En la madrugada del 6 de agosto de 1869 una descarga de fusilería terminó con la vida del militar de origen guipuzcoano y dos veces alcalde de la ciudad de León D. Pedro Balanzátegui, dando así otro mártir a la Causa de Dios, la Patria y el Rey. Esta es su historia.
Pedro José Joaquín Balanzátegui Altuna, natural de Zarauz, localidad guipuzcoana en la que vio la luz un 31 de enero de 1816, era el tercero de los hijos del matrimonio formado por Vicente Balanzátegui y María Josefa de Altuna. Del primero heredaría la vocación militar y un nombre por siempre vinculado a Nuestra Señora de Aránzazu, pues descendía del pastorcillo Rodrigo de Balanzátegui a quien, según la leyenda, se le apareció la Virgen sobre un espino (según la crónica, el pastorcillo le preguntó: «Arantzan zu?», que quiere decir «¿Tú en un espino?»).
De entre los muchos destinos en que como militar hubo de servir, uno en particular cambió su vida para siempre: la ciudad de León, donde conocería al amor de su vida, Dña. Eusebia Escobar Acedera, que heredaría de su padre, D. Román Antonio de Escobar, los señoríos de Cembranos, Rozuela y Villátima. Ya casado, enamorado de su esposa y su ciudad, Pedro Balanzátegui abandona la vida militar y se instala definitivamente en León para administrar las propiedades de su familia política. Su profunda religiosidad y abnegada vocación de servicio le granjean tan buena reputación que en 1857 será elegido regidor y nombrado alcalde de la ciudad. Durante sus mandatos (1857-1859 y 1867-1868) luchó por mejorar las comunicaciones del municipio (destaca la promoción de una línea de ferrocarril que vertebrara toda la región) y conservar sus instituciones frente a las oligarquías que presionaban para trasladarlas a Valladolid. Pero su segundo mandato se vio interrumpido por la Revolución de 1868 que expulsó a la «reina» constitucional Isabel de Borbón y que desencadenó, otra vez en la triste España del XIX, la persecución religiosa y política de los católicos.
Nuestro hombre, convencido entonces de la legitimidad dinástica de S.M.C. Don Carlos VII, lidera un levantamiento carlista en la provincia durante el verano de 1869 con la intención de propagarlo a Palencia y Santander y circunvalar la ciudadela de Pamplona. El carlista gijonés Leoncio González de Granda, amigo personal de nuestro hombre y colaborador de aquel levantamiento, lo cuenta así: «Al estallar la revolución de 1868, D. Pedro Balanzátegui era alcalde de León, cargo que ya había desempeñado antes, más por el voto popular de sus conciudadanos, que por gracia y merced de la Corona. De su gestión administrativa, de sus dotes como autoridad, de sus actos de justicia, tendrá León eterno recuerdo como le tiene de su nombre.
»Vástago de ilustre familia vascongada, antiguo militar, cristiano viejo y tradicionalista convencido, los desenfrenos de la revolución, así en el orden político como en el religioso, lastimaron sus sentimientos españoles, tan arraigados en él, y desde aquel mismo momento nombre, posición, prestigios, fortuna y vida los puso al servicio de la Religión, de la Patria y del Rey legítimo».
Fracasado el levantamiento, sin embargo, Pedro Balanzátegui es apresado por la Guardia Civil junto a siete miembros de su partida. Sin juicio, ni siquiera sumario, y sin defensa alguna, todos serían llevados en la madrugada del día siguiente a las tapias del cementerio de Valcovero. Antes de ser miserablemente fusilado, tan sólo tuvo nuestro hombre el tiempo suficiente para confesarse con el párroco y escribir a su amada, Dña. Eusebia, una carta que ha pasado a la historia y que ha ilustrar la portada del martirologio carlista que quizás algún día se escriba completo. «Balanzátegui —escribe el mismo González de Granda—, sin más explicaciones, pide papel y pluma, y escribe a su santa esposa doña Eusebia Escobar aquella sublime y cristiana carta, tan hermosa como sentida, cuya lectura, capaz de conmover el corazón más duro, tantas lágrimas ha hecho derramar en el seno de las familias carlistas y en el hogar de muchos liberales, carta que publicó toda la prensa de España y que reprodujeron los periódicos más importantes de Europa».
