Reproducimos para los lectores de La Esperanza un texto de Vázquez de Mella sobre el «Centenario del Corazón de Jesús», recogido en las páginas 435 y ss. del segundo tomo de sus Obras Completas. Lo hacemos interesados por nuestros amigos y correligionarios valencianos, que han tenido a bien advertirnos de la oportunidad de su divulgación a nombre del Círculo Juan Vázquez de Mella de Oviedo en el mes del Sagrado Corazón como testimonio del íntimo vínculo que ha existido siempre entre la militancia política carlista y esta devoción.
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¡Admirable Providencia de Dios! En los momentos mismos en que las sectas y partidos conjurados contra la Iglesia celebran con criminal regocijo el primer centenario de aquella oprobiosa revolución, que fue, según la frase de Aparisi, la invasión del infierno en el mundo, y aun puede decirse que la gran blasfemia social lanzada a los cielos por una generación envilecida y sacrílega, todos los pueblos católicos esparcidos sobre la faz de la tierra se aprestan a conmemorar llenos de santa alegría el segundo centenario de la sublime revelación hecha por Nuestro Señor Jesucristo a la Beata María de Alacoque. Así, a la festividad que recuerda las explosiones siniestras del odio satánico contra Cristo y su Iglesia, opone la fe católica la grandiosa festividad del amor divino, que enciende en las almas las llamas resplandecientes y las levanta hacia el foco de perenne luz, apartándolas de las miserias terrenales.
La revolución francesa, expresión del naturalismo social y político, alimentado en las aguas impuras de la Protesta, arrastró sus propias ignominias por los muladares de la impiedad, humillándose ante una prostituta, símbolo de sus concupiscencias, y adorando en un templo profanado el corazón del facineroso Marat empapado en aguardiente. Mientras los discípulos de Voltaire y Robespierre recuerdan aquella saturnal sacrílega, los hijos de la Iglesia, hincadas en el polvo las rodillas y abatidas las frentes, inflaman sus corazones en las amorísimas llamas que brotan del lacerado de Jesús.
El centenario de la conversión de Recaredo fue la protesta tres veces secular de la España católica contra el principio revolucionario que establece la apostasía de los Estados.
El centenario de las revelaciones de María de Alacoque y la consagración de las familias católicas al Sagrado Corazón de Jesús son la protesta universal de los hijos de la Iglesia, que se levanta a los cielos para desagraviar a la justicia divina de las iniquidades con que la provocan las blasfemias y apostasías de muchedumbres corrompidas.
Y las plegarias fervorosas y ardientes que dirigen ante el santuario tantas almas hermosas, perfumadas con la inocencia o la virtud, ¿no impedirán que el fuego de la divina cólera caiga sobre la moderna Pentápolis?
Las amorosísimas efusiones del Sagrado Corazón de Jesús, manifiestas por modo tan admirable en este siglo materialista, dicen que aún podemos esperarlo todo de la misericordia del Señor, que hizo sanables las naciones.
Porque en esta misma centuria, devorada juntamente por el cáncer de la impiedad y el egoísmo, el Salvador de los individuos y de las sociedades ha establecido con admirable solicitud el remedio al lado de la dolencia, y la fuente de salud allí donde corren las venenosas aguas que matan corazones. Así, a los entendimientos orgullos que, henchidos por la soberbia racionalista, comenzaron identificando la razón con Dios, para concluir después, por lógica deducción y justo castigo, identificándola con el instinto del bruto, les ha mostrado, por medio de su divina Esposa, con la declaración de la infalibilidad pontificia, la flaqueza de la humana mente y la necesidad de una norma superior a las que ella caprichosamente se traza; y ante los desatados raudales de impurezas que degradan los cuerpos y las almas, presenta con la definición de la Inmaculada Concepción de María el modelo perfecto de angelical pureza; y finalmente, para deshacer los hielos que la indiferencia y el egoísmo amontonan sobre los espíritus, ha hecho brillar entre los hombres la sublime hoguera de los celestiales amores y de la ardiente caridad que abraza el Sagrado Corazón.
De esta manera, por caminos misteriosos y con maravillosas armonías, va introduciéndose en la sociedad y desterrando de ella las dudas y las sombras.
Verdad es que la apostasía general de los Estados de la vieja Europa impide la consagración oficial de las naciones al Sagrado Corazón de Jesús; pero, para aliento de los que desmayan y alivio de los que sufren, aún se levanta la voz nobilísima y caballeresca del jefe de la Casa de Borbón para ofrecer al Rey de reyes y Señor de señores, juntamente con su persona y su augusta familia, la Comunión, que, como poderoso resto de las antiguas edades cristianas, aún se conserva y él representa.
Imitando nosotros tan alto ejemplo, y respondiendo a los anhelos más dulces del alma, rendidamente le pedimos al Sagrado Corazón que se digne aceptar la ofrenda de la España tradicional, y aparte de ella toda mundana pasión, para que pueda serle una obra grata y, por lo tanto, útil a la Iglesia, a la Patria y Monarquía católica, que en el Sagrado Corazón de Jesús reconocen la fuente de su vida y de su grandeza.
Juan Vázquez de Mella
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