Tal día como hoy, en el año 1865, fallecía en Madrid don Pedro de la Hoz y de la Torre, director de la primera época de LA ESPERANZA. ¡Dolorosa e irreparable para la Causa de la Legitimidad fue su muerte!
Hijo de don Vicente de la Hoz, Maestrante de Ronda, había nacido el 17 de mayo de 1800 en Espejo (Córdoba), aunque se crió en la casa solariega de su familia en Penagos (La Montaña). A los dieciocho años de edad se graduó de abogado. Durante el Trienio Liberal fue secretario del Gobierno político de León, pero pronto se dio cuenta que el liberalismo era erróneo y renegó de su falsa doctrina.
Habiéndose distinguido como escritor, se le nombró director de La Gaceta de Madrid y Juez conservador de la Imprenta Real. Se casó con María de los Dolores de la Cruz de Liniers y Sarratea, hija del virrey del Río de la Plata y Mártir de la Lealtad Santiago de Liniers (a quienes los actuales argentinos deben su misma existencia). En 1831 se le confirió la Fiscalía General de Correos, que renunció al morir Fernando VII.
Su lealtad a Carlos V le obligó a renunciar a sus cargos y emigrar a Francia al estallar la primera guerra carlista. Concluida la contienda, volvió a España, se estableció en Burgos y allí se dedicó brillantemente al ejercicio de la abogacía. La fama de su poderosa inteligencia, de su vasto saber, de sus sanas ideas, de sus generosos sentimientos, hizo que se le ofreciese en 1844 la dirección del diario La Esperanza. El periódico fue fundado para mantener incólumes la fe y el entusiasmo de cuantos se conservaron fieles a los ideales tradicionalistas, para educar políticamente a gran parte de la generación nueva y para convencer de su error a los que habían abrazado sinceramente las ideas liberales.
Dios le dotó de un carácter verdaderamente inquebrantable. Resistió ataques y persecuciones de todo género; opuso un dique formidable a las fuerzas demagógicas amenazantes; tuvo la suerte de patrocinar y defender los principios salvadores de la sociedad. Proclamó constantemente el honor de la Patria y el buen nombre de nuestros mayores, llegando a ser, quizá, el primer periodista de su época, según reconocieron hidalgamente hasta los mismos liberales.
Su fecundidad fue verdaderamente asombrosa por la multitud de materias que dilucidó y por el número de escritos que dio a la estampa. Escribió sobre cuestiones fundamentales de Religión, de política nacional y extranjera, de Derecho, de literatura, de hacienda, de comunicaciones, de ciencias, de economía, de todos los asuntos que se presentaron a discusión.
Profundo de pensamiento y elegante de estilo, fue en esa época el único que asestó terribles ataques contra aquel orden de cosas. Presagió el descrédito a que hubo de llegar el doctrinarismo, impugnó a todos los revolucionarios, se mantuvo siempre firme y en lucha incesante a la cabeza de nuestra gloriosa Comunión.
Víctima de una enfermedad gastronerviosa, falleció con la serenidad de un santo. Recitó espontáneamente los versículos del Miserere, después de haber recibido los Sacramentos de la Iglesia y la Bendición de Su Santidad Pío IX, quien le remitió al poco tiempo una magnífica Medalla de oro como testimonio del cariño que profesaba al insigne periodista de la fe.
Carlos VI le había agraciado en 1858 con la Banda de la Real y distinguida Orden de Carlos III.
Todos los adversarios políticos de D. Pedro de la Hoz se inclinaron respetuosos y doloridos ante su cadáver, rindiendo homenaje a sus cualidades extraordinarias. Se celebraron honras fúnebres en muchas poblaciones de España, se enviaron donativos para encerrar en un mausoleo sus restos mortales.
Como bien dijo en 1929 el semanario El Cruzado Español: puede asegurarse que su buena memoria vivirá querida y respetada, mientras quede un partidario de los Ideales católico-monárquicos.
Rodrigo Bueno, Círculo Tradicionalista de Granada General Calderón