El olivar tradicional, basado en la cooperación entre pequeños propietarios de olivar, rebaja costes y da estabilidad a la población local. Así lo constata un estudio del Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria, Pesquera, Alimentaria y de la Producción Ecológica (IFAPA).
El olivar tradicional también produce un aumento de la rentabilidad de las explotaciones. La cooperación agraria se lleva a cabo en tipos dos coordinación. El primero, mediante la colaboración recíproca entre varios propietarios de características afines — tamaño, tipo de cultivos y otros elementos—. En esta colaboración no existe una dirección por las partes concurrentes y se basa en dos modalidades: el uso de utensilios y maquinaria en común o el concierto con servicios externos en común por los distintos agricultores.
El segundo, a través de la asistencia de los agricultores con mayor superficie y soporte tecnológico a los agricultores con escasa extensión o profesionalización. Los agricultores asistidos no disponen de todos medios adecuados para una gestión eficiente, suele tratarse de propietarios cuyos ingresos principales no dependen del olivar. Así, se habla en el primer supuesto de cultivos compartidos y en el segundo de cultivos asistidos.
Esta cooperación produce puestos de trabajo remunerados y estables. Aunque reduzca las horas de empleo, crece su estabilidad, según el estudio. Conlleva además una creciente profesionalización del sector, que defiende al pequeño olivar y a la población que depende del mercado.
Actualmente el 39 % de estos agricultores supera los 65 años. Sin relevo generacional, se verían abocados a la venta a grandes latifundistas, aumentando la concentración de la propiedad y la nefasta distorsión en la venta.
El reconocimiento de esta larga tradición de explotación, que se da a lo largo de España, supone un futuro que augura independencia del sector. De este modo, será capaz de hacer frente a oligopolios cada vez más agresivos y lejanos.
FARO/Círculo Tradicionalista de Baeza
