En recientes declaraciones, la Presidente de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (PP) respondía a la siguiente pregunta. En el supuesto de que una menor quisiera abortar, pese a la oposición de sus padres, ¿qué opina la mujer que encarna la esperanza de la derecha sobre el asunto? La respuesta —poco sorprendete— de Díaz Ayuso era un sí rotundo al aborto, pues éste se fundamentaba en la decisión tomada libremente por la mujer. Hagamos un poco de memoria.
Cuando en el año 2010 el PSOE pasó de la despenalización del aborto —tampoco abolida por los populares— a su legalización, los provida —hipotecados con el PP— comenzaron una serie de actividades que centraban el discurso en dos puntos: el escándalo del aborto en menores y la inconstitucionalidad del aborto como derecho. El PP, observando el entonces rédito electoral, animó —tampoco con entusiasmo— estas manifestaciones. La derecha entró, de nuevo, en el juego planteado por la izquierda, pues a ésta última le bastó suprimir el aborto en menores para acallar a la derecha. Los provida quedaron con una «victoria» a medias, pero su conexión con los populares difuminó su frustración. En realidad, los socialistas habían logrado un paso cualitativo, y la hipocresía de la derecha y la miopía de los provida pareció difuminar su peso. El aborto ya no se trataba de un caso de actividad contemplada como delito al cual, por razones de política criminal, se le eximía de la pena correspondiente. El aborto era, desde 2010, un derecho, o sea, una pretensión que el individuo exige al Estado y éste le garantiza, integrándolo como valor del ordenamiento jurídico en tanto que conectado con la autodeterminación de la mujer —tal y como pregona el liberalismo de todo tiempo—.
La dimensión arquitectónica de la política, catalizadora del bien (o del mal), favoreció que la consagración como derecho del aborto procurado moldease los juicios morales de los españoles en pocos años. Con esto, caía el segundo pilar de defensa de los provida, pues la constitucionalidad como argumento se fundamenta en el sometimiento del bien a la voluntad del número; evidenciándose, por otra parte, la malignidad del sistema y la idiocia de los «entristas».
Llegamos a nuestros días. La derecha, tanto moderada como extrema, ha abandonado la oposición al aborto habida cuenta de que, hoy, ya no tiene rédito electoral; más bien al contrario, pues genera división entre las filas. Por otro lado, la dependencia teorética de la derecha respecto de la izquierda implica la asunción de sus premisas con la misma convicción, acompañada de una cierta timidez en cuanto a sus más brutales corolarios. Díaz Ayuso, que se paseaba por los platós de televisiones hace años manifestando su oposición al aborto, sometida al «respeto a las opiniones morales de los miembros de su partido», hoy toma la bandera del aborto, también en menores. Dos corolarios podemos extraer.
El primero de ellos es la esterilidad de las batallas parciales. El aborto procurado o la eutanasia no son manifestaciones de la iniquidad de tal o cual partido, sino las lógicas consecuencias de un sistema que los favorece. Un sistema, recordemos, que consagra la disolución de la sociedad a través del ejercicio de la libertad liberal, negativa, sin más regla que sí misma. Con semejante piedra angular, la cadena de aberraciones que han caído sobre nosotros no son más que interpretaciones cada vez más coherentes y radicales de las premisas liberales que soportan el régimen actual. Así, todo combate fragmentario, ajeno al núcleo del problema, está condenado al fracaso al asumir, al menos indirectamente, sus premisas. Las «batallas culturales», los provida, los rosarios públicos, etc., son manifestaciones de esta miopía que trata de vencer a una hidra afanándose en cortar una de sus cabezas en concreto, dando pie a que surjan de ella otras tres.
Por otro lado, conviene recordar la responsabilidad que cae sobre estos imitadores de Hércules que pretenden derrotar al monstruo focalizado en una de sus cada vez más numerosas cabezas. El afianzamiento del mal va de la mano de la ignorancia de su recto combate. Así, por ejemplo, los provida han favorecido que la oposición al crimen abominable del aborto se hipoteque a los populares, que hoy claman por el infanticidio descarado; los «soldados» de la «batalla cultural» nos pretenden arrastrar tras modelos pilotados por presidentes desequilibrados o candidatos nacionalistas extranjeros tan modernos como los supuestos enemigos que dicen combatir; los preocupados exclusivamente en los rezos, públicos o privados, ignoran la cualificación del fin (político) sobre los medios (políticos), y así podríamos seguir.
Dios quiera que la valentía hercúlea venga coordinada por una afirmación política auténticamente contraria, por un Yolao que se afane no sólo en cortar cabezas al monstruo, sino en quemar la totalidad de su cuerpo para ponerle fin.
Miguel Quesada/Círculo Cultural Francisco Elías de Tejada
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