En anteriores ensayos hemos tratado algunos de los pocos textos en que H. Belloc consignó, a lo largo de su vasta y dilatada carrera literaria, sus opiniones sobre el diagnóstico y terapéutica relativos a la cuestión social sostenidos por el Mayor Douglas. Menos palabras aún le dedicó a esta materia su alter ego G. K. Chesterton, por lo que cualquier comentario suyo al respecto que pueda encontrarse en su no menos colosal bibliografía constituye una rareza muy valiosa y merece ser registrado de nuevo. A esta razón se añade la de que esos comentarios del ilustre literato británico, aun siendo críticos, pueden contribuir, cuando se los examina, a clarificar mejor el sentido de las nociones planteadas por el Crédito Social.
Hasta ahora sólo hemos podido tener acceso a dos textos en que Chesterton se refirió a las proposiciones del Mayor Douglas. El primero es una breve mención de pasada que realizó en la columna fija que tenía en el semanario The Illustrated London News, en su número de 31 de Mayo de 1924. Chesterton iniciaba su artículo con las siguientes líneas (el subrayado es suyo): «Una buena cantidad de gente parece estar escribiendo sobre la Representación Proporcional; me apresuro con precipitado afán a añadir que no tengo intención de escribir sobre eso; estoy a favor de cualquier cosa que ofrezca una débil esperanza de hacer que las instituciones representativas representen a alguien o algo. Pero es un poco como la teoría del crédito llamada el Esquema Douglas, que ciertos guilda-socialistas solían proponer como solución universal. Puede haber sido una solución de algo, pero, si alguien me dice que nada está equivocado en nuestra ética económica excepto un error en la contabilidad, estoy seguro de que él está equivocado de todos modos. Y así, si alguien me dice que lo que está equivocado en el Parlamento es la errada maquinaria de elección, estoy seguro de que él está equivocado –o más bien, quizás, estoy seguro de que él no tiene razón». Dejando aparte la comparación –que nos parece un poco traída por los pelos–, lo primero que cabría contestar al reproche de Chesterton es que, si alguien se caracterizó por denunciar la «ética» que subyacía al sistema capitalista contemporáneo occidental, ése fue el propio Douglas, y principalmente contra la variante «ética» fabiano-puritana que desde principios del siglo XX venía imponiéndose y que estaba diseñada precisamente para la consolidación de dicho sistema (como muy bien advertían también, por su parte, los propios Chesterton y Belloc). Sobre esta denuncia de Douglas algo dijimos en el artículo «La glorificación (puritana) del trabajo». Por otro lado, la identificación de las propuestas del Crédito Social con los guilda-socialistas también es falsa o inexacta (como ya expusimos en el trabajo titulado «Douglas, Maeztu y el Guildosocialismo»). Por último, el hecho de avisar de que hay un error en la contabilidad financiera de las actividades socioeconómicas (es decir, físicas o reales) en una comunidad política cualquiera, no quiere decir que eso no tenga nada que ver con el campo de la ética, más aún si se tiene en cuenta que ese «error» habría que calificarlo más bien de fraude doloso y premeditado con vistas a la implementación de una agenda política de ingeniería social esclavizadora (en torno a esta importante matización, nos remitimos a nuestro artículo «¿Error técnico o inmoralidad en la contabilidad social contemporánea?»).
El segundo texto de Chesterton es un artículo que, con el rótulo «El nuevo hacendado», apareció publicado en el número de 11 de Febrero de 1933 de su semanario G. K.´s Weekly. Todo él está dedicado a exponer la raíz del presunto contraste entre la visión socioeconómica de los distributistas y la que el autor supone profesada por los creditistas. Comienza el apologista católico británico diciendo: «Parece como si el Distributismo mismo se distribuyera; que se descubriera poco a poco; y que diferentes partes fueran encontradas por diferentes gentes. Muchas de las más recientes propuestas de reforma, incluso las propuestas con un aire ligeramente pedante de materialismo científico o severidad económica, realmente son propuestas distributistas, sólo que les falta algo al no estar apoyadas por lo que se llamaría prejuicios distributistas; o lo que deberíamos llamar instintos o tradiciones distributistas. Aquellos que aterrorizarían a sus vecinos con la palabra Tecnocracia (y ciertamente algunos periodistas capitalistas fueron los más exitosamente aterrorizados); muchos realmente capaces partidarios del Esquema de Douglas, muchos que proponen en otras formas la idea de una especie de Subsidio de Desempleo [Dole] universal y altamente digno, tienen en último análisis una idea que es similar a la nuestra; sólo que ellos la hacen parecer una idea descabellada y artificial, mientras que todo nuestro punto es que ella parecería, y parecía, y siempre debería parecer una idea familiar y normal».
