La oposición en el Consejo Real a la inválida Pragmática de 1830 (y IV)

Repasamos brevemente las trayectorias de Tadeo Ignacio Gil; Dionisio Catalán; y José Cavanilles y Más

Palacio del Duque de Uceda o Palacio de los Consejos. Sede, entre otros, del Consejo Real y Supremo de Castilla a partir del Real Decreto de Felipe V de 20 de Enero de 1717.

No es mucha la información que tenemos del antiguo Corregidor de Madrid, el valenciano Tadeo Ignacio Gil, esto es, de aquel Consejero Real que predijo en la consabida Sesión Plenaria la futura guerra como consecuencia de la publicación de la supuesta Pragmática carolina. A modo de anécdota, podemos reproducir como reflejo de su carácter el siguiente pasaje del Diario de Teijeiro correspondiente a los días 9-13 de Noviembre de 1828 (los subrayados son suyos): «Nuestro excelente Gil decía días atrás a un íntimo amigo, según B. “Mi corazón no puede, aunque yo quiera, ser de este R[ey]». Pero el mejor resumen sobre su persona nos lo proporciona la nota necrológica que le dedicó el diario realista francés La Quotidienne en su número de 4 de Noviembre de 1843. Decía así:

«Don Tadeo Ignacio Gil, quien había llenado, bajo Fernando VII, los cargos más importantes, ha muerto en Burdeos, el pasado 15 de Octubre. Miembro del Consejo Supremo y de la Cámara de Castilla, Superintendente General de la Policía del Reino, Corregidor de Madrid y Juez Protector del Patrimonio Real al mismo tiempo, cumplió tan bien con estas altas funciones que, a pesar de su enérgica protesta en el Pleno del Consejo contra la Pragmática que Fernando quería publicar para abrogar la Ley Sálica [sic], éste no le continuó menos en su confianza y estima.

Cuando la enfermedad de este Monarca en La Granja [de San Ildefonso], el Sr. Gil, con otros dos de sus colegas [= Francisco Marín, liberal; y Vicente Borja, realista] había sido enviado para allí representar al Consejo Supremo de Castilla. Hubo un instante en que los médicos declararon que el Rey había sucumbido al ataque de apoplejía que le había aquejado, y el Sr. Gil propuso, en nombre del Consejo, reconocer como sucesor y soberano legítimo de España a su augusto hermano, bajo el título de Carlos V.

El augusto enfermo, vuelto de la terrible crisis que había puesto su vida en peligro, confió a Cristina las riendas del Gobierno durante su enfermedad, y el Sr. Gil fue destituido de sus funciones [= se le jubiló en Febrero de 1833] y desterrado de la capital [en Enero de 1836]. Las contrariedades que experimentó a consecuencia de estos acontecimientos deterioraron su salud, y estuvo a punto de sucumbir a un ataque de apoplejía. Para restablecerse y disfrutar del reposo que tanto había necesitado, pidió permiso para venir a Francia, y fue en Burdeos donde fijó su residencia.

Su frágil salud y su edad un poco avanzada no pusieron ningún obstáculo a su celo por emprender el año pasado el viaje a Bourges, a donde había sido llamado por S. M. Carlos V, que quería confiarle la instrucción del Príncipe de Asturias en materia de legislación. Pero como el clima del centro de Francia era contrario a sus padecimientos, obtuvo del Rey permiso de regresar a Burdeos, donde acaba de terminar una carrera llena de honor y dedicación. La noticia de su muerte ha sido vivamente sentida por la Familia Real que sabía apreciar el mérito y las buenas cualidades de las que el Sr. Gil era modelo. Poseía una vasta y profunda instrucción, dotado de un espíritu vivo y esclarecido, habiendo consagrado toda su vida al trabajo y la meditación».

Más fácil resulta seguir hoy día los postreros pasos de los Consejeros Dionisio Catalán y José Cavanilles desde que el historiador chileno del Derecho Javier Barrientos Grandon publicó el año pasado los tres primeros tomos (que llegan sólo hasta el apellido «Cerda») de la obra Los Consejeros del Rey (1500-1836), en la que se presentan esmeradas biografías de todos los componentes de los antiguos Consejos de la Monarquía Católica.

Respecto al aragonés Dionisio Catalán, en la entrada que se le dedica se dice que «permaneció en el despacho de su plaza en el Consejo Real de Castilla hasta su supresión en [Marzo de] 1834, y quedó en calidad de cesante. En el año siguiente la Guía de litigantes y pretendientes lo incluía como Juez del “Juzgado de la Conservaduría del número de Escribanos Receptores de los Reales Consejos, Juntas y Tribunales Superiores de la Corte”». Debió de fallecer hacia Mayo de 1835, pues su viuda, el 3 de Junio de ese año, «elevó un Memorial para pedir se le pagaran los sueldos pendientes de su marido difunto».

Finalmente, en cuanto al valenciano José Cavanilles, según se establece en su artículo correspondiente, también quedó en calidad de cesante tras la susodicha supresión del Consejo Real. Continuó viviendo en Madrid hasta que el 6 de Marzo de 1839 solicitó al «Ministerio de Justicia» licencia para residir seis meses en Francia. «Antes de resolver –copiamos de su entrada–, se pidió informe al Jefe Político [= Gobernador Civil de la Provincia de Madrid], y éste lo emitió el 26 de Mayo de 1839, para advertir: “que la conducta moral de este interesado es buena y que, a pesar de que las pocas relaciones que tiene son con personas notoriamente carlistas, sin embargo, en concepto del Jefe Político V[uestra] M[erced] podría acceder a su solicitud con tal de que dejase, antes de obtener el pasaporte, dos personas de conocido arraigo y adhesión a las actuales circunstancias que respondan de la conducta política que observe durante su permanencia en el extranjero”. El 31 de Mayo siguiente se le concedió la licencia, pero con calidad de presentarse ante los Cónsules de España, allí donde se trasladara». En Abril de 1840 ya había vuelto a Madrid, donde permanecería hasta su fallecimiento en Enero de 1844. Solamente añadir que al menos uno de sus nietos, que sepamos, José Cavanilles y Federici († 1888), se incorporó al campo de la Legitimidad tras la «Revolución Gloriosa» de 1868, llegando incluso a tener el honor de ser el Secretario Particular de Carlos VII durante unos meses en 1870. Pero perseveró pocos años en la lealtad, y acabaría por convertirse en uno de los fundadores de aquel proyecto pidalino-vaticanista anticarlista llamado Unión Católica.

Félix M.ª Martín Antoniano

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