En lo que concierne al asunto que venimos tratando, Francisco Canals comienza aseverando en su segundo artículo lo siguiente: «nos encontramos con la necesidad de plantear una vez más el problema de las relaciones en que históricamente se han producido el carlismo y el tradicionalismo español. Habrá que volver muchas veces sobre el tema, y es de esperar que pensadores e historiadores se ocupen extensa y detalladamente del mismo. Hoy creo urgente, no obstante, dejar ya formuladas algunas observaciones esenciales para un estado de la cuestión planteado con fidelidad a los hechos y a su sentido».
Nos hacemos cargo de que, el hecho de plantear como «problema» la Historia del término «tradicionalismo» en cuanto que asociado o atribuido al fenómeno carlista (perseverante en su oposición contrarrevolucionaria hasta el día de hoy), puede resultar un tanto sorprendente a estas alturas, pero simplemente nos limitamos a seguir el camino someramente apuntado por el Maestro Canals –gran debelador, en sus incursiones histórico-filosóficas, así del «tradicionalismo catolicista» como del «tradicionalismo liberal-pseudodinástico», en tanto que funcionales, en última instancia, a la Revolución–, aunque ello nos pueda llevar también a la formulación de algunas puntualizaciones críticas de sus afirmaciones.
Leemos seguidamente las siguientes palabras del Profesor Canals: «La esencia de la guerra carlista fue la defensa de la tradición. Pero los defensores de la tradición frente al liberalismo, en Cádiz, o en el trienio 1820-23, o cuando el liberalismo se constituyó en el factor políticamente activo de la causa de Isabel II [sic], se dieron a sí mismos, o recibieron, a modo de insulto por sus adversarios, diversos nombres: realistas, absolutistas, serviles, etc. No se dieron ni recibieron el nombre de tradicionalistas».
Esta constatación histórica acerca de las denominaciones adoptadas o recibidas por los católicos contrarrevolucionarios españoles, ya nos debería hacer pensar acerca del carácter impostado del término «tradicionalismo» para referirse al Carlismo. Por eso nos resulta asombroso que Canals insista en la premisa de que «la esencia de la guerra carlista fue la defensa de la tradición». En todas las guerras precarlistas que menciona, siempre estuvo presente el trilema «Dios, Patria, Rey» como motivo antirrevolucionario de las mismas; y, de manera más concisa, el bilema «Dios y Rey», sobre todo cuando los revolucionarios se escudaban detrás del nombre de «patriotas». Frente a esta última denominación, a la cual unían la de «nacionales» o «nacionalistas» (por razón de situar la sede de la soberanía en la «Patria» o «Nación»), los «católicos españoles» respondían con el calificativo de «realistas» (por defender la sede de la potestad civil en el Rey), a la que se añadía el epíteto de «absolutos» o «puros» (para dar a entender, no que esa potestad fuera despótica o arbitraria, sino que era la más alta o suprema en el orden civil-secular, como ya vimos en nuestro artículo «Acerca del calificativo absoluto»). Por otro lado, frente a la denominación de «constitucionales» (por razón de considerar toda «ley constitucional» creada ex novo como la suprema e informante de todo «Nuevo Régimen»), los «realistas españoles» respondían con el mero calificativo de «católicos» (para dar entender que la Ley de Dios –natural y positiva– es la norma suprema que ha de informar el orden sociopolítico, tal como se verificaba en el «Antiguo Régimen» de Cristiandad). ¿Dónde se encuentra en todo esto que la «defensa de la tradición» fuera el motivo o razón –en tanto que intención primordial y esencial, y no meramente secundaria o subordinada– que estuviera detrás de las guerras precarlistas y de las mismas guerras carlistas? Si esa «defensa de la tradición» hubiera sido realmente la razón, lo natural es que así se hubiera manifestado en las denominaciones que se daban los «realistas» o los «carlistas», cosa que por supuesto no sucedió.
Continúa diciendo el Profesor Canals: «En los escritos de Balmes no se halla una sola vez mencionado el “tradicionalista político” o el “partido tradicionalista”; y así el término no aparece nunca en los índices de la edición crítica de sus obras del P. Ignacio Casanovas. En el estudio del mismo autor sobre la vida, el tiempo y la obra de Balmes, “tradicionalismo” significa únicamente la filosofía de la escuela apologética francesa, sin una sola alusión al término en sentido político». Lo cual demuestra que todavía en los años cuarenta del siglo XIX, ese sustantivo era tan ajeno del panorama sociopolítico español que ni siquiera hacía uso de él la incipiente rama «católico-isabelina» surgida en el ala derecha del moderantismo y capitaneada por Balmes y Viluma. El nombre no se iría extendiendo sino a partir de la década de los cincuenta, por medio de la corriente política llamada –por los progresistas– «neocatolicismo».
(Continuará)
Félix M.ª Martín Antoniano
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