Artículo aparecido en EL SIGLO FUTURO, núm. 17.685, 12 de mayo de 1933. Conviene destacar para nuestros lectores que el autor se refiere en este escrito al insigne carlista don José María García Verde, tío de don José Ramón García Llorente y, por tanto, tío abuelo de don José Ramón García Gallardo, Capellán Real de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón.
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En Hornachuelos, en plena provincia de Córdoba, donde tan agudizada está la anarquía social, poseen y cultivan por sí mismos nuestro entrañable amigo y correligionario don José María García Verde y sus hermanos una finca llamada «Las Escalonias», que contiene varios caseríos. Para que los pobladores de ellos pudieran cumplir con el precepto pascual, y el acto revistiese la mayor solemnidad y entusiasmo, el señor García Verde organizó la semana pasada una especie de misión en que se les explicó el Catecismo y se les preparó para la Confesión y Comunión. El sábado, a las ocho de la mañana, se celebró la Misa de Comunión a las mujeres y niñas. No quedó en la finca ni una sola que no la recibiese. Después se les impuso el escapulario del Carmen; se les sirvió un espléndido desayuno, y se organizó una bonita procesión con las imágenes de Nuestra Señora del Carmen y San Isidro, cubiertas de flores. La procesión fue recorriendo la casa del encargado y otras viviendas, para ir entronizando en todas ellas la imagen del Sagrado Corazón de Jesús con preciosas oleografías, con marco y cristal, regaladas por el señor García Verde, y previamente bendecidas. El acto de consagración lo pronunció varías veces el mismo señor García Verde, postrado de rodillas en el duro empedrado y bajo un sol abrasador.
Por la tarde, el párroco de Hornachuelos y un religioso confesaron a los hombres en la capilla de la finca, siendo de notar que la propia esposa del señor García Verde les acompañó a todos a cumplir la penitencia. El domingo, a las siete de la mañana, se congregaron hombres, mujeres y niños en la capilla de la finca, llenándola totalmente hasta el mismo pie del altar. Hubo cánticos acompañados al piano, fervorines, y después de hacer su primera Comunión los niños, comulgaron cerca de ochenta hombres, sin que dejase de hacerlo ni uno solo de los obreros de la finca, incluso los que llevan poco tiempo en la casa. Después, reunidos todos en la plazoleta de la finca, el señor García Verde les habló como sólo sabe hablar un padre a sus hijos, un hombre de corazón a sus hermanos y un patrono verdaderamente católico a sus obreros. Interés, cariñosísimo interés por sus necesidades materiales; pero más agudo y anhelante interés por sus necesidades espirituales. Alegría y emoción por el hermosísimo acto realizado. Gratitud para el cristiano comportamiento de aquellos honrados trabajadores. Consejos de admirable buen sentido y de entrañable caridad. Sencillez, cordialidad. Tales fueron los rasgos del paternal discurso que a sus colonos y obreros dirigió este hombre admirable que se llama J. M.ª García Verde, que en estos días, precisamente estos días, cuando la revolución social y atea se desencadena en todo su furor y cubre a España entera de sangre y de terror, resucita estas escenas de patriarcal y españolísimo cristianismo, y cabalmente en plena provincia de Córdoba, una de las más castigadas por el azote del odio y de la anarquía.
Después, tabaco, estampas, medallas y devocionarios repartidos entre los obreros. Una suculenta comida con una ternera de dos meses que el amo regala a sus obreros. Otra vez la procesión, que los hombres quieren ver, y en la cual forman muy a gusto. Nuevas entronizaciones, cánticos, vivas, alegría, entusiasmo indescriptibles. Y entre esos vivas, dos elocuentísimos: «¡Viva nuestro Zeñó Jesucristo!», grita un hombrón del campo. «¡Que viva nuestro zeñorito! », le replica otro. Y le contesta en seguida el primero: «¿Tú cree que nuestro zeñoríto zería azín si no fuera por zu amor al otro?».
Admirable respuesta, donde el buen sentido del pueblo español señala el verdadero remedio de la cuestión social. Sin amor a Jesucristo, sin el espíritu de sacrificio, de abnegación y caridad que este amor inspira para con todos los hombres, y más con los humildes y los pobres, los propietarios y patronos no podrán nunca serlo como sabe serlo el propietario de «Las Escalonias».
Amigo José María: En tu humildad, en tu sencillez, en tu maravillosa grandeza de alma —por algo eres hijo de tu inolvidable padre—, has dado a España un ejemplo que España entera debe contemplar asombrada. ¿Es posible —se dirá— que AHORA, EN EL CAMPO ESPAÑOL, sean posibles estas escenas? Pues sí, son posibles, porque ahí están; pero son posibles, y hasta seguras, con patronos como tú. Mucho debieron de emocionarte tus obreros y colonos ese día; pero más emocionados estamos todos, al ver lo que tú sabes hacer, y precisamente cuando el ambiente social es menos propicio para ello. Todos nos enorgullecemos de ser tus correligionarios y tus amigos. Pero yo me enorgullezco más que todos, porque cuando te vi preso en la cárcel de Córdoba en aquellos días negros de agosto y septiembre, sentí vivísimo dolor; pero ahora veo que aquellos dolores y persecuciones, lejos de quebrantar tu ánimo, lo han fortalecido, y hoy lo demuestras con estos hechos que son a la vez tu premio y tu victoria. Todos te felicitamos. Pero ten por seguro que España entera te admira.
R. Alcover.
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