Dice usted que es carlista. ¿Qué es el Carlismo?
El Carlismo es la encarnación política de la continuidad de la monarquía católica, esto es, de la monarquía hispánica. En el siglo XIX la revolución liberal se abrió camino en España a través de la usurpación dinástica, en 1833, mientras que los defensores del antiguo orden se abrazaron a la causa de la legitimidad en torno al legítimo Rey Don Carlos. Desde entonces el carlismo ha sido el baluarte de la tradición política española frente al liberalismo, el socialismo o el fascismo.
¿Cuánto cuenta el Carlismo en el seno de la derecha española?
El juego derecha-izquierda es muy inadecuado para la comprensión de la vida política. En todo caso, sin el carlismo no se puede entender la historia española del siglo XIX, con tres guerras e incontables asonadas, con una red tupida de periódicos y revistas, incluso con una presencia relevante en el Parlamento liberal. En el siglo XX su influencia llega, desde luego, a la II República (1931-1936), pues sin la participación de las milicias carlistas no se puede concebir el Alzamiento Nacional del 18 de Julio de 1936. Cuando la Falange no era sino un grupúsculo, la Comunión Tradicionalista era una organización sólida. Después de la guerra Franco le privó del sostén de sus Círculos, esto es, de sus propiedades y medios de comunicación, y desató una persecución implacable a veces, mezclada otras con alguna tolerancia. Puede decirse que hasta los años sesenta del siglo XX el Carlismo era una organización importante. Fue el cambio religioso del Concilio Vaticano II y el problema dinástico interno, cuando Franco eligió como sucesor al representante de la dinastía liberal (Juan Carlos), con la reacción desacertada de Carlos Hugo de Borbón, lo que provocó su decadencia. A la muerte de Franco se hallaba dividido y debilitado. Pero no hay que olvidar que la propia Falange, que creció de modo inorgánico y oportunista al calor del régimen de Franco, no corrió una suerte mejor. La política establecida en la derecha a la muerte del general no fue otra que la del conservadurismo liberal en sus distintas versiones. Hoy el Carlismo, pese a que cuenta con notable prestigio intelectual, y cuenta con delegaciones en parte de Europa y en toda Hispanoamérica, no tiene ningún peso electoral.
Dice usted también que es tradicionalista y no conservador. ¿Cuál es la diferencia?
El conservadurismo es una rama del liberalismo. Los partidos liberales que se llamaron moderados en un momento del siglo XIX, frente a los que querían con demasiada rapidez destruir los restos del viejo orden, apodados de progresistas, no sirvieron para impedir el proceso, ni siquiera para frenarlo, sino más bien para consolidarlo. Una vez lograda su estabilización, pues la consolidación del liberalismo en sentido estricto es imposible, ya que su triunfo tiene que coincidir con su derrota, siempre a manos de los revolucionarios más coherentes, que sólo destruyen, hubo grupos que centraron su acción en la conservación… de la revolución.
Hoy, en realidad, buena parte de los que se consideran tradicionalistas, tanto religiosos como políticos, no son en realidad sino conservadores. La tradición reside en el progreso –sociológico, pero depurado moralmente– acumulado. El liberalismo es anti-tradicional, pero en algunas de sus ramas puede ser conservador.
¿Cómo se sitúa, en el orden de las ideas, respecto de un partido como Vox?
Vox es una escisión del Partido Popular. Éste nació de la evolución de Alianza Popular, esto es, de la reunión de un conjunto de personalidades políticas del franquismo. Se trataba de una formación conservadora, naturalmente liberal, con elementos demócrata-cristianos, que evolucionó hacia el centrismo reformista. No es difícil entender que pudiera haber un sector descontento, el más conservador, con esa evolución. Pero el origen de Vox no es tanto doctrinal como personal. Abascal era un dirigente del Partido Popular en el País Vasco que tuvo algunas divergencias con el mismo a propósito de la política anti-terrorista. Fue recibido por Esperanza Aguirre, presidente a la sazón de la Comunidad de Madrid, y representante del sector más liberal en materia económico-social del Partido. Sólo cuando ella dejó la política Abascal se vio obligado a encontrar otra ubicación. Sus intentos sucesivos fueron durante cierto tiempo fallidos: ni como fuerza católica o identitaria, que ambas cosas intentó de manera oportunista, tuvo éxito. Sólo los sucesos de Cataluña en 2017, junto con unas coyunturas electorales (inesperadas y totalmente circunstanciales) favorables logró abrirse un espacio. En realidad, estuvo a punto de desaparecer.
Vox, por tanto, es un satélite del Partido Popular, al que acusa con razón de haber abandonado algunos principios fundacionales. Pero es un partido liberal-conservador, con expresiones externas extremistas, que le han dado la etiqueta de ultraderecha. Su aparición sólo ha servido para fagocitar cualquier reacción sana en el seno de la sociedad española tradicional y llevarla al liberalismo. Un completo desastre.
Vox es el único partido conservador que cuenta electoralmente en España, pero su electorado continúa siendo limitado. ¿Se han entregado los españoles a la ideología progresista/woke?
La sociología y la legislación electoral española lleva a que el Partido Socialista sea el «partido de Estado» y el Partido Popular una oposición que, cuando el Partido Socialista fracasa, consigue llegar al poder por un tiempo, generalmente corto. Los votantes del Partido Popular no son de ideología progresista, aunque la secularización ha hecho estragos en la sociedad española. Los votantes de Vox son antiguos votantes del Partido Popular que se sienten traicionados, pero que no siempre mantienen posiciones coherentes. En todo caso, más allá de sus aspectos demagógicos y poco serios, en ciertas cuestiones de fondo como el atlantismo o el sionismo, Vox lo es más marcadamente que el propio Partido Popular.
