Peligros procarlistas de la política católica (II)

Carga caballería carlista, Ferrer Dalmau

Las justificaciones anticarlistas que afloran en la cultura política católica no son la única senda por la que el enemigo hace presa en las tan maltratadas como perseverantes filas del tradicionalismo español. Al anticarlismo suele acompañarlo paradójicamente, ma non troppo, una actitud procarlista dentro del panorama de la cultura política católica al que es menester referirse para separar el trigo de la cizaña. Veamos sus características principales.

El primer peligro del procarlismo es la labilidad en el campo del estudio. Es claro que el carlismo, tanto históricamente como teoréticamente, no ha implicado un conocimiento de principios de filosofía de la política u otras disciplinas a un nivel académico; muchos de los carlistas que regaron con su sangre martirial las tierras hispánicas posiblemente serían catalogados con lo que hoy se denomina, con ínfulas que esconden la auténtica deseducación, «analfabetos»; tampoco, debe decirse, nos encontramos con un fenómeno estrictamente carlista, pues la alfabetización, sobre la base del empleo ideológico de la educación por el Estado, es un fenómeno reciente. Además, son también dignos de mención autores que sí destacaron en el plano intelectual desde toda la historia del carlismo, desde Vicente Pou a Magín Ferrer, pasando por Aparisi Guijarro o Vázquez de Mella.

Con labilidad formativa me refiero a una actitud de desgana existencial, que nos lleva a abrazar empresas sin firme resolución de su consecución, a optar por fines cuyos medios nos resultan indiferentes. La situación babélica que hoy vivimos exige, primeramente, conocer para combatir; no hay, en contra de lo que pregonan las ideologías, acción práctica que no responda a una concepción teorética o, en el peor de los casos, ideológica. La formación responde al deber de piedad, pues siendo el ideario tradicionalista el legado de los hispánicos de todo tiempo, su desconocimiento sería una imprudencia grave al condicionar su transmisión, deber natural y sobrenatural.

Por otro lado, el procarlismo contemporáneo implica, con frecuencia, el peligro de la virtualidad. Muchos se cobijan en medios telemáticos, ideando batallas inexistentes contra enemigos de paja, pero son reacios a la militancia real. Les basta con manifestar su gusto por una publicación o un comentario, pero los sacrificios que exige su pertenencia a un círculo o la fundación de éste si no existiera les resultan insuperables; quizá militen en un futuro, pero esperan a que alguien dé el paso que ellos no quieren dar. Unido a esto, encontramos la tentación diabólica de los afanes del mundo, tentación anunciada por Nuestro Señor que sofoca la buena semilla del Reino de Cristo en nombre de deberes familiares, laborales, sociales, etc. Tentación, además, operativa siempre a la claudicación indirecta, pues son muchos los grupos nominalmente católicos que nos permiten compaginar la apostasía social con la piedad personal, con pamplinas como la santificación del trabajo ordinario o la necesidad de propagar e influir en un medio al que no queremos encarar sin poner en riesgo nuestra condición personal.

Un último peligro de los procarlistas es el desconocimiento del objeto político de nuestra Comunión Tradicionalista. La política cristiana constituye la finalidad de nuestra acción, integrando la misión natural del hombre en los deberes para con la res publica y la exigencia de que Cristo reine en las sociedades. Toda empresa o postura que nos aleje de dicha finalidad debe ser vista, en lo que a la militancia se refiere como es lógico, con cautelas, desde las discusiones clericales hasta la disolución en grupos ajenos con la excusa del «entrismo». Una incomprensión de dicho objeto nos empujará a perder la senda del camino, a desgajarnos de esa «común unión» en pro de apetencias personales, reducciones folklóricas o simplificaciones infantiles. Los «carlismos», por tanto, clericales, democristianos, apolíticos, integradores, relativistas dinásticos, socialistas, separatistas, etc., no son más que falsificaciones miserables que escudan la apostasía bajo el noble emblema de aquellos que vertieron su sangre por Cristo Rey.    

Miguel Quesada, Círculo Cultural Francisco Elías de Tejada

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