La voz de Olañeta

Lealtad y controversia en la guerra independentista contra el Perú

Pedro Antonio Olañeta

Señalado como traidor por unos y reivindicado como fidelísimo al rey y a la Santa Religión por otros, el general Pedro Antonio de Olañeta, desde su reducto en el Alto Perú, pone al descubierto con su coherencia, el estado de confusión reinante en nuestras patrias durante la época de la secesión, convenientemente llamadas de independencia, en la actualidad. Sin embargo, repasar sus hechos y palabras, también vuelve a poner de relieve la indomable vocación heroica con que vivieron y murieron muchos de nuestros antepasados.

La división entre constitucionales (cuyo pensamiento ilustrado no estaba muy alejado del de los independentistas) y un pequeño sector de pensamiento más bien tradicional, que había aceptado de mala gana la irrupción en el mando de La Serna, en perjuicio del legítimo virrey Pezuela, terminó por hacerse insostenible con el enfrentamiento directo entre las divisiones de Olañeta y Valdés en el teatro de operaciones del sur.

La insubordinación del primero lo arrojó, entonces, a la clandestinidad, convirtiéndolo en una especie de tercera fuerza en conflicto. Especialmente a partir de asumir el control del Alto Perú en enero de 1824.

Pedro Antonio de Olañeta firmó su pronunciamiento a los pueblos del Perú el 27 de febrero de 1824, cuando acababa de tomar control del Alto Perú. No podía saber, en ese momento, que apenas le quedaba un año más de vida. Sin embargo, la vigencia de sus convicciones hace que el mencionado texto, el cual puede leerse íntegro a continuación, parezca hablarle también a nuestros días.

           El general Olañeta a los pueblos del Perú

“Os hablo por primera vez, y no dudo que escucharéis mi voz. No acostumbro otro lenguaje que el de la verdad, y esta constituye mi carácter.

Consecuente a los principios de la Religión, en que desde mi infancia he sido educado, y fiel al Soberano por inclinación y convencimiento, no me es ya posible disimular por más la escandalosa corrupción en que algunos novadores querían sumergiros.

Ellos han derramado todo el veneno de la falsa Filosofía que abrigaban en su corazón; pretendían con ella persuadiros de vuestra propia felicidad, cuando más distantes estaban de procurarla.

Vosotros habéis resistido desde luego sus asechanzas, mas no han faltado algunos que, renunciando a sus primeros principios, han adoptado las perniciosas máximas de sus impíos maestros. Así han conseguido triunfar de su imbecilidad, y la seducción ha causado estragos amargos.

Vosotros sois testigos de ello, y lamentáis conmigo esta desgracia, sin haber podido precaverla.

La Religión y el Rey, objetos los más sagrados, han sido profanados con desvergüenza en concurrencias públicas aún por las más viles personas. Se ha hecho alarde de despreciarlos, y la tolerancia y disimulo de las autoridades había afianzado la iniquidad de este horrendo crimen.

No me detengo a acusar el vilipendio a que estaban condenados los templos y el sacerdocio, por no ruborizar con este recuerdo unos pueblos Católicos que han sido espectadores mudos del mpas sacrílego fanatismo, deduciéndose , en conclusión, que la impiedad, un desenfrenado libertinaje, el odio al Rey, la depresión, el total trastorno del orden y la más torpe arbitrariedad, eran los caracteres de su decantado liberalismo.

Por fortuna, han desaparecido de esta villa los más decididos partidarios de este sistema destructor de la moral cristiana, de vuestras antiguas costumbres, y de la futura felicidad de los pueblos; van cargados de confusión y oprobio, y sus inmundas plantas no volverán a manchar este suelo.

Peruanos, tamaño favor lo debéis a la Providencia, que siempre vela en vuestro socorro y quiso poneros a la sombra de la División de mi mando antes que fuese diseminada y destruida por la facción de Jefes conspirados contra su existencia y la mía. Cuáles hayan sido sus aspiraciones, bien podéis calcularlas.

Mis soldados y yo trabajamos con heroico entusiasmo por la Religión, el Rey y por los derechos de la Nación española, a que tenemos el honor de pertenecer. Esta ha sido nuestra divisa y estos los únicos fines a que se dirigen mis conatos. Para conseguirlos con todas las ventajas posibles, no exijo de vosotros sacrificio alguno. La uniformidad de vuestros sentimientos con los míos son los únicos auxilios que necesito. Si me los prestais, sometiendo ciega y generosamente vuestra obediencia a las legítimas autoridades, habremos triunfado, seréis felices, tendré la gloria de cimentar la verdadera felicidad de los pueblos del Perú y nos quedará la inmortal satisfacción  de haber llenado los deberes que nos inspiran, Dios, el Rey y la sociedad.”

General Pedro Antonio de Olañeta,

Alto Perú, 27 de febrero de 1824

Paradójicamente, el rey Fernando VII, cuyo nombre esgrimían los enemigos de Olañeta para acusarlo, le nombró virrey, capitán general y gobernador de las provincias del Río de La Plata, el 12 de julio 1825. Su Majestad ignoraba que, hace menos de un mes, el general Olañeta había muerto en el campo de batalla.

Fuente:

Valdés, J. (1891). Exposición que dirige al rey don Fernando VII…

Madrid: Imprenta M. Minuesa de los Ríos.

Renzo Polo Sevilla, Círculo Blas de Ostolaza.

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