiéndose en primer lugar al Altar.

El día promete calor. Luego del desayuno, los caballos se van ensillando y los cabalgantes se preparan para salir.

A las 9:30 emprendemos la marcha, el primer tramo del que será el día más exigente de la cabalgata. Para aquellos que lo saben, hay una actitud expectante ante el devenir del día. Se esperan esos calores «pichenses». El tramo se desarrolla sin sobresaltos, salvo aquel que se da en el termómetro mientras el Sol se acerca al cénit.

Promediando las 13:00 hs, entre el polvo de un camino que sale de la ruta, parece robada a otro paisaje la imagen de un planchón lleno de agua y animales que aprovechan el líquido vital. Allí, luego del sofocante calor, es donde haremos la necesaria parada del mediodía. Mientras se reparten algunos tomates con sal para poder reponerse del calor, los cabalgantes buscan refugio del sol que no da tregua. El almuerzo, consistente en papas, fideos y carne, al que obviamente se le adicionará una siesta, da el necesario impulso para poder seguir a la tarde, cuando ensillemos y salgamos de nuestro pequeño oasis con destino a «La Noria».

La salida se produce cerca de las 18:00, para escaparnos del calor. Ya el atardecer ofrece un panorama más fresco.

Seguiremos por la ruta en la que veníamos, y luego, doblando hacia la izquierda, avanzaremos hacia el este donde se nos muestra un panorama grandioso. Una tormenta eléctrica en las llanuras sin límites hace que uno ponga las cosas en su justo lugar, admirando la grandeza de Dios por un lado y la pequeñez del hombre por el otro.

Esta tormenta será nuestro objetivo en nuestro cabalgar hacia «La Noria» y también velará por nosotros en la noche. Su llanto copioso provocará algunos ligeros cambios en las disposiciones de los improvisados lechos de los cabalgantes.

No obstante, por ahora, el tramo se desarrolla en silencio admirando la tormenta mientras rezamos nuestro Rosario. La luna estará velada por las nubes, pero somos guiados por Nuestra Señora, quien, honrada por nuestro galope al son de su Salve, no se olvida de nosotros y nos lleva al campamento.

Allí nos espera un costillar espectacular que calma nuestra hambre y nos regocija.

La tormenta sigue allí, pero para un cabalgante que ya ha comido y guitarreado no hay otra cosa que hacer que extender su recado y entregarse al sueño.

Patricio Laxague

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