El periódico digital liberal El Español, que nos había sorprendido (o no) dando cabida la semana pasada a una entrevista al expríncipe Carlos Javier (de Borbón Parma y Lippe-Biesterfeld), nos sorprende (o tampoco) este domingo publicando otra entrevista del mismo Daniel Ramírez García-Mina, pero en esta ocasión a Don Sixto Enrique de Borbón. Más allá de algunos errorcillos en la introducción del entrevistador, que no reproducimos, las respuestas de Don Sixto Enrique son del máximo interés. Y resulta un sarcasmo pretender contraponerlas a las de su sobrino Carlos Javier: uno (Don Sixto Enrique) es carlista; el otro (Carlos Javier) no. Uno (Don Sixto Enrique) es católico; el otro (Carlos Javier) no. Uno (Don Sixto Enrique) sabe de lo que habla; el otro (Carlos Javier) no. Uno (Don Sixto Enrique) tiene a la Comunión Tradicionalista de su lado; el otro (Carlos Javier) no tiene a nadie.
Disculpe la franqueza, pero menudo lío tienen montado: al igual que su sobrino Carlos Javier, usted también dice ser el pretendiente carlista al trono de España, ¿verdad?
Yo no pretendo nada. Más bien reclamo. Y en todo caso abandero una causa. Una causa que no es mía, sino de los españoles.
Imagino que, entre otras razones, alegará que Carlos Javier queda inhabilitado como aspirante carlista por haberse casado con una plebeya. La monarquía ya es una institución de por sí antigua. ¿Una razón de ese tipo no la convierte en algo arcaico y alejado del ciudadano?
De un lado está el respeto a las leyes tradicionales. Ahí tiene la Pragmática de Matrimonios de Carlos III. Y toda la normativa sucesoria, a la que va vinculada la historia del carlismo. Pero, más allá de esto, está la naturaleza de la monarquía, que exige a quienes la encarnan un servicio total, más allá de sus gustos… o caprichos. Me parece que las cosas van sobre todo por ahí.
Felipe VI también está casado con una periodista. A su juicio, ¿tampoco podría ser rey? ¿O cada familia real funciona de distinta manera?
La familia que reina en España hace mucho que dejó de lado la monarquía tradicional y las tradiciones de la monarquía. Siguen otro camino.
Si la Wikipedia no falla, usted tiene varios nombres, pero ninguno de ellos es Carlos. ¿Eso le resta puntos como aspirante carlista al trono?
Mi padre se llamaba Javier, porque mi abuelo –que combatió por don Carlos VII a finales del siglo XIX– se lo puso en honor del patrono de Navarra. Y en tiempos de don Jaime los carlistas pasaron a ser jaimistas. Con toda naturalidad. Hoy son sixtinos. Y mañana, Dios dirá. Pero estamos en ello.
¿Cómo le explicaría a un ciudadano de a pie que usted tiene derecho a reinar en España?
España, como todos los países, tiene un modo de ser. En nuestro caso una tradición católica y monárquica. Cuando ha sido fiel a la misma le ha ido bien. Y cuando se ha alejado de esa senda, vemos lo que pasa. Quien pertenece a una familia real no tiene tanto derechos como obligaciones, a las que no cabe sustraerse sin perder el sentido de su vida.
Decía Ortega que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía. ¿No es frustrante dedicar tantas décadas a un objetivo tan utópico como reinar España? Si no lo lograron con Zumalacárregui…
El horizonte de la vida individual no es muy ancho, salvo cuando se divisa a la luz de la Historia y de la acción de la providencia. Los pueblos tienen horizontes más extensos. Sólo Dios sabe si lo que parece sólido un día lo será pocos años, o incluso meses, después. El mundo de hoy, además, no parece demasiado sólido.
El otro día también se lo preguntaba a su sobrino: ¿hasta qué punto es importante el carlismo en su vida? ¿Lo coloca por encima del amor, la familia o la realización personal?
