Mi querido Pelayo:
El nuevo orden antinatural de la Agenda 2030 quiere introducir en tu dieta una serie de insectos bastante repugnantes, que sólo pueden ser una delicia para la gula de sapos y ranas. Sin embargo, algunos de estos bichos a mí me resultaron sabrosos, tal es el caso de las hormigas colombianas, escamoles y chapulines mexicanos. Dentro de esta carta exótica he elegido el siguiente menú entomófago[1]: abejas y moscas. ¡Espera! ¡No te vayas haciendo arcadas! No voy a imponerte la dieta de San Juan Bautista, a base de langostas y miel[2]. No temas, espero no servirte nada que te resulte repugnante ni que sea indigesto para tu estómago, pues ya nos dice la Escritura que: deberéis considerar inmundos a todos los insectos con alas que andan sobre cuatro patas. Pero podréis comer, entre los animales de esta clase, todos aquellos que tienen más largas las patas de atrás, y por eso pueden saltar sobre el suelo, o sea, todas las variedades de langostas y grillos. Cualquier otro insecto alado que tenga cuatro patas, será para vosotros una cosa inmunda[3]. Las moscas tienen seis patas peludas, para traer y llevar suciedad, vehiculando agentes patógenos allí donde se posan. Las abejas tienen también seis, aunque en ellas trasportan el polen que fecunda las flores y del que se hace la miel. En consecuencia, quedan descartadas de tu menú, mi propósito es simplemente nutrir tu alma con algunas consideraciones con fundamento in re e iremos per visibilia ad invisibilia[4].
Como has de saber, abejas y moscas son insectos diferentes que obedecen a señores distintos, por lo que bien podrían servirnos para comprender mejor, desde una perspectiva un poco original, la meditación de las Dos Banderas, que San Ignacio nos ofrece en los Ejercicios espirituales[5].
Señor y dios de las moscas
Por un lado tienes a Belcebú, señor y dios de las moscas, como lo indican la etimología y como lo nombra nuestro Señor[6]. El señor de las moscas envía a sus sulfurosos súbditos por todas partes, sembrando corrupción, maldad, extendiendo el imperio de Tánatos en toda la creación y el pecado en los corazones. Trata de imaginar así como si se asentase el caudillo de todos los enemigos en aquel gran campo de Babilonia, como en una grande cátedra de fuego y humo, en figura horrible y espantosa. Vemos bien que simula asentarse, sólidamente, cuando en realidad su fundamento es inestable, sumido en la zozobra, inquieto y temeroso como siempre están sus siervas las moscas.
Las molestas moscas no tienen paz, pululan inquietas incordiando por la mañana, por la tarde y sobre todo a la hora de la siesta cuando no se encuentra un mosquil[7] disponible. Hoy las sufrimos del mismo modo que los egipcios padecieron esta plaga cuando vinieron toda clase de moscas molestísimas sobre la casa de Faraón, sobre las casas de sus siervos, y sobre todo el país de Egipto; y la tierra fue corrompida a causa de ellas[8]. Las moscas, en sentido propio, nos siguen invadiendo y torturando por toda nuestra geografía y, en sentido figurado, y es lo más grave, se convierten en el flagelo de los espíritus.
Las moscas buscan poner sus queresas en las heridas, grandes o pequeñas, infectándolo todo con sus patas sucias de basureros, cloacas hediondas y pozos negros. Siempre que llegan echan a perder hasta el perfume más delicioso, pues una mosca muerta corrompe y hace fermentar el óleo del perfumista[9]. Se refocilan gozosas en cada cadáver o estiércol de no importa qué tipo de animal; vuelan inquietas hasta poderlo encontrar y lo suelen hallar fácilmente pues todo está pringado de maldad, porque desgraciadamente lo que más abunda en este pobre mundo es la suciedad física o moral. Como aborrecen lo limpio, tienen tirria de todo lo puro, propagan la inmundicia con frenesí. Esa es su obsesión, poder descubrir todo aquello que es malo, sucio, torpe, impuro y así multiplicarlo. De todo lo execrable nutren su desgraciada existencia y si alguna brisa trae noticia hasta sus narices de algún olor a podrido bien nauseabundo, vuelan presurosas a solazarse en la inmundicia y allí permanecen. Enfangadas en el vicio y la malicia perdieron su libertad, esclavas del mal para siempre.
