
Artículo publicado por D. Luis Infante en la revista Ahora Información, nº 21, mayo-junio de 1996, página 43. Todas las notas a pie de página son del propio Infante.
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La Legión
En 1995 la Legión española ha celebrado el 75º aniversario de su fundación. El Gobierno democrático de turno decidió sumarse a los actos llevando a cabo lo previsto en el llamado Plan Norte [1]: trasladando a la base Álvarez de Sotomayor, en la provincia de Almería, al Tercio III desde Fuerteventura (con lo que se deja desguarnecida la isla más próxima al continente africano, y se aleja a La Legión de su ámbito natural) y a una de las dos Banderas del Tercio IV desde Ronda. El traslado del antiguo Tercio Sahariano de Don Juan de Austria, III de la Legión, ha supuesto de hecho su práctica desaparición. Con ella ha culminado la larga serie de afrentas que La Legión lleva sufriendo desde 1975, cuando Juan Carlos de Borbón estrenó su jefatura del Estado ordenando abandonar el Sahara en manos marroquíes.
¿Por qué recordar ahora todas estas historias? Por varias razones. Porque es de justicia, ahora que los medios de información oficiales (todos los diarios, todas las cadenas de televisión) se han lanzado una vez más a una campaña de difamación contra el Tercio y porque es un asunto de interés nacional.
Cuando en 1920 el Teniente Coronel don José Millán Astray consigue que se le permita la formación del Tercio de Extranjeros, se pone inmediatamente a la tarea, en la que pronto le secunda el Comandante Franco. Millán Astray, a pesar de la leyenda chocarrera, era uno de los militares más cultos de su tiempo, con una formación militar excelente. Su experiencia de la campaña de Filipinas y de Estado Mayor le habían convencido de la ineficacia del Ejército Liberal [2]. Por eso se propone crear una unidad apta para la guerra moderna, en el espíritu de los tercios de la Edad de Oro española: espíritu que queda reflejado en el emblema de La Legión –alabarda, ballesta y arcabuz– y en la profusión de cruces de San Andrés en sus banderines.
La Legión se convierte enseguida en el elemento decisivo de la pacificación de los territorios españoles del norte de África, a pesar de la inquina que le profesa gran parte de los militares de la vieja escuela, acostumbrados ya a derramar inútilmente la sangre de sus soldados y a que Isabel y los alfonsinos premien su incompetencia con condecoraciones y prebendas.
El fuero legionario [3] –es decir, la posibilidad de sustraerse a la acción de la justicia y de redimir penas– atrajo pronto a carlistas perseguidos. Además, la hoja de servicios de La Legión no molesta a un legitimista. (La mayor parte de las unidades del Ejército tienen en su haber, o más bien en su debe, acciones de armas contra el rey legítimo).
La Legión estuvo casi siempre en África, defendiendo los territorios que a España pertenecen por derecho. Cuando hubo de venir a la Península, lo hizo en el bando correcto: en 1934, para reprimir la revolución socialista; en 1936, para unirse a la Cruzada.
Muchas son las pequeñas historias que establecen un vínculo entre La Legión y los Tercios de Requetés. Escojo tres. Las de dos grandes periodistas, el inglés Peter Kemp y el asturiano Jesús Evaristo Casariego, que durante la Cruzada fueron oficiales del Requeté y de la Legión. Y la de un Caballero Legionario que se alistó en el Tercio Gran Capitán, I de la Legión, con el nombre de Enrique Aranjuez y que era Don Sixto de Borbón.
Luis Infante, Antiguo Caballero Legionario.
NOTAS:
[1] El Plan Norte reduce aún más las ya exiguas Fuerzas Armadas españolas. En el caso del Ejército de Tierra, la mayor unidad prevista es la brigada, lo que conviene al uso que el mundialismo emergente señala para los soldados españoles: cipayos añadidos a unidades de la O.N.U., de la Unión Europea o de los Estados Unidos.
[2] Hasta la Cruzada de 1936 –y este es un juicio benévolo–, el Ejército no es el sucesor de los gloriosos Reales Ejércitos del pasado, sino de las levas efectuadas por los gobiernos de ocupación en Madrid para sus improvisados generales. En las postrimerías del reinado de Fernando VII, el gabinete Zea Bermúdez deshizo el Ejército de entonces para preparar la usurpación del Trono y el advenimiento del poder en España, no la defensa de la Patria.
[3] Este fuero legionario ha sido suprimido. Los sucesivos gobiernos democráticos también han declarado a extinguir la escala legionaria, han prohibido la recitación del credo legionario, y hasta han impuesto una ridícula camiseta bajo el pecho abierto de los uniformes. Actualmente el alistamiento se rige por las mismas normas que el resto del Ejército, y ni siquiera se admiten extranjeros.
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