Ya próxima la fiesta grande de la ciudad de Baeza en honor a su patrona, la Virgen del Alcázar, el 15 de agosto, cabe hacer –de nuevo- unas reflexiones sobre su imagen pública: el cartel anunciador.
Siendo España tierra mariana por excelencia, el amor a la Madre de Nuestro Señor Jesucristo impregna toda celebración y gozo, comenzando por su manifestación pública hasta impregnar lo más íntimo de los hogares que, como buenos hispanos, desborda en algarabía y buen hacer en la mesa: papas a lo pobre, migas, caldereta, andrajos, habas con huevo, ibéricos… aceite de oliva y un buen vino (que ni falte ni se limite).
Pero en esta sociedad laicizada de la que Baeza no se escapa, y que por definición odia a Dios, aunque –supuestamente- implicada en la Coronación canónica de nuestra Patrona, obvia a su Madre desde su inicio con la nefasta presentación de la cartelería que anuncia festejos tan deseados. Mas el error, sospechosamente intencionado, olvida la tradición y el ser de la ciudad: punta de lanza de la Reconquista, maestra de santos y caballeros; si se entrega a realidades ajenas y a ideologías traidoras y antiespañolas, exige una réplica. Una corrección sería suponer al artífice de la mamarrachada un conocimiento que sólo brilla al sol por su espeluznante ausencia.
Dos son los horrores del cartel. Empecemos por el segundo, en el plano inferior de la composición. Para profanos y ajenos: dos mujeres con la vestimenta típica de ¡Sevilla!, popularmente conocido como «traje de gitana», bata de percal cuya falda termina por abajo en uno o varios volantes más o menos adornados, decorado con encajes y bordados, y de complemento con un mantón y una flor en el pelo.
¿Acaso no saben en el ayuntamiento de esta ciudad del Santo Reino, que los trajes del Santo Reino son las pastiras (mujeres) y los chirris (hombres)?
¿No les parece a los señores del ayuntamiento dignas nuestras mujeres luciendo lo que sus abuelas? Ese jubón negro de lana o seda brillante, de mangas largas; mantoncillo de pañuelo de seda o mantón blanco o de colores, liso o estampado y con flecos que echado sobre los hombros o encima del corpiño se ciñe al talle; la saya, los refajos y enaguas, los puchos y el mandil, y, como no, ese peinado y esa mantilla, corona de la mujer.
Y donde la mujer luce con elegancia su tradición y costumbres, al hombre lo eleva en el chirri: con su traje negro o pardo, pantalón bombacho o abierto por los lados de las piernas, camisa blanca de botonadura rizada, chaquetilla semi-corta, con alamares y coderas sobrepuestas en marrón oscuro, con faja a la cintura, sombrero calañés con barbuquejo y pañuelo, bota de cuero, y si la ocasión es especial, capa.
Ya visto el desprecio por la propia tierra por parte de la corporación municipal (actual y anterior) y lo vergonzoso que les es nuestra cultura e historia, pasemos a la parte central del cartel: el obelisco con la estrella como remate, símbolo masónico por excelencia.
Para ello es necesario entrar en detalles: del pedestal arranca la baza de un delgado obelisco, en cuya cúspide se sitúa la estrella metálica que da nombre a la fuente. En los frentes de la parte inferior del obelisco puede leerse la inscripción con letras metálicas siguiente: Comisión de Obras Públicas. 1868. Claro monumento de carácter masónico, por si cabían dudas a despistados, la estrella que lo remata no alberga duda alguna.
Tanto es así que en 1876 ya había varios centros masónicos, muy activos: dos en Linares («La Industria» y «La Moralidad»), en Pozo Alcón (1879, «Estrella Flamígera»), Torredonjimeno (1885, «Unión Fraternal), Martos, Alcalá la Real (1882), Andújar (1893, «Hijos de la Verdad») y uno en Baeza, «La Razón» (llegarán a crearse otras tres más: «Lealtad», «Justicia» e «Invencible»), que junto a los dos de Linares pertenecían al Gran Oriente de España.
No cabe más posicionamiento ante un cartel que parece tan banal, el desprecio por antiespañol y anticatólico, como ofensa a Nuestra Excelsa Patrona y a nuestro Santo Reino, que es dos veces ofender a España.
Tomás Prego Ceacero, Círculo Tradicionalista de Baeza
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