A continuación, reproducimos por entero la misiva de Pedro Balanzátegui a su esposa (que habría de sufrir, además de la viudedad, el destierro y el embargo de sus bienes):
«Eusebia de mi corazón:
»Ha llegado el día en que tengo que presentarme delante de Dios de una manera inesperada, que no la explico, pero que por lo visto ya no tiene remedio; y no quiero ocuparme de cosas que pudieran quizás lastimar a algunos y les perdono de todo corazón.
»Del dinero que me encuentren, dispongo que los doscientos y pico reales se empleen en un duro para cada guardia que me dispare, para que vean que no les guardo rencor alguno, pues todos saben lo que yo he considerado y apreciado a la Guardia civil; el resto, para que el señor cura de aquí me haga el funeral y lo aplique en misas.
»¿Y a ti? ¿Qué he de decirte amada de mi corazón? Ya sabes lo que te he querido durante mi vida, y muero amándote de todo corazón.
»Siempre opuesto a las cosas políticas, en que jamás me he mezclado, declaro que sólo he salido de mi casa por cuestión religiosa; para defender la unidad católica, sin necesidad sacrificada en nuestra España, y considerando además el legítimo representante del Trono de España, y único a quien según la razón y la ley le pertenece, y como identificado con este mismo sentimiento católico que yo deseo defender también, al príncipe-Rey Carlos VII, pero sin rencor a nadie de todos los demás que militan en otros partidos, como lo he acreditado con mi conducta.
»Y para que no se sospeche que el esquivar los encuentros de los que nos perseguían era efecto de miedo, declaro que lo hice así para evitar derramamiento de sangre, convencido de que todos somos hermanos, y de que muy en breve tenemos que ser, o mejor dicho, tienen todos que ser unos. Hago esta declaración para que no quede mancilla en mi acreditado valor, necesario para llenar mi deber en todas las cosas que he tenido siempre y lego a mi hijo, al cual, amándole de corazón le encargo y ruego que no olvide que su padre muere por la Religión santa; que procure tenerlo presente para imitarme en cuanto le sea posible, pero nunca para vengarse de nadie, perdonando la desgracia a quien se la acarrea, como yo mismo la perdono.
»Doy a todos mis parientes y amigos y domésticos un recuerdo, siquiera sea triste y les ruego que encomienden mi alma a Dios; y, últimamente, siento dejarte en situación tan crítica, casi tanto como la muerte misma, y no me extiendo más para que no piensen que dilato la ejecución.
»Estoy resignado, y entrego mi vida a Dios, como suya que es, que considero sea satisfacción de mis culpas, juntamente con los méritos de su santísima pasión y muerte, que no tienen límites. Adiós, amada mía; ruega a Dios por mí, como yo espero hacerlo desde el cielo a donde confío llegar, no por mí, sino por los méritos de mi divino Jesús, con cuyo dulcísimo nombre en los labios o en la mente, desea y espera morir tu desgraciado esposo,
»Pedro Balanzátegui Altuna».
Que la carta fue divulgada en toda Europa como ejemplo de la persecución que los carlistas padecieron lo demuestra la denuncia que de tales hechos hiciera el 3 de junio de 1871 en el Congreso el entonces diputado y abogado carlista, más tarde fundador de la Adoración Nocturna Española, D. Luis de Trelles y Noguerol (1819-1891): «El valor del Ejército, que yo no trato de ninguna manera de poner en duda, no tuvo en 1869 ocasión de manifestarse. Lo que hubo, por el contrario, fue una orden draconiana, que mandaba que donde quiera que se encontrasen carlistas, se les fusilara en el acto, sin consejo de guerra ordinario, y sin formación de causa. Y así se hizo en muchos casos. Como el de Montealegre, en que murieron once carlistas sin cogerles con las armas en la mano. Como el de Iglesuela, en que se mató a dos, también sin encontrárseles armas… Y, sobre todo, como el del señor BALANZÁTEGUI, que murió heroicamente por no matar a sus adversarios, que murió por mandar a los de su partido que no hicieran fuego, y por esto se quedó solo, y fue hecho prisionero, y que, sin Consejo de Guerra siquiera verbal, contra toda ley y contra todo derecho, fue fusilado inhumanamente, dándole únicamente el tiempo necesario para escribir una carta a su esposa que se ha publicado en toda Europa. Esta fue, señor SAGASTA, la gran campaña de 1869 contra los carlistas». El carlista vivariense propuso entonces a los líderes de la Comunión Católico-Monárquica constituir un equipo de abogados que defendiera gratuitamente en los juzgados de toda España a los católicos perseguidos por el gobierno revolucionario.
