Luis Infante de Amorín acaba de fallecer en Oviedo tras haber sufrido hace una semana un derrame cerebral masivo del que no ha podido recuperarse. Tenía cincuenta y ocho años. Es una pérdida enorme para la Comunión Tradicionalista, a la que –sin exageración– consagró su vida. Se trataba de una personalidad sin duda singular. Por el carácter contundente, que se trasladaba incluso a su voz campanuda, pero pronta a la carcajada. Por su peripecia vital, como caballero legionario, condición de la que siempre estuvo orgulloso, y como seminarista durante un tiempo de la Hermandad de San Pío X en Estados Unidos, donde probó la vocación sacerdotal, que evidentemente no tenía. Por su complexión intelectual, férrea y amplia, que le llevaba a hablar de todo, sin concesiones y con fundamento.
Descubrió adolescente aún la Comunión Tradicionalista y, con ella, el legitimismo que custodia la continuidad de la tradición española integral. La sirvió sin desmayo y con pasión. Inicialmente le marcó la figura de Jesús Evaristo Casariego, asturiano ejerciente como él, y tuvo relación estrecha con las personalidades más destacadas del carlismo contemporáneo, distinguiéndose en su admiración por el profesor Rafael Gambra. Fue durante la segunda mitad del decenio de los ochenta del siglo pasado uno de los colaboradores más cercanos de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, garantizando que la Comunión Tradicionalista siguiera a las órdenes de su Abanderado. Su intervención a finales de los años noventa fue decisiva para que el Señor, su Señor, decidiera crear una Secretaría Política, encomendada a Rafael Gambra y de la que él y yo fuimos vicesecretarios. Quizá fuera uno de los últimos testigos veraces del carlismo de los decenios finales del siglo XX y este primer cuarto del XXI. Nadie tan fiero, pero también tan amistoso. Porque era un inquisidor bienhumorado y en el fondo generoso. Levantaba muchos afectos, más numerosos que los inevitables rechazos, que tampoco rehuía. La labor que ha hecho en la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón y, en especial, en el Servicio de Prensa y Documentación de la Comunión Tradicionalista a través de la Agencia Faro, es difícil de encomiar en sus justos términos. Detrás de la misma hay un trabajo ingente, lleno de discernimiento, un punto tajante y siempre agudo, que resulta difícil pensar cargara sobre los hombros de una sola persona.
Hijo único, le sobrevive su madre, María Josefa, mujer admirable, frágil de apariencia y de fondo diamantino. Que Dios le dé, con el descanso eterno de Luis, el consuelo en esta hora triste. Para mí es difícil escribir estas líneas. Cuatro años más joven que yo, éramos amigos desde hace cuarenta y cinco años. Especialmente hemos vivido codo con codo los últimos veinticinco. Con nadie me he peleado tanto como con él. Y a nadie voy a echar más de menos en esta lucha que hemos de proseguir.
Miguel AYUSO
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