He dedicado mi vida al carlismo y, más ampliamente, al tradicionalismo. En cuanto al primero, he procurado extenderlo, se asombrará usted, en Hispanoamérica. Me dirá que si no teníamos poco con España. Ya ve. Y en cuanto al segundo, he tenido una presencia muy intensa, en Francia, como es natural, pues es donde he tenido que vivir más regularmente. Pero también en Portugal o en Rusia. Y en el Próximo Oriente. Sin olvidarme de los asuntos de Roma, de la Santa Sede. Aunque yo, a diferencia de mi padre, que fue amigo íntimo y confidente de Pío XII, no lo he sido de ningún papa.
¿Hace cuánto no habla con su sobrino Carlos Javier? ¿La reconciliación es imposible?
Hablamos en marzo, cuando murió mi hermana María Teresa a causa del virus. Viajé a París para estar presente en las exequias. Él no fue. Sin embargo, no son muchas las veces que hemos hablado. Mi hermana Francisca, que quedó de mi lado en la separación, ha sido el único familiar cercano con el que no he dejado de tener relación. Y óptima. Es muy buena y generosa y ha consagrado su vida al apostolado de la Orden de Malta en el Líbano. Con mis demás hermanas comencé a reunirme de modo familiar hace algunos años. Pero sin hablar de política.
La disputa familiar más férrea acabó con dos muertos: fue en Montejurra, año 1976. Partidarios suyos, sixtinos, dispararon a seguidores de su hermano -hoy de su sobrino-. Murieron dos personas. Usted estuvo allí. ¿Qué pasó exactamente?
Tengo un recuerdo imborrable de los hechos, que no concuerdan exactamente con la versión que se ha difundido por los medios y que usted recoge. Yo quería reconquistar una romería carlista que comunistas y separatistas del entorno de mi hermano habían desnaturalizado. Las personas más cercanas a mí, comenzando por Pepe Arturo Márquez de Prado, que fue a la cárcel junto con José Luis Marín García Verde, de familia queridísima, como Pepe Arturo, fueron siempre unos caballeros.
Del otro lado, había algunos carlistas desviados y también muchos no carlistas. Que pudo existir una mano negra detrás para sacar rédito político del incidente y debilitar al carlismo… es posible. Pero, lamentando lo ocurrido, no puedo sino recordar con agradecimiento a quienes noblemente me acompañaron en unos momentos difíciles.
En 1980, ya en París, usted fue acuchillado por un antiguo paracaidista. ¿Cuál fue el móvil del crimen?
Ya le he dicho que, además del carlismo, he sido muy activo en muchos escenarios internacionales en defensa de la cristiandad. Concretamente en Oriente Próximo. Y en aquella época estaba muy implicado en la guerra del Líbano. Creo que esa es la pista que hay que seguir.
Según me dicen sus colaboradores en España, está encerrado en el castillo de Lignières debido a la pandemia. ¿Cómo es su vida allí? ¿Cómo es el castillo por dentro?
En enero de 2001 tuve un accidente en la Pampa. Perdieron la vida un joven, Juan Manuel Muskett, y mi gran amigo José Ramón García Llorente. Y yo, tras pasar por el coma y muchos meses de hospital, he quedado con la movilidad limitada. Pese a todo seguía viajando por el mundo atendiendo los múltiples compromisos de la Causa.
La reclusión que nos han impuesto, en Francia como en España, ha frenado esa actividad, y la vida en París ha quedado extraordinariamente reducida. Tengo la impresión, por lo que me cuentan mis colaboradores, que más incluso que en Madrid. Por eso he pasado la mayor parte del tiempo en Lignières, que en todo caso es mi residencia habitual.
El castillo lo mandó hacer Colbert, el famoso ministro de Luis XIV, y lo construyó Le Vau, el arquitecto de Versalles. A mí me llegó por mi madre, Magdalena de Borbón Busset, a cuya familia pertenecía desde finales del siglo XVIII. Mi madre era una mujer extraordinaria, que tomó una posición decidida en el pleito familiar del que antes hablábamos.
Yo paso el tiempo leyendo, recibiendo cuando lo permiten y haciendo lo posible por mantenerme en relación con centenares de corresponsales con los que sigo la actualidad de buena parte del mundo.