Las infectas moscas son demócratas por eso proliferan en la masa anárquicamente, ellas como las langostas, que no tienen rey, pero todas salen en escuadrones[10]se dedican a satisfacer su voraz egoísmo individualista. Existen y propagan por todo el mundo el caos igualitario de las pocilgas infernales.
Reina y Madre
En cambio, las abejas son monárquicas, tienen una reina que las preserva de la confusión y el caos. La podrás distinguir por su tono azulado, semejante al que viste la Inmaculada. Ella no es solo reina, también es madre, puesto que las millares de abejas que habitan la colmena son todas hijas suyas, por esa razón entre ellas existe un fortísimo vínculo fraternal. Su presencia comunica paz y tranquilidad a su enjambre y establece un vínculo de unión[11] entre todos los componentes que forman su reino, como corresponde a una sociedad bien organizada, vital y orgánica. Aquí las obreras no son revolucionarias, no conspiran ni se amotinan, sino que trabajan mancomunadamente. Las abejas saben que, aisladas y solitarias, caminan a su ruina, porque su naturaleza es social. Ni siquiera perciben el color rojo[12] que a tantos insectos subleva y ellas ignoran, pues no existe confrontación dialéctica entre obreras y zánganos, entre activas y contemplativas, entre Marta y María, todas tienen su puesto como lo tienes tú en la comunión de los santos. Las abejas profesan a su reina una exquisita devoción preparándole la jalea más preciada y deliciosa: la jalea real. La Reina de un Pelayo es aquella Reina y Madre más dulce que la miel[13] que destila de un panal, Reina de paz y concordia, la que triunfará aplastando la cabeza del señor de las moscas.
Nuestra Señora envía a sus obreras por todo el mundo para fecundar, con el soplo del Espíritu Santo, toda clase de flores, porque la floración es abundante más las abejas obreras son pocas[14]. Puedes considerar cómo el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos y los envía por todo el mundo a esparcir su sagrada doctrina por todos los estados y condiciones de personas[15]. Nuestra Reina y Madre asentada con modesta majestad en la sencillez despojada de toda vanidad y artificio, desde la bucólica humildad de una colina, te envía en misión por campos, valles, huertos y jardines para dar y recibir lo mejor que las flores te dan, con tal de que tú otorgues aquella caridad que las hace fecundas, en justo y admirable comercio que permite que se establezca entre nosotros el reino de la Caridad[16].
Nunca verás ociosas a las abejas cuando llega la primavera; ellas saben esperar a que pase el invierno; sobreviven apiñadas rodeando a su reina, dándose calor mutuamente. Cuando las que están en la periferia exterior de la piña ya no soportan más el frío, se introducen en el interior, siendo remplazadas por las que están calentitas. Mientras tanto trabajan en los claustros interiores de sus colmenas, preparan la cera virgen con la que se hará el cirio que, encendido en la noche pascual, anunciará el fin del reino de Belcebú. Las abejas trabajan solamente fuera cuando alumbra el sol, no son hijas de las tinieblas, cuando llega la noche se recogen en sus celdas esperando el amanecer.
Las abejas pasan por alto y desprecian todas aquellas inmundicias que deleitan a las moscas, con viento a favor o en contra vuelan hasta cien kilómetros cada día. Trabajan recogiendo el polen de flores grandes y chiquitas, humildes o soberbias visitando hasta siete mil flores en un solo día. Ellas liban en cada una ese polen que será miel dulce en los panales. Además, mientras fabrican la miel, las hacendosas abejas limpian, ordenan, reparan su colmena y se aseguran de que esté bien ventilada, para que mantenga la temperatura adecuada. No hay labor pequeña cuando la intención es noble y santa.
La inmunda mosca es más cobarde que el pecado y escapa cuando sospecha de algún peligro. Cualquier sombra es una amenaza que la aterroriza, por eso huye despavorida y su efímera y su miserable existencia está llena de inquietud y zozobra. Por el contrario, la abeja es valiente y si ha de defender a los suyos ―porque inmolarse para sí misma sería un absurdo― reacciona heroicamente cuando percibe que han matado a una de las abejas de su enjambre y sacrifica su vida picando al agresor para proteger su colmena, dejando en la estocada sus mismas entrañas. Y aunque hablamos de flores y mieles, su comportamiento nada tiene de cursi porque la abeja defiende con alma, corazón y vida esa colmena que es la suya. Aunque sean cientos las colmenas del apiario, para ella es su único hogar, su ciudad, su reino, allí nació y por ella muere, ¡por su reina y su colmena! ¡Por su madre y sus hermanas! Nos da un ejemplo acabado de aquello que San Agustín nos enseña a la hora de construir la Ciudad de Dios, que se edifica prefiriéndola y amándola hasta el desprecio de nosotros mismos. A su enjambre se debe y para ellos reserva la miel de una caridad, jerárquicamente bien ordenada y conservada en armoniosos alvéolos; no se comporta como aquellos que para los suyos destilan hieles, mientras por fuera derrochan sus mieles agasajando a insectos foráneos.
