Refutando chismes contra el carlismo

Quien afirme que el carlismo es inviable, que es utópico, que solo es posible en la imaginación, tendría que demostrar que las monarquías católicas son imposibles en sí mismas

Augusto Ferrer-Dalmau

Cualquier católico que difunda la Doctrina Social de la Iglesia, que hable a sus amigos de lo que enseña rectamente la Iglesia en materia política, social o económica, o que exhorte a otros católicos a amar y ser fieles a la tradición católica con piadosas devociones y libros, indirectamente favorece al carlismo.

Por más que les duela a los enemigos del carlismo, por más que rechinen sus dientes, por más que zapateen de aquí para allá, renegando y maldiciendo sin ton ni son, el carlismo se siente agradecido con las personas que realizan todo lo anterior. Naturalmente, si usted se adhiere a la Iglesia Católica y aspira a la santidad, usted es amigo del carlismo. Los carlistas son católicos antes que carlistas, así que cualquier semilla en favor de la Iglesia o de la Verdad misma, contribuye a fertilizar el terreno para el surgimiento del carlismo allí donde todavía no se le conoce.

De poco serviría instaurar un régimen monárquico en territorios hispanos si los vasallos del Rey no fueran buenos católicos o si el Rey mismo no lo fuera. Si el pueblo no es consciente de sus deberes para con la religión verdadera, si no guarda antes la fidelidad a Nuestro Señor Jesucristo, peor aún va a guardarla a quien gobierne siguiendo la tradición hispánica, a quien se le dio potestad desde arriba, como diría Cristo sobre el origen divino del poder político. De la misma manera, si el Rey no procura conocer y cumplir sus deberes religiosos, si es infiel a Cristo, peor aún va a cumplir sus deberes para con sus vasallos o procurar su bienestar.

Es por eso que el carlismo depende mucho de la religiosidad del pueblo y del Rey, y se pone como estrategia inicial la regeneración de una sociedad desarraigada de su tradición católica. De hecho, eso es el carlismo en esencia: la Cristiandad Menor, la Hispanidad. Es, en la actualidad, un compromiso de satisfacer los derechos de Nuestro Señor por encima de todo en un mundo que parece haberlo abandonado.

Quien afirme que el carlismo es inviable, que es utópico, que solo es posible en la imaginación, tendría que demostrar que las monarquías católicas son imposibles en sí mismas. Quien afirma semejantes cosas no entiende el carlismo y le atribuye ser una doctrina inventada en algún momento de la historia por quién-sabe-quiénes para quién-sabe-qué y hacia quién-sabe-dónde.

El carlismo es continuador de la tradición hispánica: no se aparece de la nada. Es un residuo de la Cristiandad en tierras hispanas, es reafirmador y perpetuador de la armonía política que tanto favoreció a la salvación de las almas mientras la Cristiandad permanecía institucionalizada. Así como Dios todopoderoso guio a los israelitas a lo largo de los siglos precristianos, a pesar de los desvíos y abandonos de este pueblo para con Nuestro Señor, y logró restaurar el orden allí donde se había perdido, así también se restaurará la cristianización de nuestras instituciones cuando Dios lo quiera.

Puede que llegue el juicio final antes de eso, pero hasta entonces ¿vamos a reemplazar la concepción católica de la política por la secularización de nuestras instituciones?, ¿vamos a renunciar al cumplimiento de nuestros deberes con la religión verdadera?, ¿vamos a abandonar a Dios dejándonos conquistar por la pérfida concepción laicizante de la política, tan dañina para la salvación de las almas? ¡Ciertamente que no!

Lucas Salvatierra, Círculo Tradicionalista San Juan Bautista.

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