¿De qué vive usted?
Yo estudié, luego fui legionario en España hasta que el general Franco –al descubrir que estaba bajo nombre ficticio– me expulsó. Fui entonces a Portugal y participé en la guerra de Angola. He tenido propiedades en la Argentina. Además de la explotación agrícola de Lignières. Y heredé otras propiedades, algunas de las cuales he tenido que vender.
Cuesta mucho vivir como un príncipe en estos tiempos. Pero tengo grabado a fuego que la monarquía tradicional siempre fue un dique contra el poder del dinero. Y que no debe rendirse a los poderosos. He procurado mantener mi independencia a costa de vivir estrechamente. Aunque en muchos metros cuadrados, sí.
¿Qué hizo exactamente en Angola y por qué fue?
Mi padre era Borbón Parma y Braganza, hijo del último duque reinante de Parma y de una infanta portuguesa de la rama miguelista, algo semejante al carlismo español. Siempre estuvimos por tanto ligados también al tradicionalismo portugués.
Mi padre, a diferencia de lo que le pasaba con Franco, tuvo buenas relaciones con Salazar. Hasta el punto de que, tras la expulsión de la Legión, me mandó a Lisboa, donde me entrevistaba regularmente con Salazar. Fue en ese periodo cuando, con mi primo Francisco Braganza Van Uden, combatí a las guerrillas en la guerra de Angola.
La monarquía española no pasa por buen momento. Juan Carlos I se lo está poniendo muy fácil. ¿Ha llegado el momento de los carlistas?
La dinastía liberal tiene una tendencia autodestructiva. Y, frente a ella, la esperanza en la restauración de la monarquía tradicional está intacta. Más en un mundo que hace aguas por todas partes. Estos últimos meses hemos visto lo frágil que se ha vuelto lo que hace poco parecía inmodificable. El carlismo siempre renació en los momentos de crisis. Y ahora estamos en una, y profundísima. Lo que pasa es que la Comunión Tradicionalista se ha visto debilitada por los cambios religiosos y políticos.
¿Está conspirando de alguna manera para recuperar el trono?
Nunca he dejado de conspirar. En francés la palabra conspirar tiene el sentido más amplio de entenderse o contribuir a un resultado. En castellano creo que también, aunque esté más extendida una acepción peyorativa respecto al fin perseguido. Luego está la conspiración de a de veras, que dicen los mexicanos. Esa también me acompaña siempre, pero adaptada a nuestro peso real y nuestras posibilidades.
Si no me equivoco, usted es primo lejano de Juan Carlos I. ¿Se han tratado alguna vez? ¿Qué le parece su pariente?
El tronco común lo tenemos en Felipe V. Es decir, lejos. Yo soy descendiente de varón a varón de Felipe V. Juan Carlos tiene en medio a su tatarabuela Isabel, la que llaman Isabel II. Pero no nos hemos tratado apenas. Los Borbones de Parma, salvo mi tío Elías, fueron legitimistas. Eso hizo que los reyes liberales los excluyeran de su condición de infantes natos de España y no tuvieran trato con ellos.
Yo me he visto sólo en una ocasión con Juan Carlos en los primeros tiempos de haberse convertido en jefe del Estado como sucesor de Franco. Me convidó a almorzar en La Zarzuela. A la que vi hace meses en el entierro de Enrique de Orleans fue a Sofía. Estuvo encantadora.
Hay quien dice que nadie hizo tanto tan bueno y tanto tan malo por la Corona como él. ¿Está de acuerdo?
Por lo que llevamos hablado ya entenderá que Juan Carlos y yo tenemos poco que ver en la concepción de la monarquía y en la actitud ante la vida. Así que bueno y malo no significan lo mismo para quienes expresan ese juicio y para mí. Lo que no quiere decir que no existan el bien y el mal.
¿Las corrupciones de Juan Carlos I son el principio del fin de la monarquía?
El principio del fin de la monarquía es la desnaturalización del principio monárquico. Lo otro son consecuencias que la acompañan en su derrumbe.
Gran parte de los presuntos delitos fueron cometidos siendo él jefe del Estado y, por tanto, inviolable. ¿Qué piensa de la “inviolabilidad”?
