El Santo Padre destinó el año pasado sendas declaraciones públicas a la conmemoración de dos personalidades, de muy distinta significación, de la Iglesia francesa con ocasión del aniversario de su natalicio.
La primera de ellas es Blaise Pascal, al que el Pontífice le dedicó la Carta Apostólica Sublimitas et miseria hominis, de 19 de junio, por cumplirse el cuarto centenario de su nacimiento. Toda ella irradia una discutible benevolencia hacia su figura, lo cual resulta un tanto asombroso partiendo de un Papa jesuita (al menos formalmente), ya que los trabajos literarios de ese personaje jansenista son parte constitutiva del origen cultural de los tópicos de la leyenda negra antijesuítica que perdura hasta hoy día (tal como expusimos en el artículo «Los malos pensamientos de Pascal»). Este rasgo definitorio del sujeto lo aborda brevemente el Papa hacia el final de su Carta Apostólica, pero dándole una importancia menor o marginal en la vida del conmemorado. El documento se centra fundamentalmente en la citación y comentario de aforismos de la obra recopilatoria póstuma Pensamientos, la cual, por cierto, tampoco se salvó de la condena eclesial por Decreto de la Sagrada Congregación del Índice de 18 de septiembre de 1789.
Más presentable nos parece la Exhortación Apostólica C´est la confiance, de 15 de octubre, que el Papa Francisco consagró a Santa Teresita del Niño Jesús por el 150 aniversario de su nacimiento, si bien la Exhortación no esté exenta del estilo o lenguaje conciliar-pastoral peculiar que caracteriza su pontificado, más patente sobre todo en la parte final de la misma. Se podría decir que el trienio de 2023-2025 constituye un marco especial para el recuerdo de la Santa carmelita de Lisieux, ya que el año pasado se celebró también el centenario de su beatificación por Pío XI, y en 2025 se cumplirá a su vez el centenario de su canonización por este mismo Papa.
Nos sumamos a la conmemoración de Santa Teresita y suplicamos la intercesión de esta ejemplar sierva de Dios cuyas enseñanzas de obra y de palabra nos las ofrece la Iglesia como lección espiritual idónea para esta época nuestra contemporánea de intensificados descreimiento y desesperanza.
Aprovechamos también la ocasión para fijarnos de nuevo en un tema que ya tocó en La Esperanza Juan Pablo Timaná en su artículo «La devoción de Don Jaime a Santa Teresita del Niño Jesús»: la especial veneración que el Rey de España D. Jaime guardó desde muy temprano a Teresita del Niño Jesús, así como la no menos especial relación que mantuvo hasta el final de su vida con el Carmelo de Lisieux y las hermanas de la Santa –hermanas no sólo de religión, sino también de sangre– residentes en él. Pensamos que no hay mejor modo de acometer este fin que reproduciendo un artículo propicio al efecto proveniente de la pluma del Sacerdote javierista catalán Antoni Llensa Borràs (1916-1995), uno de los más destacados colaboradores de El Pensamiento Navarro en su última década bajo el pseudónimo de «Carlos Alpens», y gran especialista en la figura de este Monarca español, mereciendo destacada mención su trabajo «Don Jaime, Príncipe social. Y un Apéndice sobre el misterio del famoso “pacto”», que apareció publicado en el folleto Inicionaje en el 1er centenario del nacimiento de Don Jaime III de Borbón, editado en Liria, 1972, por el antiguo Círculo carlista San Miguel sito en dicha localidad.
El artículo en cuestión surgió impreso en el susodicho órgano carlista El Pensamiento Navarro, el 4 de enero de 1976, bajo el encabezado de «Don Jaime de Borbón y Santa Teresita. Dos documentos inéditos».
Finalmente, decir que hemos creído conveniente también añadir por nuestra cuenta unas pocas notas aclaratorias a pie de ese artículo.
Félix M.ª Martín Antoniano
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Don Jaime de Borbón y Santa Teresita. Dos documentos inéditos
Por Carlos Alpens
En dos libros se halla constancia de la devoción que Don Jaime de Borbón profesó muy cordialmente a la gran Santa carmelita descalza francesa del convento de Lisieux, Teresa del Niño Jesús. Son la biografía Don Jaime, el Príncipe caballero [1], publicada en 1932 por el que fue durante varios años su secretario particular, Don Francisco Melgar, segundo Conde de este nombre, y Conspiración y guerra civil [2], la obra estupenda del navarro Don Jaime del Burgo, en 1970.
Por una antigua y entrañable devoción que también sentimos por la llamada «Doctora del Evangelio» y que un día esperamos sea proclamada «Doctora de la Iglesia» [3] como nuestra Santa Teresa, y por el afecto no menos antiguo y entrañable que hemos profesado al que fue Rey legítimo de España y Caudillo de la Tradición española, católica y antirrevolucionaria, queremos reunir lo poco que se sabe y se ha escrito sobre el tema y aportar la interesante confirmación que nos ofrecen dos documentos del propio Don Jaime, que se guardan en el citado convento de Lisieux.
Hemos querido para esto aprovechar la fecha del 2 de enero, en que se cumplen los 103 años del nacimiento de Santa Teresita, que nos ofrece esta prueba de la profunda y sincera religiosidad de Don Jaime, otrora puesta en duda y hasta recientemente calumniado en este punto [4].
El mes de agosto pasado estuvimos en Lisieux y entregamos con destino a la Madre Priora de aquel Carmelo una carta que habíamos preparado con dos años de antelación –en la efemérides del centenario, pero no nos fue posible verificar el viaje–, en súplica de que nos informara sobre las relaciones entre Don Jaime y dicho Carmelo, si acaso queda aún recuerdo de ellas.