En el universo apícola, la abeja manifiesta de una manera muy singular el heroísmo de su caridad por el bien común de la colmena y lo lleva al extremo de la abnegación total, pues al darse cuenta de que va a morir, sintiendo que se acerca su última hora emprende su vuelo final para dejar sus restos lo más lejos posible del hogar; así evita ensuciar el ambiente y darles más trabajo a sus hermanas. Las únicas abejas que fenecen en la colmena son aquellas que mueren por accidente, de frío o de hambre, o que son asesinadas por algún depredador.
Esto debería ayudarnos a honrar la memoria de aquellos que en el campo de batalla no tuvieron ni las lágrimas de una madre, ni la mano de un hijo que cerrara sus ojos cuando murieron solos por Dios, su patria, sus libertades y su rey. Es nuestro deber exaltar la memoria de aquellos héroes que fueron “plus ultra” a llevar la civilización católica allende los mares y de tantos misioneros que, obedeciendo el mandato de su Reina e impulsados por la caridad apostólica, hicieron fecundas a muchas almas con la gracia divina y así dieron frutos de vida eterna[17]. Con la fuerza de la verdad, al influjo del ejemplo y la buena palabra, amando hasta el extremo, murieron muy lejos de los suyos. Hay heroísmos ocultos que no ven jamás los hombres, admiran los ángeles y complacen solo a Dios; por eso un Pelayo tiene presente y muy claro en todos sus actos que: “Ante Dios nunca será héroe anónimo”.
La miserable creatura que es la mosca está dotada de más de ocho mil ojos, por eso nada sucio o guarro le pasa inadvertido, aunque sea ínfimo. Solo tiene ojos para ver lo malo, lo defectuoso y criticable, a lo que dedica su triste existencia y en lo que encuentra su deleite.
Age quod agis
Cuando las moscas llegan hasta una herida o quemadura, se posan presurosas para infectarlas y si les es posible causarán una gangrena. No obstante, si en la herida pones un poquito de miel de abeja, verás como te ayuda a cicatrizar y muy pronto estarás curado. Por tu parte, no infectes, como hacen las moscas: miel de misericordia es lo que has de poner en las heridas del prójimo. Además, las abejas producen otra medicina muy especial que protege la salud de su colmena y la de los hombres que la saben utilizar: el propóleo. Es una sustancia semejante a la resina con la que protegen la colmena de virus y enfermedades, cierran brechas y agujeros a la lluvia y al viento, impermeabilizan las paredes para no sufrir las consecuencias de las tormentas y también envuelven el cadáver de los ratones y otros invasores grandes que no pueden sacar, para que la osamenta no intoxique la salud de sus congéneres.
Pelayo, tú tienes la opción de seguir el ejemplo de la abeja —toda una maestra de santidad— y de huir siempre del ejemplo de la mosca. La abeja trabaja, vuela y revuela buscando una flor; rápidamente pasa por alto todo aquello que atrae a la mosca. Que no se detengan tus ojos en la basura que hay en la calle y en las pantallas, pues éstas ensucian tu alma. Ten ojos solo para las cosas buenas, bellas y sanas, recuerda apartarte de las malas, feas y enfermas. A palabras necias, oídos sordos, no se detenga tu atención escuchando u oyendo cosas malas. Evita todo aquello que es criticable ―temas, personas o cosas―, porque a la larga infunden desánimo y hunden en la cloaca pestilente del pesimismo, te llevan al pecado, que solo fascina a las moscas. ¡Pon a salvo la Esperanza!