Se podría discutir si el análisis del Mayor Douglas sobre el problema financiero-contable que está detrás de la cuestión social contemporánea adolece o no de «un aire ligeramente pedante de materialismo científico o severidad económica»; pero lo que sí es una completa distorsión de la realidad es querer meter en un mismo saco a los creditistas con «aquellos que aterrorizarían a sus vecinos con la palabra Tecnocracia», o con los «muchos que proponen en otras formas la idea de una especie de Subsidio de Desempleo universal y altamente digno». Toda la crítica posterior de Chesterton se resiente de esta falacia de partida. Entiéndase bien lo que queremos decir: las censuras filosófico-morales que vierte a lo largo de su artículo, aparte de ser correctas consideradas en abstracto, sólo son justas siempre y cuando vayan referidas exclusivamente a los tecnócratas y demás reformistas afines a ellos; la falacia de que hablamos está en querer meter al Crédito Social en ese mismo grupo, cuando en realidad constituye la más absoluta antítesis del mismo.
Continúa escribiendo Chesterton: «Ellos proponen, en una u otra forma, que deberíamos abandonar toda esta quebrada noción de proletarismo; de pagar a los hombres meramente porque son hombres trabajadores; y pagarles porque son hombres. Esto es propiedad; en el sentido de que no es salario. Pero, en la psicología y filosofía de la cosa, hay una vasta diferencia entre un hombre moderno estando de pie con una bolsa del Nuevo Dinero en su mano, o un libro de créditos o algún instrumento enteramente novedoso de demanda económica, y otro hombre que entra en propiedad cuando él siempre ha deseado poseer, y está familiarizado con la idea de posesión; como lo están los campesinos tras un levantamiento campesino o la aprobación de una ley agraria. No doy a entender esto como una mera objeción u obstrucción a cualquier reforma semejante; simplemente quiero decir que, como cuestión de hecho, hay una diferencia en el marco mental de un proletario desarraigado, recibiendo plusvalía [unearned increment], y un campesino irlandés o ruso recibiendo un campo en el que él siempre ha trabajado y que siempre ha querido. En resumen, parece haber una oportunidad de crear Propiedad sin sentido de Propiedad; o lo que algunos llamarían el sentimiento de Propiedad. Es correcto en un sentido que él debería recibirla aun cuando no hubiese trabajado por ella; pero no será del todo correcto a menos que desee trabajar con ella. Ésa, y no una mera diferencia en la cantidad de dinero, es la diferencia real entre Subsidios de Desempleo y Distributismo».
Teniendo en cuenta, como dijimos, que estas críticas son justas siempre y cuando se consideren dirigidas sólo a los tecnócratas, conviene precisar brevemente por qué no se pueden atribuir a los creditistas. Y aquí conviene remarcar una vez más la idea equivocada que los críticos tenían acerca de la naturaleza jurídica de la renta financiera propugnada en las propuestas del Crédito Social. No se trata de un Subsidio, sino que se trata de un Dividendo. En la defectuosa contabilidad contemporánea de las economías de las comunidades políticas, se registra una partida (artificiosa y criminal) de Deuda o Débito Público en contra de la sociedad, pero no se prevé paralelamente otra partida de Crédito Público en favor de esa misma sociedad. Este Crédito Público se podría manifestar en forma de títulos de renta variable (no de renta fija, como son las actuales Letras o Bonos del Tesoro) adjudicados en propiedad individual a todos y cada uno de los miembros de la comunidad política, los cuales devengarían periódicamente dividendos (con dinero emitido de nueva creación, no recolectado de dinero ya existente) siempre y cuando lo justificara el balance en términos financieros de los datos reales colectivos de producción (de bienes de capital y perecederos, ya realizados y en realización) y de consumo (depreciación y destrucción de bienes de capital y perecederos) que, durante los sucesivos períodos, arrojen las múltiples y variadas actividades económicas desempeñadas libremente por su cuenta (en asociación o no) por los diferentes miembros de esa misma comunidad política. Dicho con otras palabras, si entendemos la palabra «propiedad» como un bien que genera frutos, entonces todos los miembros de una comunidad política, en virtud del reconocimiento de la existencia de ese Crédito Público, podrían ser al menos dueños de una propiedad mobiliaria (en forma de títulos de acciones) generadora de frutos civiles o rentas financieras, y sin perjuicio de que los beneficiarios eventualmente puedan ahorrar parte de esas rentas y dedicarlas a la adquisición de aquella otra propiedad inmobiliaria para el autoconsumo defendida y preferida por Chesterton (sobre todo lo cual ya hablamos también en la serie de artículos «La política social distributista de la Iglesia»).
(Continuará)
Félix M.ª Martín Antoniano
Deje el primer comentario