«La nueva cristiandad»

Lo ocurrido en París y especialmente la ridiculización de la Última Cena, uno de los misterios más grandes de la Fe, es el reflejo de esa sociedad laica que pretende construir un orden social al margen de Dios

Todavía humean los restos del incienso quemado a Satanás en la ceremonia de inauguración de los JJOO de París. Muchos clérigos, Conferencias Episcopales y plataformas que se llaman «cristianas» han protestado ante tamaña aberración de forma desacertada la mayor parte de las veces. Cabe preguntarse cómo una sociedad que ha bebido de las fuentes de la cristiandad, una nación que ha sido regada con sangre de vandeanos, ha podido llegar tan lejos y, lo que es más grave, cómo la Iglesia ha tenido una respuesta tan alejada de los argumentos con los que siempre la tradición ha defendido las ofensas públicas a Dios.

En el nunca suficientemente estudiado El mito de la nueva Cristiandad, Leopoldo E. Palacios critica las ideas que el pensador francés, Maritain, tenía acerca de las relaciones de la comunidad política con la Iglesia, y sobre la pretendida posibilidad de construir una sociedad asentada en los valores cristianos, pero sin declararse explícitamente católica. El cauto francés, sin expresar unas ideas abiertamente liberales, pretendía evitar la malvada intrusión que tuvo la religión en la política durante la Edad Media y así, aprovechando lo bueno de la religión, impregnar la sociedad política sin apelar a la religión católica de manera expresa.

¿Acaso cabe mayor locura?: construir una sociedad impregnada de valores cristianos, pero que sea laica. Como escribe ferozmente Palacios, esta doctrina se encuentra «siempre bajo la estrategia de dos fuegos enemigos, tiene recursos para aparentar amistades con unos y con otros, y acaba por enemistarse con todos. Si le acusáis de profano, recurre a su cristianismo; si le tacháis de cristiano, llama en socorro a su carácter profano y laico. Cobarde por naturaleza, oscuro por vocación, confuso por procedimiento, este movimiento acabará siendo el pasto de sus enemigos».

Es demencial, pero desde Pablo VI hasta nuestro Papa actual, estas ideas han calado de tal forma en la Iglesia que a nadie oficialmente se le ocurriría defender un Estado católico y la libertad para la verdadera religión.

Muchas veces me pregunto si filósofos, teólogos y pensadores de ideas anticristianas que revolucionaron el mundo eran conscientes de hasta dónde podía llegar el ser humano si se ponían en práctica sus ideas. Me pregunto hasta qué punto una idea innovadora que vaya contra el orden social cristiano, por muy buenas intenciones que tenga o por muy inocente que parezca puede poner todo patas arriba. Y es que el orden social cristiano se sustenta en Dios. Por muchos valores que inyectes, por mucha tolerancia, por mucha solidaridad y respeto, si quitas a Dios, todo cae en saco roto, y los derechos y las libertades se vuelven locas (si quitas lo sobrenatural, no te queda lo natural, sino lo antinatural, que diría Chesterton) y acaban rebelándose contra el mismo hombre y, lo más grave, contra el mismo Dios.

Decía Leopoldo que estas ideas maritaineanas echaban barro en las alas de la paloma divina. Si se me permite, añadiría que ese barro no sólo evita que la paloma levante el vuelo a lo sobrenatural, sino que se la asfixia y la mata. En definitiva, son esas ideas las que alimentan el catolicismo liberal de nuestros días.

Lo ocurrido en París y especialmente la ridiculización de la Última Cena, uno de los misterios más grandes de la Fe, es el reflejo de esa sociedad laica que pretende construir un orden social al margen de Dios, que vocifera por las calles solidaridad y tolerancia, pero que no lo consigue, engendrando libertades y derechos desquiciados y sin razón. Una vez más, Chesterton nos muestra lo que ocurre al quitar lo sobrenatural.

El problema es que nuestros clérigos nos han inculcado esa idea de sociedad; la jerarquía se ha rendido ante esas ideas en las que el hombre con valores se nutre del cristianismo, pero entierra a Dios. Ya no apelan (para defenderse de los ataques) a Dios, sino a los sentimientos de los cristianos, a los derechos humanos y a la libertad de cada hombre.

Pero Maritain y sus esbirros no inventaron nada nuevo, sino que, disfrazado de otros ropajes, consiguieron que el catolicismo liberal se colara en la iglesia, como el humo de Satanás.

Algo que el papa Pío IX condenó y nos advirtió paternalmente en 1871 es ahora la forma de pensar y vivir de gran parte de los católicos:

«Mis queridos hijos, lo que aflige a vuestro país (Francia) y le impide merecer las bendiciones de Dios es esta mezcla de principios: sois católicos, pero individualmente. Mi temor por vosotros no tiene su causa en esos miserables de la Comuna, verdaderos demonios escapados del infierno, sino el liberalismo católico… ese sistema fatal, que sueña siempre con acomodar dos cosas irreconciliables, la Iglesia y la Revolución. Ya lo he condenado, pero lo condenaría cuarenta veces más, si tuviera que hacerlo».

Belén Perfecto, Margaritas Hispánicas.

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