La crónica deportiva no es habitual en estas páginas. La extrema gravedad de las circunstancias políticas que en esta tribuna se suelen tener en cuenta hace palidecer la actualidad deportiva, en sus buenas y en sus malas noticias. La que hoy nos anima a escribir es, sin embargo, una muy buena noticia que bien merece un comentario obsequioso, aunque sea breve.
Carlos Alcaraz (El Palmar, Murcia, 2003) ha dejado una huella imborrable en la historia del tenis al ganar con tan sólo 21 años de edad el Torneo de Roland Garros (su primera final y su primera victoria), derrotando al alemán Alexander Zverev en el quinto set de un disputadísimo partido, convirtiéndose así en el tenista más joven de este deporte en ganar Grand Slams en tres superficies diferentes (tierra, hierba y pista dura). Una proeza que vuelve a poner el pendón español en la cima de las glorias de esta disciplina.
Si hoy el deporte mediatizado es el circo del pueblo, no es menos cierto que también sigue representando un fondo de humana virtud de sacrificio y superación verdaderamente edificante. De cuando en cuando, uno puede asistir al maravilloso espectáculo de ver a un hombre vencer a su rival y vencerse a sí mismo en noble aspiración de perfección. Si quien protagoniza ese admirable esfuerzo es, además, un compatriota, el hecho no puede ser más digno de orgullo. Y eso es lo que ha ocurrido en la tarde de ayer en París, entre gotas de sudor, lágrimas de emoción y tierra batida.
Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella
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