El pecado de Franco

¿A qué se debe esta modificación profunda introducida en la moral de los españoles? A una política tristemente exitosa

Composición editorial

Uno de mis profesores detectaba una defección moral en las últimas generaciones de la España peninsular. Sucedió un desfallecimiento general entre los crecidos durante la posguerra —años 30-40— y los crecidos en los 50-60. Sólo así se explica una degradación tan extendida.

Esta generación comenzó a asumir un individualismo divulgado, anteponer el provecho particular frente al bien de la familia, de la gentilidad, del país. Con una fijación cada vez mayor en los bienes económicos. Aquí estaría la raíz de la descomposición antropológica y moral presente. Ahora bien, ¿bajo qué figura los españoles que vertieron su sangre en la Cruzada despreciaron las grandezas que habían defendido? No fue de un día para otro.

Comenzó a imperar una regla cada vez más económica de ponderar la salud de la familia: es saludable la familia próspera, antes que la familia devota, antes que la familia ordenada virtuosamente. Esto escoró la educación, en la casa doméstica y en la enseñanza reglada, ya que el fin de la formación y del alumno comenzaba a ser la pura ascensión económica y social.

Cuando esta nueva ética era asumida, no parecía que se opusiera por principio a las familias ordenadas en torno a la Religión y las buenas costumbres. Pero los frutos descubren la raíz del árbol. En la práctica, poco a poco, se fue relegando la vida de piedad y las gentes se fueron mundanizando. Podemos apreciar cómo hasta hace pocas décadas la institución familiar en España conservaba un cierto vigor, al menos en el orden natural.

Pero ya no: perdido el escudo de la fe, raigambre de las buenas costumbres, no ha tardado en perderse ese frescor natural. Cada vez hubo menos cortapisas a la tendencia individualista germinada entonces, que hoy encontramos crecida, robusta y tupida.

No hay efecto sin causa. ¿A qué se debe esta modificación profunda introducida en la moral de los españoles? A una política tristemente exitosa.

El general Franco tenía una fijación obsesiva con lo que suele llamarse «clase media». Es cierto que el equilibrio entre las riquezas patrimoniales contribuye a la estabilidad de un régimen, como enseña Aristóteles. Pero pensar que es el elemento más importante, o el único necesario para la pervivencia de la patria, es iluso. Sobre todo considerando dicho equilibrio en los términos groseros de la economía moderna, como hizo la dictadura liberal.

Franco se entregó con denuedo a erigir esa abstracta clase media. No por medidas meramente económicas, sino sobre todo ideológicas. Ésta no podía existir sin individuos movidos, ante todo, en pos de esa medra económica y social.

Creer, como el exhumado general, que una clase media amorfa y desestructurada es la redención de España, pide que también sea redentora la búsqueda de la riqueza como fin principal, o incluso último, de la vida social e individual. Su genio de estadista, si se le concede, no cayó en la cuenta de que lo que se crea por acumulación se destruye por disminuición. Hoy, en España, la ruina moral ha engendrado la miseria material, como era de esperar.

El pecado de Franco es haber inoculado esa salmonelosis disolvente en todos los tejidos el cuerpo pólítico español. Además, lo hizo pensando erróneamente que creaba un cimiento frente a la «democracia, la pornografía, y la droga» que conscientemente dejó entrar a España.

Dios quiera que no fuese un pecado que le costase la condenación eterna.

Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid.

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