«Adoro», un proyecto editorial católico

somos una familia católica, trabajamos juntos en un apostolado familiar, con otros autores católicos, en la divulgación de la verdad

Como ya saben muchos de nuestros lectores, a partir de mañana, día 24 de junio de 2024 comienza la preventa del libro «Naturaleza Tradicional» que ha escrito el catedrático de micología de la Universidad de Valladolid D. Juan Andrés Oria de Rueda Salgueiro. Será publicado por la editorial Adoro. Su correo electrónico es info@adoroediciones.es. Su director ha escrito el artículo que pueden leer a continuación.

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La historia de la factura de libros y el florecimiento de las artes gráficas es, en cierto modo y como sucede en tantas otras labores, una historia marcada por la secularización de un oficio y la enajenación de un trabajo que emerge del lento e imperturbable scriptorium monástico, se desarrolla a pasos vertiginosos en el taller del impresor, y termina por ir a languidecer a las grisáceas pantallas, al inhóspito medio virtual. Este curso de acontecimientos viene siendo análogo a un sinfín de procesos consistentes en sacar todo lo que pudiera ser sacado del ámbito de la vida piadosa, propia de la esfera religiosa, para romper ese vínculo y reintroducir, como cosa extraña (cuando no contraria) a la religión, aquello que tradicionalmente ha ido de su propia mano, ayudando a sostener la Cruz de Cristo (la buena ciencia, el buen gobierno…).

Para comprender este proceso, nos remontamos al hecho de que ―al igual que muchos de sus asociados, contemporáneos y herederos― Juan Gutenberg dedicó los dones recibidos de Dios a la impresión, primero, de documentos eclesiásticos y cartas papales, y, tras esto, a producir copias en masa de la famosa e incunable Biblia Sacra (de 42 líneas en su primera edición y de 36 líneas en la edición posterior), así como de misales y devocionarios, gracias al éxito de su artefacto de tipos móviles, manufacturado a partir de una tradicional prensa para extraer el mosto de la uva. Desconocemos si Gutenberg fue ejemplar en cuanto a la santificación del trabajo, pero al menos sí sabemos que vivió dedicado a extender la piedad y la sana doctrina de la Iglesia, a poner su ingenio a rendir por y para la Religión, en incontables ocasiones con el mecenazgo del clero; un mecenazgo propio de una Iglesia sólida, que es capaz de operar en las operaciones y relaciones socioeconómicas y laborales del mundo, y que se opone por tanto al concepto modernista de presentar la Iglesia de manera vaporosa, como una opción desconocida entre tantas por conocer, insertada en la confusión del siglo y sus estándares de forma pusilánime, es decir, opuesta a la virtud de la magnanimidad, que llama a la perfecta y total entrega, más allá de lo que hagan los demás, sin temor de los juicios ni de las consecuencias de dichos juicios. 

Otro hecho a considerar ―muy extendido a la hora de engrosar la soberbia y la jactancia negrolegendaria anticatólica, antifeudal y antiescolástica― es que la imprenta, pronto serviría para «arrojar luz» sobre la oscuritas y la ruditas que tenían al mundo «subyugado» bajo el poder de las dos espadas (según nos narra el relato protestante y liberal, cuyos diversos agentes y auspiciadores capitalizaron con gran ahínco la producción libraria, en sus maquinaciones contra la Monarquía Católica y el clero, para hacer propaganda de sus embustes y desacralizaciones, entre ellas, la profunda aversión que siempre han tenido por la lengua litúrgica de la Iglesia Católica, prontos a adaptar ―de forma mermada― las Sagradas Escrituras, la oración y la liturgia a la lengua vulgar, para romper su transmisión tradicional milenaria). Esto se traduce en la ruptura de la búsqueda de la armonía, para la procuración del bien común, entre lo civil y lo eclesiástico, allanándole así el camino a la perversidad que ha supuesto la modernidad, mediante la divulgación y el elogio, sin sujeción a la autoridad, de las modas humanistas renacentistas enmarcadas en la renovación de una supuesta herencia cultural del pasado, que demostró servir a intereses paganizantes, al sincretismo, a las sociedades secretas, y posteriormente, a asentar las herejías protestantes, con su larga cola de errores y fatalidades, que nos han sumido de lleno, mediante violentos procesos revolucionarios ―también en los campos pedagógicos y doctrinales, por ejemplo, acaparando la prensa, la academia y la transmisión del conocimiento―, en la era de las ideologías, el materialismo, la ociosidad, la idolatría, la irreligiosidad y la impiedad. 