Nuestra confiada esperanza no se ha visto frustrada y hace pocas semanas hemos tenido el gozo de recibir carta de aquel monasterio. La atenta benevolencia de la Priora actual nos ha hecho remitir las fotocopias de un documento y una carta cuyo contenido es el principal objetivo de este artículo. Según nos dicen no han encontrado nada más en su archivo, pero tienen gran valor y expresamos aquí nuestro agradecimiento por su envío.
Queremos ante todo transcribir íntegramente un párrafo de Melgar. Dice así: «En los últimos años de su existencia, Don Jaime, no es un secreto para nadie, sentía un verdadero afecto y tenía una fe profunda en las virtudes de Santa Teresita del Niño Jesús. El origen de esta devoción no tiene historia. Don Jaime, cuya virtud dominante era acaso la sencillez, se sintió atraído por la extraordinaria humildad de la santita de Lisieux. Una excursión le llevó al santuario de Normandía, y allí pudo hablar con la propia hermana de la Santa, superiora del convento de Carmelitas, que le regaló, en recuerdo de su visita, una reliquia de su hermana, encerrada en un gran relicario, que Don Jaime quiso cambiar por uno más pequeño para poder llevar siempre consigo esa venerada reliquia».
Pensamos que en dicha devoción pudo influir el hecho de ser ambos contemporáneos. Don Jaime había nacido en Vevey (Suiza) el 27 de junio de 1870, y Santa Teresita el 2 de enero de 1873, en Alençon. Sin duda se enteró Don Jaime de los procesos de beatificación y canonización, que culminaron felizmente en 1923 y 1925, respectivamente. Leería a buen seguro la hermosa autobiografía Historia de un alma y quedó cautivado por ella como tantísimos. No es improbable que en el proyecto de la excursión a Normandía interviniera el deseo de visitar el convento donde se santificó nuestra carmelita y rendirle pleitesía con una plegaria ante los restos de la nueva Santa.
De hecho, «para manifestar de un modo oficial –nos dirá Melgar– esa devoción suya hacia la santita de los humildes, Don Jaime quiso hacerle un regalo digno de ese afecto que él le profesaba. Trajo para ella desde Frohsdorf un hermoso relicario que contenía dos trozos de la Vera Cruz y fue a entregarlo personalmente al Carmelo de Lisieux, donde constituye una de las joyas más preciadas del tesoro de la santita francesa».
Ahora bien, esto aconteció en el verano de 1926, un año después de la canonización. Precisamente el documento cuya fotocopia poseemos es el que acredita la ofrenda del mencionado relicario. El texto manuscrito en letras grandes y cuidadosas es autógrafo de Don Jaime y, bajo un escudo de la Casa de Borbón, dice:
«En este catorce de septiembre de 1926, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, ofrezco en testimonio de veneración a Santa Teresa de Lisieux dos fragmentos de la Vera Cruz contenidos en un relicario, de la época de Luis XIV, que me pertenece por la sucesión del Rey Enrique V, mi predecesor, el cual piadosamente lo conservaba en la Capilla de su Castillo de Frohsdorf. JAIME DE BORBÓN (rubricado)».
Debajo hay dos firmas como testigos de la ofrenda; una es inteligible: Fr. Paul Watrin [5]. El texto está redactado en francés, pero según su costumbre Don Jaime pone su nombre en castellano.
(Continuará)
Notas
[1] Las referencias en este libro a la devoción de Su Majestad Católica D. Jaime de Borbón a Santa Teresita se pueden encontrar en las páginas 238-239.
[2] Las referencias en este libro a la devoción del Rey D. Jaime a la Santa de Lisieux se pueden encontrar en las páginas 294-295.
[3] El Papa Juan Pablo II la proclamará finalmente «Doctora de la Iglesia» el 19 de octubre de 1997.
[4] Creemos casi con seguridad que Carlos Alpens se está refiriendo a la campaña antijaimista que –siguiendo la estela de aquella otra no menos ignominiosa que se suscitó antaño desde el seno del partido político tradicionalista o mellista, agrupación escindida de la comunión jaimista– desató en el semanario integrista o tradicionalista ¿Qué Pasa? un tal J. A. Ferrer Bonet, furibundo blaspiñarista, y, a la vista de sus apellidos, probablemente pariente próximo colateral del célebre historiador legitimista Melchor Ferrer Dalmau, aunque este último extremo no hemos podido corroborarlo. La polémica, centrada en buena parte, aunque no exclusivamente, sobre la supuesta existencia del mitológico y fantasmagórico «Pacto de Territet» (forjado y maquinado por los alfonsinos tras la muerte de D. Jaime para intentar atraer a las familias legitimistas al campo alfonsino-juanista), se desarrolló, entre junio y diciembre de 1972, en las páginas del antedicho semanario ¿Qué Pasa? y del diario carlista El Pensamiento Navarro, y tuvo como contrincantes al mencionado Ferrer Bonet, por un lado, y a Carlos Alpens y Francisco López Sanz, por el otro.
[5] Más que «Fr. Paul Watrin», el manuscrito debía decir «Dr. Paul Watrin». Paul E. Watrin (1876-1950) fue un jurista parisino, blanco de España, que revitalizó al realismo francés con su famosa tesis doctoral en Derecho titulada La Tradición Monárquica de acuerdo con el antiguo derecho público francés (1916), en que demostraba la primacía de los Borbones de España en la Monarquía francesa frente a las pretensiones de los liberales Orleans y sus seguidores nacionalistas-maurrasianos.
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