Las meditaciones del maestro Cristiano (II)

Adoptad estas prácticas en lo sucesivo si en el pasado no habéis sido suficientemente fieles a ellas

Segunda meditación (II): Sobre los medios que han de utilizar los encargados de la educación de los niños para procurarles la santificación.

Originalmente estas meditaciones iban dirigidas a los Hermanos de las Escuelas Cristiana, con el tiempo también fueron recomendadas a los maestros que auxiliaban al Instituto. El día de hoy y ante la realidad que nos acontece en la Iglesia y en el mundo, sirvan estas meditaciones a los educadores cristianos para poder fortalecer nuestro deber en la salvación de las almas de nuestros alumnos, la santificación propia y la exaltación de la Cristiandad.

 

«Oh, glorioso Juan Bautista de La Salle, Apóstol de la niñez y de la juventud, sé nuestro guía y protector desde el cielo. Intercede por nosotros, asístenos para que, preservados de toda mancha de error y corrupción, permanezcamos siempre fieles a Jesucristo Nuestro Señor y al Jefe infalible de la Iglesia, haz que practicando las virtudes de que fuiste tan admirable modelo, participemos un día de tu gloria en la patria celestial». Amén

San Juan Bautista de La Salle, Rogad Por Nostros.

Nuestra Señora de la Estrella, Rogad Por Nosotros.

¡Viva Jesús en Nuestros Corazones! ¡Por Siempre!

Punto I:

Considerad que es proceder harto común entre los artesanos y los pobres dejar a sus hijos que vivan a su antojo, como vagabundos, erran­tes de un lado para otro, mientras no pueden dedicarlos a alguna profe­sión; y no tienen ninguna preocupación por enviarlos a la escuela, ya a causa de su pobreza, que no les permite pagar a los maestros, ya porque, viéndose en la precisión de buscar trabajo fuera de sus  casas, se encuen­tran como en la necesidad de abandonarlos.

Sin embargo, las consecuencias de esto son desastrosas, pues esos pobres niños, acostumbrados durante años a llevar vida de holganza, tienen luego mucha dificultad para habituarse al trabajo. Además, como frecuentan las malas compañías, aprenden a cometer muchos pecados,  que les resulta muy difícil abandonar en lo sucesivo, a causa de los malos y prolongados hábitos contraídos durante tan largo tiempo.

Dios ha tenido la bondad de poner remedio a tan grave inconvenien­te con el establecimiento de las Escuelas Cristianas, en las que se enseña gratuitamente y sólo por la gloria de Dios. En ellas se recoge a los niños durante el día, y aprenden a leer, a escribir y la religión; y al estar, de ese modo, siempre ocupados,se encontrarán en disposición de dedicarse al trabajo cuando sus padres decidan emplearlos.

Agradeced a Dios que haya tenido la bondad de servirse de vosotros para procurar a los niños tan grandes beneficios, y sed fieles y exactos a desempeñarlo sin recibir remuneración alguna para que podáis decir con San Pablo: el motivo de mi consuelo es anunciar el evangelio gratuita­mente, sin que les cueste nada a los que me escuchan.

Punto II:

No basta que los niños permanezcan recogidos en la escuela durante la mayor parte del día y que en ella estén ocupados; es necesario además que quienes les han sido dados para instruirlos se apliquen particularmente a educarlos en el espíritu del cristianismo, que les da la sabiduría de Dios, que ningún príncipe de este mundo ha conocido, y que es totalmente opuesta al espíritu y a la sabiduría del mundo, hacia la cual se les debe inspirar sumo horror, porque sirve para encubrir el pecado. Nunca se hará demasiado por alejarlos de tan grave mal, como de lo único que puede hacerlos desagradables a Dios.

Es, pues, necesario que vuestro primer cuidado y el primer efecto de vuestra vigilancia en el empleo sea estar siempre atentos a ellos, para im­pedir que realicen alguna acción no ya mala, sino inconveniente, por po­co que sea, logrando que se abstengan de todo lo que presente la mínima apariencia de pecado.

También es muy importante que vuestra vigilancia sobre ellos sirva para que sean modestos y recatados en la iglesia y en los ejercicios de piedad que se tienen en clase, pues la piedad es útil para todo y da mucha facilidad para evitar el pecado y para practicar otros actos de virtud, por las numerosas gracias que atrae sobre quienes la poseen.

¿Procedéis así con vuestro alumnos? Adoptad estas prácticas en lo sucesivo si en el pasado no habéis sido suficientemente fieles a ellas.

Punto III:

Para mover a los niños que instruimos a adquirir el espíritu del cris­tianismo, debéis enseñarles las verdades prácticas de la fe de Jesucristo y las máximas del Santo Evangelio, con tanto cuidado, al menos, como las verdades de mera especulación.

Es verdad que hay cierto número de éstas que es absolutamente necesario conocer para salvarse; ¿pero de qué serviría conocerlas si no se preocupa uno del bien que debe practicar? Pues la fe sin las buenas obras, dice Santiago, está muerta. Y como dice san Pablo, aun cuando comprendiera yo todos los misterios y poseyera toda la ciencia y toda la fe, de forma que transportase montañas de un lugar a otro, si no tengo caridad, es decir, la gracia santificante, no soy nada.

Por consiguiente, ¿ponéis vuestro principal cuidado en instruir a vuestros discípulos en las máximas del Santo Evangelio y en las prácticas de las virtudes cristianas? ¿No tomáis nada tan a pechos como lograr que se aficionen a ellas? ¿Consideráis el bien que intentáis hacerles como el cimiento de todo el bien que ellos practicarán posteriormente en su vida? Los hábitos virtuosos que se han cultivado en sí mismo durante la juven­tud, al hallar menos obstáculos en la naturaleza corrompida, echan raíces más profundas en los corazones de quienes se han formado en ellos.

Si queréis que sean provechosas las instrucciones que dais a los que tenéis que instruir, para llevarlos a la práctica del bien, es preciso que las practiquéis vosotros mismos, y que estéis bien inflamados de celo, para que puedan recibir la comunicación de las gracias que hay en vosotros para obrar el bien; y que vuestro celo atraiga a vosotros el Espíritu de Dios para animarlos a ello.

San Juan Bautista de La Salle, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.

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