La petofilia: la enfermedad mental del siglo XXI

Nos encontramos con la asignación de roles propiamente humanos a lo que es incapaz de ellos

Clarín

En España hay 9,3 millones de canes (no se incluyen gatos ni demás mascotas) frente a los 6,6 millones de niños menores de 14 años; en Madrid, la cifra es más del doble que de hijos. España registró en 2023 la cifra más baja de natalidad desde 1941.

Estas cifras muestran el estado de una sociedad y delata una relación entre dueños y mascotas que no se había dado hasta ahora, máxime, si tenemos en cuenta, que en el 2023 el volumen de negocio del sector ha superado los 5.770 millones de euros.

Los hijos (o nietos) han sido sustituidos por animales, a los que se humanizan, dándole rangos de los que carecen por su propia naturaleza. No es poco frecuente oír a los propietarios que su can «es mejor que las personas y mucho más nobles», ignorando su condición animal, y por lo tanto su determinación natural -instintiva- que lo define. En otras palabras: su incapacidad para cualquier acto moral, por carecer de intención, consciencia, libertad y voluntad; toda actuación del animal está supeditada a su instinto, careciendo de opciones a sus repuestas.

Ejemplo: el animal no ama, no quiere a su dueño, solamente lo reconoce como miembro de una manada (como animal gregario que es) y con un estatus determinado tanto en cuanto que es perro, que le proporciona alimento y sociabilidad: solamente puede comportarse conforme a su naturaleza, ser perro y nada más. Siempre moverá la cola en estado de euforia y satisfacción, aunque el dueño llore amargamente por la pérdida de un familiar (por ejemplo).

Pero nos encontramos con la asignación de roles propiamente humanos a lo que es incapaz de ellos, pero roles truncados, ya que no pasan de ser elementos postizos, algo similar a revestir un maniquí y mantener que es tu hermano del alma.

Así se puede observar cómo se dirigen a sus mascotas con idénticos términos (y confusión) cariñosos que a su cónyuge, hijos o familiares; vestimentas o tratos culinarios, hasta ahora sólo reservados a los humanos; cuidados sanitarios o de ocio; dormir con ellos, etc.. Pero ¿qué buscan sus dueños en estos anómalos comportamientos? Pregunta necesaria -como apuntaba Lewis-: «quienes encuentran en ellos un consuelo frente a las exigencias de las relaciones humanas deberían examinar sus verdaderas razones».

Porque la excusa de la compañía no se sostiene, dado que, salvo su presencia física, nada más pueden aportar a las relaciones humanas necesarias; insisto: no dialoga, no comprende, no empatiza…Y la excusa de que el can es así feliz, es de un absurdo sin límites: el can sólo es can y comportándose como tal cumple con su objeto, no puede ser como un hijo feliz con sus padres adoptivos, ya que eso es sólo un delirio.

La clave la aportó, con fina definición, Juan Manuel de Prada, en su memorable -y de necesaria lectura- artículo del 4 de julio de 2022 «Perrhijos»: «De este modo, la mascota se convierte en el sumidero de nuestro egoísmo, en ese simulacro de hijo que no se queja, que no lanza reproches, que no nos amonesta, que no nos suelta de vez en cuando una terrible verdad».

Evidentemente, el problema no radica en la mascota, si no en el dueño de la mascota, que lo hace depositario de la podredumbre moral de esta sociedad, que se ha transformado en una pandemia sin control.

Y la muestra es que la denominación de esta enfermedad, que ya es una lacra, «petofilia», ha sido hecha apenas hace 50 años.

Roberto Gómez Bastida, Círculo Tradicionalista de Baeza

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