En la obra Orden político cristiano y modernidad. Una cuestión de principios, el Prof. José Luis Widow incluye una explicación sencilla y luminosa sobre la noción de bien común. «El bien es común porque es comunicable, es decir, porque muchos pueden participar del beneficio que trae». Añade algunas citas de otros autores, como Rubén Calderón Bouchet, que completan su discurso: «Cuanta mayor perfección entitativa tiene un ser, más bueno es y cuanto más bueno, más común, porque su bondad se extiende a un mayor número de entes». En estas páginas aprendemos también que la comunicabilidad del bien varía según se trate de bienes materiales o inmateriales. De esta forma, los bienes materiales (p. ej. los alimentos) son menos comunicables, pues la única manera de que beneficien a muchos es que dichos bienes sean divididos en varias partes. Sucede al contrario con los bienes inmateriales (como el conocimiento o el lenguaje), que se consideran comunes en sentido propio. Dentro de éstos, distinguimos aquellos bienes que tienen existencia propia (es el caso de Dios), de otros bienes cuya existencia depende de la acción humana (p. ej. el lenguaje).
Muchos bienes que son fruto de la acción humana (como el lenguaje) requieren precisamente la asociación humana, siendo imposible que un individuo aislado los obtenga. ¿Qué sucede con los bienes que tienen existencia propia independientemente de la acción humana? Responde Widow sin dejar lugar a dudas: «respecto del bien común que tiene subsistencia propia, como es el caso de Dios, podría ser alcanzado, de hecho, por un solo hombre, pero en tanto es el bien de un ser racional que no puede desarrollar su racionalidad aisladamente, aun alcanzar el conocimiento de Dios requiere de la vida social humana». Concluimos, por tanto, que para lograr el Bien Común por excelencia, Dios mismo, el hombre necesita vivir en sociedad.
Algunos católicos piensan que, llegados a este punto de desorden social en el que vivimos, este requisito puede ser satisfecho construyendo pequeñas sociedades de unos pocos católicos comprometidos, donde puedan vivir su fe tranquilamente y, de esa manera, subsistir hasta que llegue un tiempo futuro más amigable con la religión o hasta el fin de los tiempos —lo que ocurra primero—. Sin embargo, el bien común no es común solamente a unos pocos, sino al conjunto de todos los hombres. Por ello, la aspiración (en ocasiones, más factible; en otras, menos) de los católicos a lo largo de la Historia ha sido el establecimiento de un orden social justo que encamine al conjunto de toda la comunidad política hacia el bien común. Así pues, la Iglesia ha defendido que la preocupación sincera por el bien del prójimo no debería traducirse únicamente en ofrecer oraciones por su conversión, sino en procurar al mismo tiempo que las condiciones sociales, políticas y económicas en las que se desenvuelve su vida sean justas. En definitiva, en procurar la restauración de los cimientos de la vida social, con el objetivo de crear un contexto propicio para la consecución de los diversos bienes humanos (materiales e inmateriales) hasta alcanzar el bien común completo.
Para lograr este fin, el camino a seguir no es otro que poner al servicio de esta empresa todos los medios naturales y sobrenaturales de los que dispongamos. Siendo imprescindible la oración, no pueden omitirse los medios temporales que los hombres tienen a su alcance y que constituyen, junto a ella, las herramientas con las que Dios dota al hombre para influir en el curso de la Historia.
Nieves Sánchez, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta
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