En medio de las manifestaciones del 1 de mayo en Santafé de Bogotá ─promovidas por los sindicatos pero aprovechadas por el gobierno─, Gustavo Petro anunció la ruptura de las relaciones diplomáticas con el estado pirata de «Israel», a cuyo régimen acusó de genocida.
Ese mismo día el Ministerio de Relaciones Exteriores emitió un comunicado por el que confirmó la decisión, que se hizo efectiva a partir del jueves. En consecuencia, los funcionarios diplomáticos tendrán que regresar al país, mientras que los colombianos residentes en la Palestina ocupada serán atendidos por el Consulado de Colombia en Tel Aviv.
No obstante lo anterior, el Ministerio afirmó que «lazos históricos y de amistad» nos unen con el pueblo israelí y con las comunidades judías, sin que nadie sepa con precisión en qué consisten tales vínculos, fuera de la importante presencia de arsenal militar judío en nuestras Fuerzas Armadas y de la participación de «israelíes» en el entrenamiento de grupos paramilitares.
Las respuestas no se hicieron esperar. Israel Katz, ministro de relaciones exteriores del «Estado de Israel», tuiteó que Petro ─a quien tachó de antisemita─ se puso del lado «de los monstruos más despreciables conocidos por la humanidad que quemaron bebés, asesinaron niños, violaron mujeres y secuestraron a civiles inocentes». Pero al parecer el ministro no se entera de que, precisamente, se puso en su contra. Similares reacciones han tenido la derecha bobalicona y el establishment gringo, que busca recomponer las relaciones diplomáticas.
Un reloj roto acierta dos veces al día. Ciertamente Petro y su gobierno no gozan de nuestras simpatías, pero esta decisión es motivo de honor y de alegría para los colombianos que no han abdicado del uso de la razón.
Agencia FARO, Colombia.
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