En la monarquía tradicional el rey está sometido a la ley de Dios, para empezar, y a las leyes del reino, a continuación. El rey en la monarquía tradicional es responsable. Y fue en España donde se expuso con más fuerza la doctrina del tiranicidio. En libros que se dedicaban a Felipe III, mientras el Parlamento de París ordenaba su quema. Pero ahora se ha hecho más difícil determinar quién es un tirano. Las tiranías hoy son democráticas.
Parece que no va a poder regresar a España por Navidad. ¿Le acogería en su castillo? ¿Qué le diría?
Nuestras diferencias nunca han sido personales sino más profundas. Doctrinales y políticas. ¿Qué dificultad habría de tener en recibirle? No sé si sus intereses y preocupaciones son los míos. Creo que no. Pero cuarenta años de ejercicio de la jefatura del Estado algún poso le habrán dejado para que la conversación pudiera valer la pena.
¿Ha conocido a Felipe VI? ¿Qué opinión le merece?
No lo conozco y por tanto no puedo tener opinión. Sólo puedo constatar un carácter en apariencia distinto al de su padre, con sus ventajas, pero también inconvenientes. El problema es si los regímenes liberales, que orillan el bien común, pueden dar contento a los pueblos. Y si los reyes que se entregan a esos regímenes son verdaderos reyes y pueden subsistir.
Carlos Javier, su sobrino, es “socialista autogestionario” y “federalista”. ¿Usted mantiene el espíritu de los requetés del 18 de julio de 1936?
Sí. Fueron a luchar por Dios y por España. Y con generosidad aparcaron al rey en ese momento. Sin su heroísmo no puede concebirse el carácter de lucha religiosa que en buena medida tuvo la guerra. Aunque una cosa es el Alzamiento y sus motivaciones; y otra la guerra durísima que siguió y finalmente el régimen que se impuso. La gesta de los requetés, en cualquier caso, no tiene parangón. Y ese espíritu es el que seguimos necesitando hoy.
¿Podría definirse políticamente?
A estas alturas de nuestra conversación creo que ya han ido apareciendo los rasgos más salientes de mi pensamiento político. Es el eterno Dios-Patria-Fueros-Rey de la monarquía católica, social, federativa y representativa. Sin la catolicidad no hay España. Lo estamos viendo, mientras las jerarquías de la Iglesia están desnortadas.
El carlismo es social, por eso fue un movimiento sobre todo popular. Lo que no hay que hacer es confundir lo social con el socialismo, que es un subproducto del liberalismo, contra el que reaccionó, es cierto, pero añadiendo en muchos casos males no menores.
También se hace precisa una aclaración sobre el término federativo, que no es federal, sino foral. El Estado federal no deja de ser una forma de Estado superada, mientras que el principio foral es el de nuestra tradición. Y representativa porque el modo de gobernación de los reinos de España dio particular peso a las Cortes, para votar los tributos y aprobar las leyes fundamentales. Ya sé que esto puede parecer antiguo. Pero si se mira desde otro ángulo es, por el contrario, novedosísimo.
Las sociedades sin unidad moral se descomponen. La plutocracia se impone cada vez más a la democracia, que no se presenta sino como una capa de demagogia que cubre las vergüenzas de aquella. El principio foral se conecta con el de subsidiariedad y se abre a la integración del gran espacio hispanoamericano. Y se reclama cada vez más la representación auténtica frente al descrédito de los partidos y su política del corto plazo y el saqueo.
¿Es muy religioso?
Soy católico tradicional, lo que no quiere decir que lo sea bueno. Habría que preguntarle a mi confesor. Que, espero, no diría nada. Se llama sigilo sacramental. Mi padre era un santo. Como mi tío abuelo el rey don Alfonso Carlos. Otros de mis predecesores lo fueron algo menos. Dios, en su infinita misericordia, nos juzgará a todos.
¿Aprueba, por ejemplo, el matrimonio gay?