Los luctuosos hechos no pasaron desapercibidos, claro, al Rey por cuyo derecho había muerto nuestro hombre. El 24 de agosto de 1869, S.M.C. Don Carlos VII firmaba la siguiente carta a Dña. Eusebia, la viuda desconsolada de nuestro hombre: «Estimada Eusebia, viuda de Balanzátegui: Necesitaba desahogar mi corazón afligido con la viuda de mi inolvidable Balanzátegui. He llorado su muerte, y le he encomendado a Dios. Murió por la Religión, y gozará del premio de los mártires; murió por su patria y por su rey, y su heroísmo servirá de ejemplo en esta tierra clásica de fidelidad y patriotismo, donde al cabo triunfara la bandera que la hizo grande, y por la cual se sacrificó tu infortunado esposo. He padecido contigo, y mucho he pensado en tu dolor y en tu pobre hijo. Que Dios os dé fuerza para sufrir tan rudo golpe, y contad siempre y para todo con vuestro afectísimo y afligido, Carlos…». Y fue precisamente pensando en Balanzátegui que el augusto Rey legítimo de las Españas instituyó la fiesta por los Mártires de la Tradición que hoy los carlistas seguimos celebrando cada 10 de marzo: «¡Cuántas veces encerrado en mi despacho, en las largas horas de mi largo destierro, fijos los ojos en el Estandarte de Carlos V, rodeado de otras 50 banderas, tintas en sangre nobilísima, que representan el heroísmo de un gran pueblo, evoco la memoria de los que han caído como buenos, combatiendo por Dios, la Patria y el Rey! Los Ollo y los Ulibarri, los Francesch y los Andéchaga, los Lozano, los Egaña y los Balanzátegui, nos han legado una herencia de gloria que contribuirá, en parte no pequeña, al triunfo definitivo que con su martirio prepararon. […] Todos morían al grito de ¡viva la Religión! ¡viva España! ¡viva el Rey!» (Carta de 5 de noviembre de 1895 al Marqués de Cerralbo instituyendo la fiesta de los Mártires de la Tradición).
Del recuerdo al hijo de Pedro Balanzátegui, Rafael Balanzátegui (1853-¿?), debemos ocuparnos también, pues fue Rafael digno hijo de su padre al tomar parte en el levantamiento por el cual fue fusilado y al recoger el testigo de sus convicciones políticas y religiosas: «Mi padre, al exponerse al martirio, me consagró a él». Y, al margen de unas coyunturales desaveniencias con Don Carlos que empañaron tan solo levemente su trayectoria, contó siempre con el afecto del Rey, como demuestran las sucesivas cartas con que distinguió al hijo del primer mártir de la causa carlista en la Septembrina. Fue Pedro Balanzátegui, en palabras de Don Carlos VII en una de esas cartas, «mártir a quien cupo la gloria de enseñar a sus soldados cómo mueren los héroes cristianos y los caballeros españoles».
En una semblanza de nuestro hombre salida de pluma ajena a la Causa se puede leer lo que sigue: «Todo lo dejó por defender su ideal carlista y ello le costó la hacienda y la vida. Falleció fusilado al amanecer del 6 de agosto de 1869. No militamos entre sus adeptos políticos, pero siempre lo hemos hecho entre los que saben respetar y honrar a quienes supieron morir con dignidad, honor y gallardía».
Nosotros militamos igualmente entre quienes saben respetar y honrar a los que supieron morir con dignidad, honor y gallardía, pero también nos gloriamos de militar entre los adeptos políticos de quienes, como Pedro Balanzátegui, lo hicieron por el ideal carlista.
Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella.
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