El 18 de julio carlista

Los carlistas sabían bien que luchaban por amor a España y a Dios, no por la revolución, el laicismo y la dictadura

Tras una historia de guerras y persecución, entre los golpes más duros recibidos por el carlismo puede destacarse el desarme moral de las sociedades católicas producido por el Concilio Vaticano II. También la traición de Carlos Hugo, con la consecuente corrupción ideológica y división de los carlistas. Pero previamente a estos dos, sin duda hay que señalar el llamado Decreto de Unificación de 1937 y la posterior consolidación del régimen franquista. El decreto en cuestión suponía en verdad una absorción del Tradicionalismo, acompañado en los años siguientes de «una persecución tal que llega a impedirle la proclamación y defensa de sus ideales sagrados, como jamás se lo vedaron los regímenes más contrarios», según se lee en el famoso manifiesto de «Tres Capitanes de Requetés» del 18 de julio de 1940. La persecución abierta incluyó cárcel, destierros, multas, cierre de periódicos, censura de libros, prohibición de organizaciones (Frentes y Hospitales, Pelayos, corporaciones profesionales, etc.) y de los Círculos carlistas, que habían seguido funcionando durante la II República. Pero se añadieron además estrategias sutiles para diluir y dividir al carlismo, como la utilización de las pretensiones de Juan de Borbón o del carloctavismo. La incompatibilidad de ideas del nuevo sistema político con el carlismo se hizo pronto evidente, incluso para aquellos que de manera generosa habían estado más dispuestos a colaborar desde el principio con el alzamiento, como fue el caso de muchos carlistas navarros. Vistos a la luz de la historia, todos esos problemas estaban ya in nuce el 18 de julio de 1936.

Como ha explicado el prestigioso historiador José Andrés-Gallego, la primera polémica cultural y primer gran debate en el régimen de Franco fue sobre el concepto de «cruzada» aplicado a la guerra del 36. Frente a la Falange y los democristianos, el carlismo y otras corrientes cercanas al tradicionalismo defendieron que la guerra había sido una guerra en defensa de la Religión. Pero es evidente que no fue esa la motivación primera ni de Franco ni de los militares republicanos o alfonsinos que le rodeaban. Las distintas proclamas y bandos de guerra de Franco desde Tetuán, Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife entre los días 18 y 21 de julio de 1936 acababan en su mayor parte con un «¡viva la República!», demostrando que se alzaba en defensa de la propia República. Esto no puede entenderse sin conocer las famosas rectificaciones de la República de personajes como Ortega y Gasset y su famoso «¡no es esto, no es esto!», con el que defendía su legitimidad pero criticando ciertas derivas más radicales. En la línea de Ortega (convertido después en el intelectual del régimen), Franco mostraba su adhesión al ideal revolucionario y liberal con estas palabras de su manifiesto: «sabremos salvar cuanto sea compatible con la paz interior de España y su anhelada grandeza, haciendo reales en nuestra Patria, por primera vez y en este orden, la trilogía fraternidad, libertad e igualdad». Y a continuación, acababa con la proclama «¡viva el honrado pueblo español!», claro trasunto del «¡viva España con honra!» de los revolucionarios de 1868. Estas palabras permanecieron en las transcripciones de las proclamas entonces radiadas, pero los vivas a la República fueron censurados por el Servicio Nacional de Propaganda hacia finales de 1938, cuando los nuevos aires los hacían incómodos. Sus dirigentes, los falangistas Laín Entralgo y Ridruejo, ordenaron al joven Juan Beneyto suprimir esas palabras de los archivos. Laín Entralgo jugaría un papel destacado en la promoción de Ortega durante el franquismo, en detrimento de la filosofía escolástica, dirigido por el también falangista y ministro de Educación Joaquín Ruiz Giménez. El mismo Ortega –inspirador intelectual de Falange– que en su Rectificación de la República (1931) había afirmado: «yo, señores, no soy católico, y desde mi mocedad he procurado que hasta los humildes detalles de mi vida queden formalizados acatólicamente». Franco, además de la fraseología liberal y republicana, estaba claro que también había formalizado acatólicamente sus manifiestos, puesto que de manera incluso llamativa, había omitido toda mención a la sangrienta persecución religiosa.

