La padawan caraqueña

existen valores muy superiores a la democracia como forma de gobierno, como pueden ser el bien común, la prudente libertad de los ciudadanos, la moral, la supervivencia de la sociedad

María Carina Machado. REUTERS

El Maestro Yoda de la mundialmente famosa saga «La Guerra de las Galaxias», se hizo mundialmente conocido por su apariencia de inofensivo batracio intergaláctico, su dominio absoluto de las artes guerreras y de control mental de los Jedi y su deficientísima sintaxis. Siempre me resultó poco confiable una especie de todopoderoso gurú de una secta de neo-templarios siderales que era incapaz de hablar correctamente: «Ayudarte podría», le dice a Luke Skywalker y, efectivamente, le ayuda a derrocar el gobierno constitucionalmente establecido. Imperial y tendente al neo-fascismo de ciencia-ficción (valga la redundancia), sí. Pero con plena legitimidad jurídico-positiva, como muestran perfectamente los tres primeros episodios de la saga, que narran la historia de su padre, Anakin, convertido en privado y en brazo ejecutor del Emperador.

Me gustaría dejar claras algunas cosas: yo no estoy a favor de la legitimidad jurídico-positiva, por sí sola. Me parece, por ejemplo, que la Ley del aborto es una aberración inhumana y perfectamente inmoral, con un encaje jurídico exquisito en la Constitución Española de 1978, como han puesto sobradamente de manifiesto el Tribunal Constitucional y el Consejo de Estado. Que esas cuatro instituciones me parezcan, que me lo parecen, una cochinada, consideradas tanto en su individualidad como en su fértil articulación mutua en el marco legal español, no obsta para que espere, que lo espero que, al menos, funcionen de acuerdo con las reglas que ellas mismas se han impuesto.

Otro ejemplo: desde esta columna nunca nos hemos opuesto por principio a los golpes de Estado. Ni a los que tienen por objeto derrocar la democracia ni a los que pretenden restablecerla (si es que no hay ahí un oxímoron político de muy difícil desenredo). Precisamente porque no somos demócratas. Podemos ser demócratas en cuanto a la forma de gobierno: puede ser legítimo que una determinada comunidad política rija sus destinos colectivos por un simple acuerdo mayoritario de voluntades. Nos parece que ello sólo puede ser posible en un contexto en el que todas las voluntades llamadas a expresarse se conocen y se reconocen recíprocamente. Porque todo lo demás es un juego de azar con graves consecuencias para el bien común. Y, sin embargo, nos parece absolutamente abominable la idea de la democracia como fundamento del gobierno, como si la existencia de una autoridad común se fundase exclusivamente en la voluntad de los gobernados de ser, efectivamente, gobernados. Eso es autodeterminación y los defensores del Régimen del 78, de VOX a Sumar, no pueden, coherentemente, atribuírsela al «pueblo español» en general, que se declina en «España se constituye» (art. 1.1 CE) y negársela al pueblo catalán o al vasco en particular. Que digo yo que tanto derecho tendrán a autodeterminarse, como España, Francia o Vitigudino de los Arroyos, si llegare el caso.

La existencia de una autoridad en una sociedad no depende en absoluto de la voluntad de esa sociedad. Muy al contrario, la existencia misma de una sociedad depende de la existencia previa de una autoridad, presente y en acto, al menos en cuanto que principio. Dicho en otros términos: la autoridad no existe porque el acuerdo mayoritario de los miembros de una sociedad así lo quiera. La sociedad existe solamente ahí donde una comunidad es organizada por una autoridad o, al menos, un principio de autoridad.

Quiere esto decir, en suma, que existen valores muy superiores a la democracia como forma de gobierno, como pueden ser el bien común, la prudente libertad de los ciudadanos, la moral, la supervivencia de la sociedad… Lo que puede motivar y aún justificar, en ciertas circunstancias, el golpe de Estado contra el orden constitucional jurídico-positivo. Esto es, se puede deponer legítima y justamente a un gobierno legítimo desde el punto de vista jurídico, en aras de un bien mayor que ese gobierno legítimo no puede o no quiere defender como es debido, siempre que quien tales acciones drásticas emprenda esté en disposición real de remediar, efectivamente, lo trágico de la situación.

