Soberanía Alimentaria Española (SAE): ¿una alternativa a la abstención en las elecciones europeas?

El germen de este partido hay que buscarlo en las recientes protestas del campo español

Alexis Codesal, Secretario General de Soberanía Alimentaria Española

Con resaca todavía de las últimas elecciones de Cataluña, en las que, una vez más, la abstención ha sido la opción mayoritaria de los catalanes, con más de un 42% del censo electoral (muy por delante de la segunda opción, la candidatura del PSC, con un 28%), se avecinan ahora las elecciones al «Parlamento Europeo», que se celebrarán entre los días 6 y 9 de junio del corriente. En las últimas elecciones «europeas», celebradas el 26 de mayo de 2019, la abstención fue también la opción preferida de los españoles, si bien con un resultado más ajustado. Entonces la Comunión Tradicionalista invitaba a la abstención de los carlistas en dichos comicios.

Son muchas las razones que pueden estar detrás de la abstención de los españoles y casi todas ellas tienen que ver, directa o indirectamente, más o menos conscientemente por parte de los electores y quiéranlo o no los «loritos sistémicos» (De Prada dixit), con la desconfianza en el sistema parlamentario, que se enfrenta a dos grandes motivos de desafección ciudadana: el carácter inorgánico del sufragio, sentido como injusto y no representativo, y la actual configuración jurídica de los partidos políticos, que en la mayoría de democracias liberales se presentan como estructuras verticales de poder que diluyen los intereses reales de la población y sustraen la acción contributiva al bien común de los cuerpos intermedios en favor de las oligarquías. Este problema se agrava aún más cuando se trata de representar al campo y preservar las formas de vida rural.

En este panorama surgen, sin embargo, iniciativas bienintencionadas que procuran contrarrestar la lógica parlamentaria arriba denunciada con la creación de organizaciones y candidaturas independientes que se pretenden fielmente representativas de los intereses reales de ciudadanos y campesinos. Entre éstos últimos, en lo que respecta a las elecciones europeas, requiere una consideración atenta el proyecto que un grupo de agricultores, ganaderos y gentes del campo en general ha puesto en marcha bajo las siglas SAE: Soberanía Alimentaria Española.

Se trata de una candidatura a las elecciones europeas que, apelando al sorprendente éxito que el BBB holandés (Movimiento Campesino-Ciudadano) cosechó en las pasadas elecciones provinciales de su país (y que amenaza con extenderse en los demás comicios), pretende representar con independencia y autonomía propias, al margen de las terminales ideológicas de los grandes partidos, los intereses del rural español ante el Parlamento Europeo. De entre sus consignas, las hay que aciertan diana en la Agenda 2030 «un plan macabro» que, en opinión de Alexis Codesal, Secretario General de SAE, «sólo representa intereses económicos ajenos, a menudo espurios».

El germen de este partido hay que buscarlo en las recientes protestas del campo español que, según Codesal, evidenciaron la «necesidad de tener un partido propio en Europa, que es quien marca las directrices, porque hemos visto que los partidos tradicionales no nos escuchan y no comunican lo que se decide en Bruselas ni miran por el sector». Aspiran a conseguir al menos un eurodiputado que pueda defender los intereses reales del campo español, siempre con una advertencia por delante: «No somos ni de izquierdas, ni de derechas, ni de centro. Buscamos una solución que se ajuste a las necesidades de los sectores afectados».

Anexo: una doctrina para el campo

La cuestión del campo y su autónoma representación política (su «institucionalización» jurídico-política, diría el gran jurista Vallet de Goytisolo) reviste especial importancia dentro del problema que acabamos de bosquejar, no ya por razones económicas, sino por razones culturales mucho más profundas que tienen que ver con una forma de sociedad apegada a la naturaleza de las cosas. En su célebre ensayo sobre los Cuerpos Intermedios, el prestigioso pensador francés Michel Creuzet defendía la necesidad de que la vida rural se mantuviera cercana a la naturaleza y alejada de las «seducciones artificiales», más bien propias de la ciudad. Pío XII centraba el «conflicto entre la ciudad y el campo» con estas palabras, que hace suyas Creuzet: «Las ciudades modernas, con su constante desarrollo y sus aglomeraciones humanas, son el producto típico del dominio interesado del gran capital sobre la vida económica; y no sólo sobre la vida económica, sino también sobre el mismo hombre. Efectivamente, como lo ha advertido eficazmente nuestro glorioso predecesor Pío XI en su encíclica Quadragesimo anno, acontece demasiado a menudo que ya no son las necesidades humanas y su importancia natural y objetiva las que regulan la vida económica y el uso del capital, sino, por el contrario, es el capital y sus afanes de ganancia los que determinan las necesidades que hay que satisfacer y su amplitud. […] No es al propio régimen (capitalista) a quien hay que culpar, sino al peligro que traería si su influencia viniese a alterar el carácter específico de la vida rural, identificándola a la de los centros urbanos e industriales, haciendo del «campo», como aquí se entiende, una simple extensión o arrabal de la «ciudad»».

Este antinatural estado de cosas corre el riesgo de extenderse a la vida del campo, vida en que la relación hombre-tierra mantiene todavía una sociedad arraigada en lo concreto, inasequible a las ideologías. Precisamente de la relación hombre-tierra extraía Juan Vallet de Goytisolo, glosando al romanista Alfredo Di Pietro, las siguientes tres enseñanzas: amor a lo concreto, ejercicio de la realidad y trascendencia de lo divino. Quizás sean éstos los tres pilares fundamentales de la cultura del campo, esto es, la agri-cultura, a cuya preservación debemos coadyuvar todos, también los «ciudadanos», es decir, los hombres de la ciudad. «A la vez todo un modo de vida y una cultura enraizada en esa dispersión sobre el territorio —advierte José María Gil Moreno de Mora en su obra «Salvar el campo, salvar la Patria»— está desapareciendo bajo la marea uniforme y monótona de una cultura de las grandes ciudades casi detentadoras del poder».

Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella

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