El carlismo, evidentemente, tenía una motivación bien distinta de la de otros sublevados, tanto política como religiosa. Pese a todo, el 15 de junio de 1936 fue Fal Conde al Monasterio de Irache (Navarra) para tratar de entenderse con el general Emilio Mola. Fal Conde y la Comunión Tradicionalista habían elaborado ya su propio plan con Sanjurjo, jefe militar del Requeté, pero éste moriría el día 20 de julio en un accidente cuando volaba en dirección a Pamplona con la intención de ponerse al frente del ejército carlista. La avioneta fue enviada por Mola, quien había mostrado la misma línea laicista y liberal republicana que Franco, hasta el punto de elaborar una «Instrucción reservada» el 5 de julio que incluía como directrices para un nuevo gobierno la «defensa de la dictadura republicana» y la «separación de la Iglesia y el Estado; libertad de cultos». Los carlistas, esta vez por medio de Antonio Lizarza, jefe del Requeté navarro, acudieron a nuevas negociaciones, exigiendo que la política tras la guerra debía responder a los dictados de la religión católica y que debía reconstruirse el Estado sobre bases sociales y orgánicas para acabar con el parlamentarismo y el sufragio liberal. Por otro lado, se exigía también usar la bandera roja y gualda, en vez de la bandera tricolor republicana que pretendían los militares, aunque de cara a los carlistas esto se presentaba como una imposición exclusiva de Miguel Cabanellas, masón del partido de Lerroux. En este contexto, las negociaciones parecían rotas sin solución. Para instrumentalizar al carlismo, que tenía gran capacidad militar y adhesión popular, se le prometieron recompensas como la concesión del ayuntamiento de Navarra. Y también se acabó permitiendo el uso de la bandera rojigualda. Algunos posibilistas lo vieron suficiente, como el Conde Rodezno, que acabaría traicionando la Causa. Don Javier, por su parte, preguntaba: «¿Y a esto supeditan Vds. todo el historial, todo el futuro de la Comunión, a que los Ayuntamientos de Navarra sean carlistas?». La situación era tal, que el 13 de julio recibe Lizarza la orden de Fal Conde de no secundar el levantamiento, con el apoyo pleno de Don Javier. Sin embargo, el asesinato de Calvo Sotelo y otras circunstancias, aceleraron los acontecimientos mientras seguía el debate. Los carlistas, con generosidad y valentía acabaron luchando junto a unos extraños aliados, «hijos y nietos de quienes lucharon contra los carlistas», como escribió sobre Mola su propio secretario, J. M. Iribarren. Esto llevó a una victoria en el campo de batalla y a una derrota en la paz, como después se diría. Pero los carlistas sabían bien que luchaban por amor a España y a Dios, no por la Revolución, el laicismo o la dictadura.

Enrique Cuñado, Círculo Tradicionalista Enrique Gil y Robles de Salamanca (Correo: carlismo.salamanca@gmail.com/Twitter/X: @SalamancaTrad)

 

Bibliografía principal

  • Andrés-Gallego, José: ¿Fascismo o Estado católico? Política, religión y censura en la España de Franco (1937-1941). Madrid, Encuentro, 1997.
  • Andrés-Gallego, J., Pazos, A., Llera, L. de: Los españoles entre la religión y la política. El franquismo y la democracia. Madrid, Unión Editorial, 1996.
  • Lizarza, Fco. Javier: “La conspiración antirrepublicana de 1936. El general Mola y la Comunión Tradicionalista”, en Bullón de Mendoza, Alfonso (dir.): Las guerras carlistas. Madrid, Actas, 1993.

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