Las abejas saben huir de las aguas tóxicas y se alejan de toda suerte de inmundicia. Aplican la exhortación de San Pablo que insta a evitar ciertos temas que fomenta la mórbida y escabrosa sicología moderna: nec nominetur in vobis[18]. Los escándalos, las malas noticias, mentiras, críticas, murmuraciones y calumnias solo hacen las delicias de las moscas chismosas: “mosquitas muertas[19]” propagadoras del mal espíritu. Las abejas se entretienen con las flores del campo, del huerto y el jardín, atareadas en elaborar esa miel tan dulce, ¡tan rica en las tostadas! No se distraen con nada ajeno a su deber de estado, oficio y misión, no les queda tiempo para perderlo en aquello que no les concierne. Pelayo “age quod agis[20]” que tu alma se dirija rauda y decidida, cual abeja, sin escalas, del rosal a la colmena, de la colmena al rosal, no permitas que tu espíritu divague por ahí papando moscas[21] que van y vuelven volando en círculos viciosos, incapaces de olvidarse de lo que les obsesiona. No quedes cautivo de una escena, situación, palabra o imagen congelada a perpetuidad en tu memoria, en detrimento letal de tu paz, alegría y libertad. La abeja está ocupada en su deber, en cambio la psicología de mosca está atada a lo todo lo negativo, es esclava de lo malo y está obcecada por permanecer en lo sucio. Pelayo, las abejas te darán el hilo de Ariadna, para no quedar cautivo en el laberinto infernal y no ser presa del que en el mito se llama Minotauro, pero en realidad es el susodicho señor de las moscas.
La abeja continúa con su labor con mayor entusiasmo cuando sabe que va a libar los dulzores más puros que solo se encuentran en el lirio, pues has de saber, Pelayo, que las flores más preciadas y exquisitas crecen amparadas por las espinas. Ofrecen su cáliz, abriendo los pétalos al sol —es virtud angelical su néctar de pureza— defendidas por la coraza protectora de las espinas rudas y ascéticas de la mortificación y el sacrificio.
Tres enemigos
Tiene la abeja tres enemigos: el humo, el sapo y la araña y tres enemigos tiene tu alma: el mundo, el demonio y la carne. Debes estar en guardia.
Evita con cuidado el humo del mundo que emana de la cátedra de fuego de Belcebú azufres tóxicos y lluvias químicas, que intoxican y envenenan abejas y almas con sus falsos eslóganes: libertad, igualdad, fraternidad; y doctrinas erróneas: democracia, modernismo, liberalismo. Este humo mundano entorpece, atonta, embriaga y los herbicidas aniquilan.
Cuídate de la lengua del sapo que está esperando que llegue volando bajo la abeja cansada, con sus alforjas cargadas del polen de su trabajo, para devorarla sin piedad de un lengüetazo veloz como un relámpago, así les ha sucedido a tantas víctimas del respeto humano. Esos peligrosos e inmundos batracios son letales para las abejas y mortales para las virtudes cristianas; representan muy bien la lascivia[22] y la pereza que corrompen el alma. Te devorarán con la crueldad característica de los que no hacen nada.
No te fíes de las arañas, cuya tela tejida estratégicamente entre las flores atrapa a muchas abejas. Acechan para apresarlas con sus hilos imperceptibles, que, aunque son de seda muy suave, están hechos del material más resistente que puedas encontrar en la naturaleza, cinco veces superior al acero. Pues una vez que has caído en la red, o en la “net” como la llaman los informáticos, te van esclavizando con vicios que atan, para luego paralizarte con su veneno. Ese bicho que vuela sin alas es el ángel caído que un día de rebeldía las perdió para siempre y te llega a persuadir de que eres libre navegando por la red, para hacerte su esclavo en el infierno. No te fíes de las estrategias arácnidas.
Aprende de la abeja a permanecer vigilante y montar guardia. Cuida bien las piqueras, es decir: tus cinco sentidos, que son las puertas de tu alma. Eres objetivo militar al que asedian peligros mortales y veniales. Unos son los avispones asiáticos, depredadores feroces y auténticos carniceros infernales, que como el pecado mortal masacran la colmena, matando una abeja tras otra de una dentellada; y los otros son los ácaros, que actúan como el pecado venial, la van degradando sigilosa y paulatinamente, lo que, en definitiva, será la ruina de la colmena que quedará para siempre callada, refugio de sabandijas, desierta de abejas. Pelayo, permanece siempre atento porque no sabes a qué hora vendrá el ladrón[23]. Protege con firmeza la colmena de los numerosos enemigos que quieren robarte el tesoro de la gracia. Cuando a un niño pequeño lo vienen acosando demasiadas las moscas, es señal de que hay que cambiarle los pañales; antes que pensar en exorcismos, recuerda que, tal vez, sea simplemente el momento de confesarte.