Por ejemplo: es razonable pensar que una reacción antidemocrática y anticonstitucional como fue el 18 de Julio de 1936 en España podía justificarse porque, uno, estaban en juego valores muy superiores al ordenamiento constitucional (la libertad de la verdadera religión y aún la vida de los católicos, para empezar) y, dos, porque al menos una parte de quienes llevaron a cabo dicha reacción, a saber, el Carlismo, sí que estaba, efectivamente, en disposición de hacer las cosas objetiva y plenamente mejor que el gobierno republicano constitucionalmente legítimo.

Lo que no tiene ni pies ni cabeza y es hasta inmoral, en muchos sentidos, es propugnar un golpe de Estado contra el orden constitucional jurídico-positivo con la excusa de defender, precisamente, ese orden constitucional jurídico-positivo. Un golpe de Estado puede ser coherente, a pesar de ser injusto, cuando pretende derrocar un sistema que juzga indigno en aras de un bien superior. Por ejemplo, una junta militar que derriba una democracia porque la democracia en cuestión es esclava del imperialismo yanqui. Pero la junta militar susodicha no tendrá el descaro de presentarse como la auténtica y verdadera democracia. Ese punto de honor se lo debemos reconocer.

En La venganza de los Sith, tercer episodio de la saga intergaláctica, existe un serio proyecto de derrocar una democracia (corrupta, con tendencia al caciquismo, pero jurídico-positivamente legítima), por parte de una junta militar en forma de monjes-soldados de la Orden Jedi, que pretenden detener al Canciller Supremo de la República en su su despacho para entregarlo a las autoridades. Hasta ahí, podríamos estar de acuerdo. Lo que ya no me parece de recibo es que el Maestro Yoda y sus adláteres se consideren como los grandes garantes de la democracia y de la libertad, cuando se encuentran a las puertas de una cosa que, en cualquier ordenamiento jurídico, se llama sedición. La fuerza militar actuando por su propia autoridad no es un cauce jurídico ordinario y, por lo mismo, no creo que se la pueda invitar a la ligera a deponer un gobierno, por malo que éste sea, «en defensa del orden constitucional y de la voluntad popular». Sacar los tanques para detener a un dictador no es una defensa del orden constitucional, sino su subversión completa. Justificada, tal vez, por supuesto, pero estricta y precisamente contraria al orden normal.

El propio Maestro Yoda, en una especie de delirio auto profético, anuncia sombríamente a los demás conspiradores que su plan «parece conducir a un lugar oscuro». Una prisión estatal, quizás.

Por todo ello, yo no brindo a la salud de María Corina Machado y sus muñecos. No brindo a la salud de quien, si llega al poder en Venezuela, abrirá el melón del aborto y del gaymonio en ese país que, de puro bolivariano y socialista, es uno de los ya escasos de América del Sur donde uno y otro horror siguen siendo ilegales. La oposición democrática y liberal ya se ha pronunciado con claridad sobre ambos extremos. Pero, sobre todo, no brindo a la salud de quien se pretende la profetisa por designación divina de la diosa Democracia y, al mismo tiempo, exige a sus fuerzas armadas que actúen «en defensa de la voluntad popular». Insisto, no estoy por principio en contra de los golpes de Estado, pero sí que estoy totalmente en contra de que se engañe a la gente, sea con alambicadas sintaxis de rana mística de los espacios siderales, o con retórica de burguesa acaudalada patrocinada por la masonería internacional.

El Canciller Supremo Palpatine y el Bolívar Supremo Maduro son dos entes perversos que hay que derrocar por el bien común. No tiene ningún sentido hacerlo «en aras de la democracia y de la voluntad popular» porque, precisamente la voluntad popular y la democracia les han colocado donde están. El Maestro Yoda y la Maestra Corina lo saben, pero no lo dicen, porque queda fatal en el currículum acceder al poder por la espada en lugar de por las urnas. Y, sin embargo, si es la única solución…

Pero, a la postre, la cuestión es de una importancia muy relativa. Mucho ruido y muchos palos para decidir si la ex Capitanía General la gobiernan comunistas de derechas o de izquierdas.

Que los seguidores de Machado sigan contando actas, ella ya tiene muy claro el desenlace de los democráticos acontecimientos…

«Maduro, derrocarte podría…».

G. García-Vao

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