Pero eso no tiene nada que ver con la religión, sino con la naturaleza de las cosas y de las instituciones. La Iglesia, en este asunto, habla como guardiana de la ley natural. El matrimonio tiene por fin la procreación y la educación de los hijos. Nada de eso es posible entre personas del mismo sexo.
¿Y el aborto?
Le respondo lo mismo. Se trata de la vida humana, que comienza con la concepción. Y contra ella no se puede atentar. Es un tema científico y moral. No religioso. Aunque la Iglesia ha abanderado la defensa de la vida inocente.
¿Qué piensa de Pablo Iglesias?
Leo con frecuencia que es un comunista, pero la verdad es que veo que participa de todas las doctrinas deletéreas del liberalismo. Incluso radicalizadas. Habrá quien llame a eso marxismo cultural, en realidad es gramscismo. Esto es, un marxismo que se ha despojado del pasado comunista y se ha revestido de liberalismo colectivista. Otras veces escucho decir que es un ariete de Venezuela. Pero, la verdad, los primeros años de Chávez eran bien interesantes. Y no encuentro ese interés en Iglesias. Lo veo más cerca de Maduro.
¿Y de Pedro Sánchez?
Comprendo su deseo de que me pronuncie sobre la actualidad, aunque estos personajes me parezcan poco interesantes. Sánchez da la impresión de inconsistente, lo que no quiere decir que sea tonto. La astucia no es incompatible con la falta de fundamento.
A finales de la Transición, abrazó la causa de Fuerza Nueva, un partido de ultraderecha.
Yo no abracé la causa de Fuerza Nueva. Desde 1976 se habló de posibles coaliciones electorales para la Comunión Tradicionalista, pero sólo cuajó una, en 1979, llamada Unión Nacional, con varios partidos distintos. Quizá fuera un error. Aunque era sólo una coalición electoral. Nada más. Sin faltar el respeto a las personas, puedo decirle tan sólo que ese mundo no era el nuestro y no nos entendimos con los falangistas ni con ese movimiento nacional refundado que era Fuerza Nueva.
¿Conoce a Santiago Abascal?
Sé quién es, claro. Pero nunca me lo he encontrado. Pero me parece que su pregunta apunta a otra cosa.
¿Está usted en sintonía con Vox?
En primer lugar, tengo mis dudas sobre su ubicación en la extrema derecha. Más bien me parece un partido conservador que ha reaccionado contra la indefinición creciente de la matriz de la que procede, el Partido Popular. Que adopten un tono belicoso y a veces pintoresco no me parece suficiente para situarlo en la extrema derecha. Concepto por lo demás bastante equívoco.
Además, según los informes que me han llegado, tampoco me parece que su trayectoria haya sido unitaria. Ni que lo sea hoy en sus dirigentes. Observo de un lado la aceptación del discurso del constitucionalismo, como respuesta al separatismo, cuando son cuestiones distintas. Más aún, es la Constitución la que no ha sabido tratarlo y al final lo ha exacerbado.
Pero también advierto un uso de otros temas, como el de la inmigración, de modo no siempre acertado. Es como si en otras ocasiones quisiera acercarse al Frente Nacional francés, pero sin la fuerza y la personalidad de un Jean-Marie Le Pen. Luego tiene algunas conexiones internacionales inquietantes.
Si le digo la verdad, me parece una pena que personas de sensibilidad o pensamiento tradicional vayan a acabar en un proyecto en el que hay poco más allá de la buena voluntad de algunos. Cada vez veo con más claridad la necesidad de una opción verdaderamente opuesta al régimen que hoy se descompone. Vox me temo que forma parte del mismo, aunque a algunos les parezca lo contrario.
¿Está al corriente de las cartas de los militares retirados en contra del Ejecutivo?
Sí. Los militares no dejan nunca de serlo. Pero cuando se retiran pueden decir lo que antes no les dejan.
Hace unos años, usted pidió a los carlistas que defendieran España del separatismo en Cataluña. ¿Mantiene ese mensaje? ¿A qué se refería con “defender”?
Sí. Hay que defender España. Pero no al modo de los centralistas. Y hay que defender las grandes causas que el carlismo siempre defendió. Hoy igual que ayer.