Las mentiras del poder podrido

Los argentinos estamos atrapados en una red de mentiras del podrido poder, no importa si el primero, el segundo o el cuarto; no interesa si es de arriba o de abajo

Alberto Fernández, ex presidente de Argentina/Casa Rosada

A la luz de las recientes revelaciones sobre los excesos y crímenes del ex presidente argentino Alberto Fernández, esta nota podría haberse titulado «Sexo, violencia y poder». Pero resisto la tentación cinematográfica porque ningún filme es comparable a la podredumbre real de los poderes.

Se sabe que Fernández fue el último presidente kirchnerista, por ahora. También se sabe que su gobierno fue un mayúsculo desastre. Ahora sabemos, además, que golpeaba a su pareja, refugiada en España por estos días. El hecho de la violencia, la revelación de las circunstancias y sus impredecibles consecuencias -no sólo penales-, ocupa hoy todos los «medios» y, como era de esperar, ha dado lugar a las más diversas opiniones.

Si se quita la paja y se deja de hacer leña del árbol caído, se verá que lo que está mal en Argentina no es solamente Fernández o el ojo de su pareja. Tampoco el kirchnerismo, la economía o los partidos políticos. Lo que está mal es todo el sistema actual de poder sostenido en la mentira, el ocultamiento, la complicidad o la verdad a medias. Un sistema podrido. Y la muestra más clara de esta podredumbre la dan las reacciones en torno al caso de Fernández. Veamos.

Un reconocido «gorila», ideologizado e ignorante como buen soberbio, llamado Fernando Iglesias, diputado nacional por el liberal partido de Macri, declaró públicamente sobre los acontecimientos: «esto es bien peronista». Lo que quiso dar a entender es que los peronistas son «golpeadores» por definición, mientras que ellos -los gorilas- respetan a las mujeres. La política se ha afeminado.

Las feministas han guardado silencio: sus organizaciones no se han pronunciado, salvo voces asiladas. Vienen encubriendo funcionarios del gobierno pasado -el suyo- sin rubor alguno, no obstante sus delitos contra las mujeres. Ahora parecen encubrir a la ex ministro de la mujer de Alberto Fernández, Ayelén Mazzina, que ha negado saber sobre el asunto. Cuando la política se feminiza, las feministas protegen a sus machos. Así debe ser, porque entre curas no se pisan las sotanas.

En la clase política se ha visto la más variada gama de respuestas. Mientras funcionarios del actual gobierno guardan silencio sobre los golpes de Fernández, porque, dicen, es éste un espectáculo para ver comiendo «pochoclo»; el gobernador de Buenos Aires, el kirchnerista Axel Kicillof, reclamó que haya justicia, «pero con perspectiva de género». Y el presidente Milei se ofreció para cuidar el perro de Fernández cuando lo metan en gayola. Hay más ejemplos, pero tres botones son más que una muestra: para nuestros políticos el show debe continuar.

Pero lo más vergonzoso es el periodismo. No importa de qué medio sea ni a qué ideología responda, el periodismo al unísono ha reconocido que muchas de las cosas que se cuentan era conocidas: que se sabía de las visitas de mujeres a la residencia presidencial o a la Casa Rosada; que en plena pandemia de Covid-19 se hacían fiestas en Olivos, no una sino varias; que el ex presidente tenía un despacho para su amante próximo al suyo; que los gastos en champaña francesa y otras exquisiteces de él y su pareja eran escandalosos; que era vox populi que la pareja de Fernández vivió un tiempo encerrada y aislada por los golpes recibidos; etc. «Lo sabían», pero no lo dijeron hasta ahora, cumpliendo con la ley según la cual el periodismo es cómplice de los poderosos.

Ayer no más, un especialista televisivo en chimentos, Luis Ventura, preguntado por las fiestas y los golpes de Fernández, contestó: «Esto yo ya lo sabía», y pasó a contar varios hechos, pero sin dar los nombres de los participantes. Los periodistas dicen el pecado pero no el pecador, como si fueran sacerdotes. Pero lo más desopilante fue otro dicho suyo: que los «chimenteros», como él, eran auxiliares de la justicia. Lo que me excusa -ante tal revelación- decir algo sobre la podredumbre del poder judicial.

Los profesionales que pertenecen a la unidad médica presidencial, que deberían saber de las lesiones sufridas por la pareja de Fernández, no han dicho nada. Están mirando hacia otro lado, como esperando que le soplen al oído lo que deben decir. Es bastante común que los argentinos nos hagamos los distraídos, mejor dicho, los «boludos».

Los argentinos estamos atrapados en una red de mentiras del podrido poder, no importa si el primero, el segundo o el cuarto; no interesa si es de arriba o de abajo. Toda la trama de poder está podrida en Argentina, si se habla o si se calla, como pasa con nuestra Iglesia.

Podridas están las feministas, melindrosas hetairas del poder. Podrida está la clase política, ventajeros del poder. Podrido está el «gorilismo», cretinos del poder. Podrida está la prensa, amancebada del poder. Podrida está la justicia institucional, entenada del poder. Podrida está la cultura, fornicaria del poder.

Todo poder está podrido por la generalizada hipocresía. La mentira establecida todo lo pudre. Cuando chico me enseñaron que la mentira tiene patas cortas porque se acaba sabiendo la verdad. La gran dificultad es que en Argentina todo poder es mentira, de manera que no hay verdad que pueda salir a la luz.

Por ahora. Sé que la verdad está en otro lado, que vive en otro lugar. Como al acecho, esperando el tiempo oportuno de triunfar.

Juan Fernando Segovia

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