La loca de la colmena
Nuestra vida cristiana consiste en hacer el bien, como la abeja, y evitar el mal, no como la mosca, que vive consagrada a lo sucio. Nuestra condición humana se ve afectada natural y espiritualmente por todo lo malo, tanto real como imaginario, pues tanto el mal real como el ficticio nos causan un impacto nocivo. El mal concreto y aún mucho más el imaginario terminan enfermando nuestro ánimo, que Dios creó para lo bueno. Moscas infernales han franqueado las fronteras del mundo real y multiplican su impacto sin límites y de manera insospechada, en el espacio inconmensurable de la soledad en la que se halla el individuo aislado producto de la sociedad liberal.
Dichas moscas, de manera metafísica, son mucho más perniciosas que en el orden natural, proliferan al infinito en la imaginación, mucho más que en el mundo físico y su efecto corruptor va extendiendo el reino de Belcebú en toda la sociedad. Roban a las almas la gracia y la paz, destruyen la alegría de los corazones, nublan las inteligencias, quiebran el equilibrio de la psiquis, apagan el entusiasmo, hunden en la tristeza, siembran el desánimo y tantos desastres más. No permitas que las moscas enjambren en tu mente y en tu corazón; luego proliferan en la imaginación. Tenemos que vencer el mal con el bien[24] y una de las estrategias más eficaces para permanecer incólumes ante los males futuros que nos aterrorizan, los males pasados que nos desaniman y los presentes que nos aplastan tiene como arma más eficaz el látigo de la indiferencia, eficaz matamoscas.
Sigue el ejemplo de la abeja que sobrevuela ajena y distante sobre muchas cosas malas, ocupada exclusivamente en buscar las flores buenas. Los vuelos del pensamiento deben dirigirse a la verdad y los vuelos del corazón hacia lo bueno, lo santo y puro, como hace la abeja. Nuestro Señor nos enseñó a pedirle al Padre que nos libre del mal[25], y del mal debes huir, para no ser como la mosca que vuelve al vómito[26] pues así es el necio que repite su necedad. Pasar de ser mosca a ser abeja en metamorfosis evolutiva, en el orden natural es una utopía, pero en el orden espiritual es una gracia especial, una conversión milagrosa.
Coloquio
Pelayo, seguir el ejemplo de la abeja te ayudará a ser santo. Acrecienta las virtudes emulando a aquellas almas que exhalan el dulce aroma de Cristo[27], aromaterapia del alma. Haz como ellas, abreva tu alma con las místicas mieles que manan del Sagrario, adéntrate en la llaga divina del Corazón traspasado y liba la miel de cada rosa del santo rosario. Nutre tu alma con el polen sabroso que guardan celosos entre sus pétalos los libros buenos que parecen olvidados. Leyendo los evangelios podrás decir con el salmista: ¡Qué dulce es tu palabra para mi boca, es más dulce que la miel![28] ya que: Las palabras amables son un panal de miel, dulce al paladar y saludable para el cuerpo[29] y nada hay más amable y salvífico que la palabra de Dios, sobre todo cuando miríadas de moscas se nutren de malas noticias, pasadas, presentes o futuras y pocas son las abejas que se deleitan y alimentan de la siempreviva Buena Nueva. Aprovecha la oportunidad que la Providencia te brinda para extraer cada día de cada flor —flores que tal vez se marchiten y ya no estén mañana— el polen que en la colmena será la más dulce de todas las mieles: la caridad, virtud heroica que te permite encontrar al Dios Infinito oculto en la nada de las pequeñas cosas. Es el ascensor que te llevará a la cumbre de la santidad. En todas las acciones insignificantes a los ojos del mundo, que acostumbra a admirar las cosas grandes, en estas aparentes nimiedades hay tesoros de vida eterna que tienen un valor divino. Estas acciones te permitirán oír gozoso estas palabras: servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más, entra a participar del gozo de tu Señor[30].
Nuestra Señora, la Siempre Virgen María, que es tu Reina y Madre, la más fuerte de todas las reinas y más dulce de todas las madres, te introducirá en la Jerusalén celeste, la patria definitiva que excede en perfección a la primera tierra prometida que manaba leche y miel y te harás digno de recibir esa herencia que es más dulce que un panal[31].