En Polonia, y más ampliamente en la antigua Europa del Este, se describe esta revolución progresista woke que se desarrolla en Occidente como marxismo cultural. Pero usted ha escrito que «la corrección política no es tanto fruto, como se ha solido decir, del marxismo, ni siquiera de eso que algunos llaman el marxismo cultural, sino del liberalismo en su versión radical posterior a la revolución de mayo de 1968». ¿Es pues el modelo de la democracia liberal el que es disfuncional? ¿Esto no tiene nada que ver con el marxismo?
La corrección política es un fenómeno nacido en los Estados Unidos del liberalismo progresista radicalizado. Sin el americanismo no es comprensible. Su atribución al marxismo es una burda maniobra conservadora para atribuir al comunismo lo que es culpa del liberalismo. Y es que agitar el espantajo del anticomunismo sigue siendo rentable para el liberalismo conservador. Naturalmente que es la democracia liberal la que constituye el problema. El marxismo clásico hoy ha desaparecido. Y el llamado marxismo cultural no es sino liberalismo radical. No hay que olvidar que el mundo occidental de hoy es una mezcla de estructura económica capitalista con socialismo fiscal y secularismo moral. Una especie de individualismo colectivista, aunque parezca paradójico.
¿Hay remedio para estas disfunciones o a su juicio es un problema estructural del liberalismo occidental?
Claro que es un problema estructural del liberalismo. Que conduce a su auto-destrucción. La situación resulta particularmente compleja porque es una tenaza de la que difícilmente puede salirse. La sociedad de masas embrutece y reduce la responsabilidad. Pero los remedios para salir de ella, si es que el panorama internacional lo permitiese, no son asumibles por las sociedades corrompidas.
España se veía tradicionalmente como un país católico, como todavía hoy es Polonia. Pero desde hace años se ha convertido en una vanguardia de la revolución progresista en Europa, más que Italia, otro país latino de fuerte tradición católica. ¿Qué ha pasado?
Las causas principales residen en el desarrollismo franquista, que privó a la sociedad tradicional de sus defensas, tornándola una sociedad de masas, y la coincidencia en el tiempo con la crisis de la Iglesia acelerada por el Concilio Vaticano II. Todos los países católicos están hoy secularizados. Italia o Portugal, desde luego. Pero también Polonia. Si a veces no se ve con tanta claridad como en España es porque entre nosotros se da una situación política especial, derivada de la geografía electoral dictada por la presencia de nacionalismos periféricos en Cataluña o el País Vasco.
La situación de la Iglesia es particularmente lamentable. Pero como en todo el mundo. En España el conservadurismo difuso sirvió al principio para preservar amplias capas sociales de la secularización más profunda de países como Gran Bretaña, Francia o Alemania. Lo que pasa es que en Francia se dio una más neta reacción (aunque pequeña) tradicionalista. A la larga, Francia mantiene ese grupo pujante, aunque España sigue teniendo un nivel mayor de práctica religiosa. Las jerarquías eclesiásticas no quieren ver el problema y siguen aferrados al discurso de apertura al mundo. Que no ha cambiado desde los tiempos del Concilio y que han mantenido, con sus distintos caracteres, Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco.
¿Hay que lamentar la época de Franco? ¿No fue su régimen autoritario, pero menos totalitario que el liberalismo «woke» actual? ¿Puede decirse que los perdedores de la guerra civil española de 1936-1939 han ganado la guerra cultural en la España posterior a Franco?
El régimen de Franco tiene grandes responsabilidades en el desastre presente. Es imposible pensar en la destrucción actual sin la política social y cultural del franquismo. La Falange, dominante en los años cuarenta y parte de los cincuenta, era modernista y laicista. Como una especie de refugium peccatorum permitió que la cultura liberal e incluso marxista se difundieran. Franco, además, no tenía pensamiento político, sino que fue principalmente un oportunista para el que lo más relevante era su propia supervivencia en el poder. Era una dictadura que, para los no implicados en las luchas políticas o doctrinales, resultó más benigna que la situación actual, más opresiva en el fondo.
Con un gobierno que ha hecho posible la extrema izquierda y los separatismos regionales, ¿no corre el riesgo España de desintegrarse, a la vez social y geográficamente?
El equilibrio de fuerzas que sostienen al gobierno es, en efecto, muy inestable. Y el apoyo de los separatistas tiene que pasar factura. España está desintegrada, pero el fenómeno –una vez más– no es estrictamente español. La disociedad o desocialización es un fenómeno universal en el Occidente. España se basó en la monarquía y en la fe católica. Y hoy ambos factores de cohesión están muy debilitados. La monarquía liberal establecida por Franco tiene un escaso espacio institucional. Y, aunque con ciertas ambigüedades, siempre se muestra más cercana a la laicidad. Lo que es suicida.
¿Puede salvarse todavía España? ¿Qué se puede esperar concretamente en el contexto actual? ¿Qué influencia tiene su evolución en lo que pasa en América Latina? ¿Cuál es esta influencia?
Desde el ángulo de las realidades naturales no parece haber salida para España. Más aún, cuando la Iglesia Católica no reacciona y prosigue una línea de autodemolición. La relación entre España e Hispanoamérica sigue siendo estrecha. También en el Ultramar avanza la secularización, por culpa de la inacción de la Iglesia y el avance de las sectas protestantes, promovidas por los Estados Unidos de América. Parte de los procesos son comunes, mientras que otros son propios. No se puede responder desgraciadamente esta pregunta en pocas líneas.
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