Es claro que el Papa se refiere a aquella consagración que pronunció en su Radiomensaje dirigido a los fieles portugueses reunidos en el Santuario de Fátima, el 31 de octubre de 1942, con ocasión de la clausura del Año Jubilar de las Apariciones de la Santísima Virgen, y que renovaría poco después, el 8 de diciembre, en la Basílica de San Pedro. Hacia el final de su intervención declaraba el Santo Padre: «En fin; como la Iglesia y todo el género humano fueron consagrados al Corazón de vuestro Jesús para que, colocadas en Él todas las esperanzas, fuese una prenda de victoria y de salvación (cfr. León XIII, Annum Sacrum, 25 de mayo de 1899), así desde hoy os sean perpetuamente consagrados también a Vos y a vuestro Corazón Inmaculado, Madre nuestra y Reina del mundo, para que vuestro amor y patrocinio apresuren el triunfo del Reino de Dios, y todas las generaciones humanas, pacificadas entre sí por Dios, os proclamen bienaventurada, y entonen con Vos, de un polo a otro de la Tierra, el eterno Magnificat de gloria, amor, reconocimiento al Corazón de Jesús, donde únicamente pueden encontrar la verdad, la vida y la paz» (§4, trad. ed. BAC, op. cit.).
Dejando al margen la insuficiencia de esa consagración según los dictados del Cielo –señalada por la propia Sor Lucía en sendas cartas de 20 de abril de 1943 al Obispo de Leiría (cfr. Un camino bajo la mirada de María, ed. castellana 2016, p. 274), y de 4 de mayo del mismo año al P. José B. Gonçalves, S. J. (cfr. El futuro de España en los documentos de Fátima, P. Antonio M.ª Martíns, S. J., 1977, p. 181)–, hay que subrayar cómo el Papa atribuye el futuro triunfo social de la Religión verdadera a ambos santos Corazones de Jesús y María conjuntamente. Esto se ve aún más claro en los últimos párrafos de su citado Radiomensaje de 1946: «Vosotros –dice el Santo Padre dirigiéndose a los asistentes a la coronación de la Virgen–, al coronar la imagen de nuestra Señora, habéis firmado, con el testimonio de fe en su realeza, el de una sumisión leal a su autoridad, de una correspondencia filial y constante a su amor. Habéis hecho todavía más: os habéis alistado como cruzados para conquistar o reconquistar su Reino, que es el Reino de Dios. Que vale tanto como decir: os habéis obligado a trabajar para que ella sea amada, venerada, servida en torno vuestro, en la familia, en la sociedad, en el mundo» (§5). Y, «en esta hora decisiva de la Historia», terminaba el Papa manifestando «la esperanza de que nuestros deseos sean favorablemente acogidos por el Corazón Inmaculado de María y se acelere la hora de su triunfo y del triunfo del Reino de Dios» (ibid.).
Probablemente los Reyes legítimos españoles y sus leales hayan sido los únicos que hayan captado en nuestra época la importancia sociopolítica capital de este inseparable doble culto cordícola en aras de la restauración católica-contrarrevolucionaria. Y si tuviéramos que destacar a un carlista público en concreto, sin duda habría que nombrar a Manuel Fal Conde. Centrándonos en el culto al Inmaculado Corazón de María, fue él el que impulsó la consagración al mismo de la comunión católico-monárquica española, que tuvo lugar el 12 de octubre de 1943, en un tiempo en el que el Jefe Delegado regio continuaba padeciendo el confinamiento en Sevilla que se le venía imponiendo desde noviembre de 1939 por orden del Dictador Franco. «En tal tribulación –recordaba en carta de 2 de abril de 1968 al dirigente javierista granadino Juan Bertos Ruiz– concebí la idea de la consagración, ya que el Papa había hecho la del mundo al Corazón de María. Así se hizo la consagración por la Junta [Nacional] presidida por Calixto [González Quevedo] en Madrid; por una representación en Zaragoza y puede que en algún sitio más. Y Dolores [Valero de Rojas, Margarita granadina] pidió a Ramón [Contreras y Pérez de Herrasti, Jefe javierista a la sazón del Reino de Granada] para que me invitara a hacerla yo en la Capilla de los Reyes Católicos, como se hizo» (Apuntes y Documentos de Manuel de Santa Cruz, Tomo año 1943, p. 226).
Fal Conde, quien consiguió burlar la vigilancia policial para la ocasión, leyó en la Capilla Real –tal como relata el propio Bertos, uno de los asistentes al acto– «la Consagración ante cinco carlistas (tres de los cuales gozan ya de Dios) en el Altar Mayor y a la luz de dos hachones» (Boletín Fal Conde, octubre 1979, p. 1). «Desde entonces –remarca Fal Conde en otra carta a Bertos Ruiz de 8 de julio de 1967– se agregó el Corazón de María al Escudo [Real]» (id., mayo 1988, p. 4). Y comenta el prohombre carlista en otra carta al mismo destinatario, de 3 de noviembre de 1967, que, «como quiera que en España no tenía licitud política tal consagración, hubo de hacerse ahí [en la Capilla Real] como en catacumba» (ibid. p. 5).
Este último aserto se comprende mejor si atendemos a la fórmula de la consagración, que empezaba con estas palabras: «¡Corazón Inmaculado de María Santísima, que ejerces con tu Divino Hijo Jesucristo, Rey y Señor, el imperio sobre todas las cosas creadas y particularmente reinas sobre ángeles y hombres, sobre la Iglesia y sobre las naciones!» (Manuel de Santa Cruz, op. cit., p. 223). Y que terminaba con estas otras: «Ardemos en deseos de salvar a nuestra Patria de regímenes que repugnan a la sana filosofía que la Iglesia enseña y oprimen la libertad que Dios concedió y Jesucristo conquistó para los hombres y que, lejos de perseguir el bien común, procuran el de una casta que degenera en tiranía. Anhelamos para España una paz verdadera en lo exterior librándose de la horrorosa guerra y en lo interior uniéndose todos en la obediencia a la legítima autoridad que se funde e inspire en la justicia y en la caridad. Guíanos Tú hasta la victoria y que ésta sea únicamente, aun a costa de nuestras mismas vidas, para la gloria de Jesucristo Rey y honra Tuya. Regina Hispaniarum, Ora pro nobis» (ibid., p. 225).
Según una Circular, se tenía previsto que el Rey de España D. Javier, «con la asistencia de los carlistas que fueren a acompañarle, realizará la Consagración en el Santuario de la Virgen que S. A. designe» (ibid., p. 222). Desconocemos si el Monarca llegó a efectuarla, dada su entonces delicada situación de práctico confinamiento en el Castillo de Bostz. Fal Conde, en las antedichas cartas, presume que no la llevó a cabo por suponerle ya internado en los campos de concentración, pero en este punto le fallaba la memoria al antiguo Jefe Delegado, pues esa terrible circunstancia no se verificaría hasta julio de 1944, en que el Rey Católico fue hecho prisionero por los nazis. En todo caso, D. Javier renovará la consagración de la comunión –esto es, de la Familia Real legítima y de todas las familias leales españolas– al Inmaculado Corazón de María en solemne acto realizado en la Basílica del Santuario de Fátima el 9 de diciembre de 1967.
Félix M.ª Martín Antoniano
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