Haz tu colmena en su Corazón Inmaculado ―donde ninguna mosca infernal encontró jamás nada sucio― y con tantas y tantas almas buenas trabaja sin cesar impulsado por el Espíritu Santo. Colabora con la misión del Buen Espíritu en una labor fecunda y fecundante, de flor en flor, en actividad incesante, para acrecentar el caudal de esa miel en virtud y santidad que nos endulza la vida en esta tierra. Su dulzura nos protege de las amarguras temporales y eternas, y cuando llegue la hora de cosechar las mieles serás juzgado en la Caridad[32].
Examen de la meditación
Cuando termines de leer este texto considera un momento aquello que ha quedado en tu ánimo, para ver hacia qué bandera se inclina tu vida, la de Nuestra Señora, Reina de la Colmena y Emperatriz del apiario o la de Belcebú, señor y dios de las moscas. Si solo has parado mientes en su falta de contenido o profundidad, estructura o análisis, en lo que lo que digo o en lo que callo, si lo consideras simplemente una fábula fantasiosa, si has identificado errores de ortografía o sintaxis, tu corazón siente y actúa como la mosca. Si por el contrario has encontrado algún concepto, idea o imagen que te ayude a ser mejor, es porque lo que llama tu atención, te atrae o interpela es lo poco o mucho que tiene de verdad, entonces servirá para que seas más bueno. Tu vida y la de tu prójimo transcurrirán más felizmente aquí en la tierra y serán bienaventuradas en el cielo y así mi trabajo de apicultor te habrá servido de algo.
Rvdo. P. José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas y Capellán Real
[1] Que come insectos
[2] Mt. III-4 y Mc. I-6
[3] Lev. XI-20,23
[4] Per visibilia ad invisibilia, por lo visible a lo invisible, parece ser un eco de una afirmación de la carta a los Hebreos (XI, 3): por la fe, comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible. O puede estar inspirado en las afirmaciones de San Pablo: no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno (2 Cor IV, 18); o también: todo cuanto de se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos: Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras (Rom I, 19).
[5] Ejercicios espirituales de San Ignacio. Meditación de las Dos Banderas. Punto 140
[6] Mt. X, 25; Mt. XII, 27; Lc. XI, 15
[7] Sitio para recogerse huyendo de las moscas, en las horas del resistero estival.
[8] Ex. VIII-24
[9] Ecl X-1
[10] Prov. XXX- 27
[11] Col. III, 14. Super omnia autem haec, caritatem habete, quod est vinculum perfectionis.
[12] Gracias a su visión, las abejas son capaces de percibir una gama de colores que se extiende desde el color ultravioleta (300 nanómetros) hasta el amarillo- anaranjado (650 nanómetros). No son capaces de percibir el color rojo, ya que este se encuentra por encima de los 650 nanómetros. De hecho, el color rojo lo perciben igual que si se tratara del color negro.
[13] Ps. XIX,10
[14] Mt. IX,35-38 Rogad, pues, al Señor de la mies, que envié obreros a su mies
[15] Ejercicios espirituales de San Ignacio. Meditación de las Dos Banderas. Punto 145
[16] Mt. VI, 10
[17] Jn. IV-36
[18] Ef. V, 3
[19] Los académicos definen mosca muerta, como “persona, al parecer, de ánimo o genio apagado, pero que no pierde la ocasión de sacar provecho”.
[20] Haz lo que haces.
[21] En lenguaje popular, papamoscas define a una persona ingenua, cándida o crédula.
[22] La rana en la Sagrada Escritura también representa a los demonios. Lo vemos en Apc. XVI, 13 “Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta a tres espíritus inmundos en forma de ranas”. Hay más alusiones en los Salmos (LXXVII, 45; CIV, 30), o en el libro de la Sabiduría (XIX, 10). Siguiendo, pues, la tradición los sabios de la universidad de Salamanca ordenaron esculpirla en la fachada de su edificio principal, para poner en guardia a los estudiantes de las trágicas consecuencias de los pecados de impureza: muerte del alma y, en ocasiones, del cuerpo.
[23] Mt. XXIV-43
[24] Rom. XII-21
[25] Lc. I, 4
[26] Prov. XXVI-11
[27] 2 Cor. II, 15
[28] Ps. CXIX, 103
[29] Prov. XVI, 24
[30] Mt. XXV- 14, 30
[31] Ecle. XXIV, 20
[32] San Juan de la Cruz: Al atardecer de la vida seremos juzgados en la caridad.
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