Feliz aquel que…

El centro del hogar deja de ser la oración y piedad en reunión, tampoco lo es ya el amor de la cocina, ni una biblioteca modesta, sino un televisor

Ione Belarra, ministro del llamado Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2023. EP.

Todavía opera en muchas de nuestras mentes un beatus ille socialdemócrata. La idea de la vida feliz, muchas veces familiar, que se popularizó en España a partir de los años 50, concreción de un fenómeno más extenso en el mundo.

En efecto, es la imperante en lo que luego se llamó estado del bienestar, desplegada a los ritmos de vida de las socialdemocracias, que persigue los bienes y los placeres bajo la forma del ocio. Conviene notar que, aunque esta ideología después se haya desarrollado hasta el atomismo individual, que estaba en su germen, al principio se abrazó familiarmente y perturbó toda la vida hogareña.

Al repasar la vida de nuestros padres y ascendientes inmediatos, cuando nos narran en qué lugar establecieron su hogar y por qué motivos, observamos cómo mayoritariamente buscaron el agrado. Este lugar es más bonito, más tranquilo, más deleitable… Un contento a su medida.

Cuando desentrañamos cómo se fueron ordenando esas casas, nos topamos con la finalidad que las constituyó. Late el pulso de una vida orientada al retiro ocioso; así luego en los hijos como en los padres. Se produce un retiro progresivo de las ocupaciones y deberes, comenzando por los religiosos.

Aunque no lo procurasen con maldad, el centro del hogar deja de ser la oración y piedad en reunión, tampoco lo es ya el amor de la cocina, ni una biblioteca modesta, sino un televisor. Todo se va postergando y rehuyendo para enclaustrarse en ese paraíso de dislate, dispersión y entretenimiento inmediato (llegan a enclasarse los televisores, las consolas, los aparatos de música y otros dispositivos en «centros de entretenimiento»).

Es curioso que aquel modus vivendi aparentase mayor exuberancia social o cultural (más música, más cine, más libros), cuando en realidad produjo una inmensa destrucción de la vida comunitaria. Esto motivó en gran medida la movilidad social y financiera, pero en general hay también una fuga del trabajo, que sólo se busca para facilitar lo otro. Naturalmente, el primer efecto es la separación entre unas familias y otras, y luego su descomposición.

Ese beatus ille del retiro ocioso deja su huella urbanística: los complejos residenciales, sobre todo de chalés pero no exclusivamente, bajo todas las gamas para posibilitar el acceso también a estratos más humildes. El vecino puede estar pared con pared, pero no hay vida en común con él.

Todo mito su final. Lógicamente, nosotros no podremos establecer nuestro hogar primando la tranquila posesión del ocio privado, por muchos nostálgicos de los 80, los 90 o los 2000 que haya. No sólo no es lícito.

Además, esto sólo era posible en cierto contexto político y económico, que es el que va desde el fin de la II Guerra Mundial al fin de la Guerra Fría; desde entonces vivimos sus últimos coletazos. Las rentas de la liquidación de la industria, de la implementación de las cotizaciones estatales, dieron para mucho, pero ya no darán más.

Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid

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