Cualquier tiempo futuro será mejor…

A nosotras, las mujeres del siglo XXI, se nos pretende hacer creer que podemos trabajar fuera de casa, conciliándolo armónicamente con la educación de nuestros hijos

El verano es una época de reuniones familiares y sobremesas distendidas. Las charlas, la mayoría de las veces intrascendentes, se limitan a llenar el hueco de una calurosa tarde de sábado. Sin embargo, no siempre son intrascendentes, ni distendidas. Hace varios días, en una de esas sobremesas en la que participé, surgieron temas que demuestran cómo el avance de ideas progresistas va contaminando a las personas conservadoras, católicas de misa (nueva) diaria (alguno pensará que quizás sea esa, la asistencia a misa nueva diaria, la razón por la cual las ideas más progresistas van pudriendo la cabeza de los católicos del siglo XXI).

Una de esas ideas es la del papel de la mujer en la sociedad y, más concretamente, su incorporación, a toda costa, al mundo laboral. Es significativo cómo el católico discípulo de la teología del cuerpo de Juan Pablo II es capaz de distinguir un feminismo bueno y un feminismo malo y así defender a capa y espada esos mitos con que nos han engañado a las mujeres modernas: la posible conciliación laboral del trabajo fuera de casa con la crianza de los hijos; la libertad, por encima de todo, de la mujer en poder elegir si trabaja fuera de casa o cuidando a los hijos y a su marido;  la lucha por la igualdad de salarios entre hombres y mujeres; que los gobiernos den las mismas oportunidades a los hombres y a las mujeres; la implicación del hombre en las tareas domésticas; la búsqueda de un salario para las mujeres que deciden quedarse en casa cuidando a los hijos…

No podemos enfrentarnos a la realidad. Hoy en día para poder sacar una familia numerosa adelante hacen falta (casi siempre) dos salarios, y un escaso porcentaje de mujeres puede elegir entre salir al mercado laboral o quedarse en casa. La incorporación de la mujer al mundo laboral es una realidad buscada por una sociedad en la que prima el bienestar económico, en la que el pago de la vivienda se lleva el salario mensual de uno de los cónyuges y en la que el trabajo de la casa atendiendo a la familia se considera una opción no tan exitosa como la de tener un trabajo profesional remunerado.

Me ha sido inculcada (no de forma activa, sino subliminal), la idea de trabajar fuera de casa, la idea de tener una profesión remunerada, pero a la vez he podido experimentar la tragedia de ser una mujer trabajadora, de tener que dejar a mis hijos a las pocas semanas de nacer en brazos de extraños, en guarderías profesionales. No quiero idealizar las sociedades anteriores a la nuestra en la que también muchas mujeres trabajaban en el campo y cargaban con sus hijos a la espalda. Pero creo que la diferencia está en que esas mujeres sabían a lo que se enfrentaban: conocían la dureza de la vida y de la crianza de los hijos. Pero a nosotras, las mujeres del siglo XXI, se nos pretende hacer creer que podemos trabajar fuera de casa, conciliándolo armónicamente con la educación de nuestros hijos y que por el hecho de ausentarnos de nuestros hogares durante horas vamos a ser más felices, vamos a realizarnos como personas (extraña expresión) y vamos a dar un gran servicio a la sociedad.

El mundo y especialmente occidente se desmorona: los gobiernos solo buscan la manera de destruir la familia, las familias en general han perdido de vista el fin último sobrenatural y muchos católicos siguen pensando que el mundo laboral necesita incorporar a la mujer (arrancándola del hogar), dejándose engañar por los cantos de sirena de la modernidad.

Ya no es derrotismo, es pasarse al bando del enemigo y caer en sus brazos, pensando que cualquier tiempo futuro será mejor…

Belén Perfecto, Margaritas Hispánicas.

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