De acuerdo con el calendario litúrgico preconciliar, el día 31 de mayo se celebra la Fiesta de María Reina, que fue instituida por Pío XII en su Encíclica Ad Caeli Reginam, de 11 de octubre de 1954, como colofón al Año Mariano Universal con que el Sumo Pontífice quiso celebrar el centenario de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción por su predecesor Pío IX.
Hacia el comienzo de la Encíclica, el Papa rememora el Radiomensaje que dirigió al pueblo de Portugal el 13 de mayo de 1946 con motivo del acto de la coronación canónica pontificia de la imagen de la Virgen de Fátima, efectuado ese mismo día en la explanada del Santuario mariano por el Santo Padre a través del Cardenal Legado Benedetto A. Masella: «Radiomensaje –apunta Pío XII– que Nos mismo hemos llamado de la “Realeza” de María» (§2, traducción oficial).
En esa Alocución radiofónica empezaba pregonando el Papa: «¡y con el Señor sea bendita Aquella que Él constituyó Madre de Misericordia, Reina y Abogada nuestra amorosísima, Medianera de sus gracias, Dispensadora de sus tesoros!» (§1, traducción en Doctrina Pontificia IV. Documentos marianos, ed. BAC, 1954). Y hacia la mitad de su discurso reafirma: «Jesús es Rey de los siglos eternos por naturaleza y por conquista; por Él, con Él, subordinada a Él, María es Reina por gracia, por parentesco divino, por conquista, y por singular elección. Y su Reino es inmenso, como el de su Hijo y Dios, pues que de su dominio nada queda excluido» (§4, ibid.).
De esta manera Pío XII sintetiza los argumentos teológicos demostrativos de la Realeza de María que desarrollará con algo más de amplitud en la antedicha Encíclica, y que están estrechamente ligados con el Quinto Dogma de la Santísima Virgen. En ese documento, el Pontífice recuerda primero los testimonios al respecto de la Tradición patrística y pontificia. Y seguidamente reúne algunas de las más importantes oraciones de la Liturgia que manifiestan la dignidad regia de María, todas ellas bien conocidas por los fieles cristianos, tales como la antífona Regina Caeli que cantamos durante toda la Pascua Florida, o la plegaria Salve Regina con la que suplicamos su intercesión, o las Letanías Lauretanas por las que invocamos a la Reina de los Ángeles, Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Confesores, Vírgenes y de todos los Santos, rezadas habitualmente después del Santo Rosario, en cuyo quinto Misterio Glorioso se nos invita asimismo a meditar la Coronación de la Virgen María en el Cielo como Reina y Señora de toda la creación.
Por último, el Papa entra en las razones teológicas de la Realeza de María, en donde brilla como clave de intelección su íntima vinculación con la Realeza de Cristo. «El argumento principal –aduce el Santo Padre–, en que se funda la dignidad real de María, […] es indudablemente su divina maternidad» (§13). «Mas la Beatísima Virgen –agrega– ha de ser proclamada Reina […] en razón de la parte singular que por voluntad de Dios tuvo en la obra de nuestra eterna salvación» (§14). Y tras haber recordado, conforme enseñaba Pío XI en Quas primas (1925), que «Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista», Pío XII añade que, «aunque es cierto que en sentido estricto, propio y absoluto, tan sólo Jesucristo –Dios y hombre– es Rey, también María, ya como Madre de Cristo Dios, ya como asociada a la obra del Divino Redentor, así en la lucha con los enemigos como en el triunfo logrado sobre todos ellos, participa de la dignidad real de Aquél, siquiera en manera limitada y analógica. De hecho, de esta unión con Cristo Rey se deriva para Ella sublimidad tan espléndida que supera a la excelencia de todas las cosas creadas: de esta misma unión con Cristo nace aquel regio poder con que ella puede dispensar los tesoros del Reino del Divino Redentor; finalmente, en la misma unión con Cristo tiene su origen la inagotable eficacia de su maternal intercesión junto al Hijo y junto al Padre» (§15).
La Realeza de la Santísima Virgen, así pues, conlleva la profesión de las verdades sustentadas en el Quinto Dogma Mariano, con las cuales se encuentra inexorablemente enlazada. En primer lugar, la afirmación de María Corredentora, por su unión con Cristo en la obra de la Redención, constituye una de las causas o títulos de su dignidad regia. Y, en segundo lugar, de la proclamación de María Reina se derivan, por un lado, su reconocimiento como Medianera de todas las gracias, que fluyen por ella cual canal privilegiado, descendiendo desde la fuente divina hacia los hombres; y, por otro lado, como Abogada que acoge todos los ruegos que, ascendiendo de los hombres a Dios, son presentados con su maternal solicitud ante el Trono divino, obteniendo cuanto pide, y sin que ninguno haya quedado desamparado por ella, como declaramos al rezar el Acordaos.
Finalmente, las correspondencias entre el Hijo y la Madre se completan con la indisociable relación entre el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. Este último aspecto no se toca en la Encíclica de Pío XII. La única alusión al mismo que hace el Sumo Pontífice es cuando, al fijar en la fecha del 31 de mayo la Fiesta de María Reina, manda a continuación «que en dicho día se renueve la consagración del género humano al Inmaculado Corazón de la Bienaventurada Virgen María. En ello, de hecho, está colocada la gran esperanza de que pueda surgir una nueva era tranquilizada por la paz cristiana y por el triunfo de la Religión» (§20).
Félix M.ª Martín Antoniano
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