La fórmula para esta debacle ha pasado inequívocamente por la publicación gradual de más y más libros y el acceso a los mismos desde diversos ámbitos (tradicionalmente sujetos al magisterio de la Iglesia), a medida que se iba menoscabando el principio paulino de autoridad (Romanos 13) en el orbe católico y sus instituciones (como la Inquisición, por poner un ejemplo).

No obstante, siempre ha habido algo  en el otro lado de la balanza, suficiente para ejercer de contrapeso a toda esta cada vez más sofocante literatura inmoral y profana, cada vez más obsesionada con apuntalar en la opinión pública la incredulidad (donde antes hubo fe firme) y la anarquía (donde antes hubo orden incuestionable), corrompiendo familias y patrias enteras. San Juan Bosco por ejemplo, en su época fue modelo de magnanimidad, al fundar un taller tipográfico y escuela profesional en el Oratorio Valdocco, a favor de los jóvenes más necesitados, y para contrarrestar las ideas protestantes que se difundían en Turín.

También, muy particularmente en las Españas, se ha venido dando esa misma cooperación con la gracia, a través de la denominada como Buena Prensa; aquella que estaba sometida a la autoridad de la Iglesia, dependiente de la obtención de Imprimatur y Nihil Obstat, comprometida con la verdad de Cristo y sirviéndose de los medios técnicos como instrumentos para promover entre sus lectores el bien, impactando en la sociedad positivamente; pues todos querían exhibir ―además de en sus hogares, también en lugares públicos como colegios y hospitales― las preciadas y sanas lecturas que se recomendaban en sus parroquias, que eran prescritas por los siempre respetados clérigos, por autoridades competentes y por personas, en definitiva, virtuosas.

Esta salvaguarda de la vida piadosa en lo más cotidiano es aún visible en algunos registros de empresas; hasta no hace tanto tiempo han sobrevivido todo tipo de imprentas y tipografías católicas, dedicadas a advocaciones de la Santísima Virgen María, o bajo el patronazgo de algún santo; mismamente en la céntrica calle Juan Bravo de Segovia, hace un año que la tienda de Artes Gráficas bajaba la persiana por jubilación, tienda denominada RASA (como ha sido visible siempre en su rótulo) por “Recomendación A San Antonio”.

Así pues, ante la secularización del oficio del monje copista y su evolución histórica, como seglares, es decir, como pueblo fiel (no laicos), integrados en las distintas ramas de las artes y diseños gráficos y/o editoriales, artesanos e industriales, artes vulgares, o como queramos llamarlo; estamos llamados a no ir por donde vaya la corriente, a la deriva con el mundo, sino a ser faro en medio de este naufragio, a ser apóstoles en este erial que es la cultura hegemónica de la barbarie disfrazada de luz, a la que los viejos y habituales enemigos de la Santa Cruz pretenden arrastrarnos.

Teniendo en cuenta todas estas consideraciones, precisas para entender los fundamentos de nuestro proyecto, nos complace presentar en este medio que nos es tan querido, esta sencilla editorial ADORO, Ediciones S. Alonso de Orozco, que tiene todos los ingredientes que nuestro enemigo aborrece: Somos una familia católica, trabajamos juntos en un apostolado familiar, con otros autores católicos, en la divulgación de la verdad y la belleza que son de Dios, para bien de todos, para identificar, combatir y enmendar los errores que nos rodean, para la salvación de las almas, poniendo humildemente a trabajar los pocos dones que gracias a Dios tenemos, para ganarnos el sustento necesario y darle solo a Él la gloria por siempre. 

 No se trata solo de producir libros, sino de influir positivamente en la reparación de este gran orbe católico; herido, sí, pero también capaz de ser sanado si ponemos en el centro de todo (familias, trabajo, deberes, patria) al único que es capaz de sanarnos y salvarnos, Nuestro Señor Jesucristo.

Bajo esta premisa, les invitamos a visitar nuestra página, a suscribirse a nuestro boletín de novedades y a estar al tanto de nuestras publicaciones y actividades, y les agradecemos de antemano toda muestra de apoyo que pueda servir para que esta pequeña obra crezca y se desarrolle para, como proponía San Pío X, restaurar todas las cosas en Cristo.  

Javier Sánchez 

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