
Francisco Canals Vidal, en un artículo publicado en la revista barcelonesa de apostolado católico Cristiandad en su nº de mayo de 1966, reunía una serie de puntos considerados de vital observancia para una recta orientación del futuro sociopolítico español. El Maestro Canals los agrupaba bajo la denominación de «espíritu de Viladrau», ya que los presentaba como el producto decantado de una reunión y conversación que tuvo lugar entre varios amigos en dicha localidad gerundense, bajo la dirección espiritual del P. Ramón Orlandis S. J., en el verano de 1955. Dejando a un lado el mayor o menor acierto en la formulación y desarrollo de los referidos puntos, nos interesa consignar, entre los comentarios dedicados a los mismos por el insigne Profesor catalán, la siguiente afirmación:
«Para evitar toda confusión y vaguedad no hemos querido expresar el “espíritu de Viladrau” diciendo que la política española había de inspirarse en una ideología “tradicionalista”. Creemos poco en los “ismos” ideológicos, a no ser como fuerzas desintegradoras, y por otra parte la etiqueta “tradicionalista” ha cubierto síntesis imprecisas de cuya ineficacia e inautenticidad poco podría esperarse».
Posteriormente, Canals Vidal ofrecería otros dos artículos a la cuestión del término «tradicionalismo» y la problemática en torno a su idoneidad para definir apropiadamente la naturaleza de la Contrarrevolución española, es decir, del Carlismo. Se titulaban «Carlismo y Tradicionalismo», y aparecieron en el órgano oficial del javierismo, El Pensamiento Navarro, el 25 de mayo y el 8 de julio de 1971. El primero de los ensayos se centra en dilucidar la esencia o razón de ser del movimiento carlista, mientras que el segundo está dirigido a aspectos históricos de gran relevancia que ayudan a esclarecer aquel crucial punto. El filósofo catalán deja a un lado el «tradicionalismo filosófico», que no es objeto principal de su atención aquí, y sólo se ocupa del «tradicionalismo político». De la lectura de sus dos trabajos, nos queda la impresión de que el Maestro parece distinguir entre un «tradicionalismo político bueno», identificado con el Carlismo, y de otro «tradicionalismo político malo», de origen extrínseco al Carlismo, pero que se habría infiltrado en él a partir de la incorporación de las gentes del «neocatolicismo» desde 1868. Quisiéramos dejar algunas reflexiones críticas sobre algunos de los asertos establecidos por Canals, ya que no nos parecen suficientes como para justificar la existencia de esa recién señalada distinción que parecería desprenderse implícitamente de sus dos ensayos.
En la parte que nos interesa del primer artículo, empieza escribiendo Canals: «Con el término “tradicionalista” se significa un sistema de pensamiento sociológico y político. Incluso se puede significar con este término no sólo una doctrina sobre lo político, sino también una actitud práctica ante la vida política. Con las salvedades que deben hacerse siempre sobre los términos que concluyen con el sufijo “ismo” […] puede aceptarse que el término tiene su propia virtualidad. Personalmente me afirmo como «tradicionalista» y entiendo caracterizar así una doctrina y una actitud. Por esto mismo un pensamiento tradicionalista sería incompleto, mutilado en el más estricto sentido de este término, si no alcanzase a decisiones fundadas en juicios concretos sobre la vida histórica y actual de la sociedad».
El Maestro catalán discrimina aquí entre un «tradicionalismo malo» que se queda sólo con la doctrina, y un «tradicionalismo bueno» que, junto con la doctrina, también adopta una debida actitud práctica concreta ante la vida sociopolítica. Y pone a continuación el siguiente ejemplo histórico para despejar el sentido de sus palabras: «En España un tradicionalista que se definiese temática e intencionadamente como no carlista sería comparable a un irlandés que a fines del siglo XVII se hubiese definido como amante de su patria y católico romano pero “orangista”. Esta actitud evidentemente le hubiese permitido la conservación de sus propiedades y cargos; pero es obvio que no hubiese sido conducente para la perseverancia de su nación en la fe católica y en su autenticidad irlandesa. Un “carlista” que se profesase “no tradicionalista” sería por su parte comparable a un irlandés “jacobita” protestante. Los “jacobitas” protestantes, en ninguno de los países que vendrían a formar el Reino Unido, tuvieron eficacia de ninguna clase». Y concluye Canals diciendo: «un tradicionalismo español sin carlismo se mueve en el orden de una consideración de la esencia sin la existencia, por afán de huir de lo concreto y singular».
La descripción de este «tradicionalismo malo», que se mueve en exclusiva en un plano idealista o de puras ideas sociopolíticas, indiferente ante las concreciones sociopolíticas, cuadraría bien con el «tradicionalismo catolicista» (integrista o democristiano), pero, ¿se ajustaría también al «tradicionalismo isabelino-alfonsino-franquista»? ¿Acaso el ejemplo histórico aducido por Canals abonaría para una respuesta afirmativa?
(Continuará)
Félix M.ª Martín Antoniano
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