Santa Teresita de Lisieux y el Rey de España D. Jaime de Borbón (y II)

«Los que conocían la veneración de Don Jaime por Santa Teresita del Niño Jesús, no han podido menos de verse turbados al ver que ha terminado su vida precisamente en la vigilia de la fiesta de la Santa, como si ella hubiese querido asistirle en el lance supremo»

Santa Teresita del Niño Jesús

Con todo lo dicho tenemos ya dos visitas suyas al Carmelo de Lisieux. ¿Hubo otras posteriores? Es muy posible. Jaime del Burgo, en la página 295 de su obra, escribe: «solía visitar el santuario donde vivía una hermana de la Santa, con la que tenía gran amistad». Y nos refiere una anécdota simpática: «Un día, tratando de ironizar, a lo que era muy dado, exclamó ante la monja: “Pero Santa Teresita no hace milagros…”. Y la monja replicó con agudeza: “¿Le parece poco milagro el hacer venir a Vuestra Alteza aquí?”».

Se nos ocurre que Don Jaime había pedido a la Santa más de una vez la solución a sus repetidos y fracasados proyectos de matrimonio, y al no verse atendido en su súplica…

Sea lo que fuere, el caso es que muy grande su devoción sería cuando Melgar refiere que llevaba consigo siempre, hasta en sus viajes, la reliquia regalada por la Madres Inés de Jesús, que, habiendo sido reelegida Priora muchas veces y con el peso enorme de los trabajos para la canonización de su hermana y luego la edificación de la gran Basílica, el Papa Pío XI acabó por nombrarla Priora perpetua hasta su muerte.

Allí estaban, además, en el mismo Carmelo, otras dos hermanas de la Santa: Sor María del Sagrado Corazón –la hermana mayor–, y Sor Genoveva de la Santa Faz –la Celina de las intimidades infantiles de Teresita–, la cual, al entrar carmelita, después de la muerte de su venerable padre –hoy próximo a la beatificación con su esposa y cuyos restos están adosados en dos tumbas detrás del ábside de la Basílica, como esperando el momento de entrar glorificados en ella [6]–, se trajo al convento una buena cámara fotográfica, gracias a la que se conservan hoy día un buen puñado de interesantes clisés de la Santa y de la comunidad. Estas tres hermanas de Santa Teresita, carmelitas, murieron años después de nuestra Cruzada, igual que otra hermana, Leonia, salesa.

Nos cuenta Melgar que Don Jaime, en uno de sus viajes a Frohsdorf, pasó como de costumbre unos días en el Castillo de Puchheim, residencia veraniega de sus tíos Don Alfonso Carlos y Doña María de las Nieves, y prestó espontáneamente su estimada reliquia a un criado que sufría graves dolores por una llaga en la rodilla desde hacía varios años; al reclamársela para proseguir el viaje, el criado [le] besaba las manos, llorando, diciéndole: «¡Señor, estoy curado; la herida está seca y puedo mover la pierna sin fatiga!».

Que el trato con la Madre Inés prosiguió, personalmente o por carta, es cierto. La otra fotocopia que hemos recibido lo atestigua, y nos place dar también la traducción de esta carta. Lleva un gran escudo de España con la Corona Real. Está toda ella mecanografiada, excepto la última frase, que es autógrafa de Don Jaime, y en alto grado expresiva. He aquí su contenido:

«París. 1 de junio de 1931. Mi muy reverenda Madre: Mi amigo, el general Vázquez Cobo, ministro de Colombia en Francia, me pide interceda cerca de usted para alcanzar un favor muy especial de su bondad.

Su Excelencia, monseñor Leónidas Medina, obispo de San Gil, en Colombia, está construyendo una capilla dedicada a nuestra Santa Teresa del Niño Jesús y desearía muy vivamente obtener una reliquia de la Santa para esta iglesia. Vengo, pues, a pedirle, mi muy reverenda Madre, que quiera acceder gustosamente al deseo expresado por uno de los más venerables prelados de Colombia, país que me es querido entre todos y que yo considero un poco como una segunda patria.

El general Vázquez Cobo le escribirá él mismo para transmitirle la carta de monseñor Leónidas Medina; tenga la bondad de acogerlo como usted me acogería a mí mismo.

Me encomiendo en sus oraciones y le ruego me crea siempre, mi muy reverenda Madre (sigue ahora manuscrito) afectuosísimamente devoto de la Orden del Carmelo, JAIME DE BORBÓN».

Esta carta, modelo de delicada recomendación, revela el respetuoso afecto que sentía hacia Santa Teresita, la Madre Inés y la Orden carmelitana, así como que su devoción e influencia cerca de la Priora de Lisieux eran harto conocidas pues se recurría a él para obtener señalada merced.

Fue escrita tan sólo cuatro meses antes de su muerte, que acaeció en la tarde del 2 de octubre, cuando en el monasterio de Lisieux y en los demás carmelitas de todo el mundo se acababa de cantar el rezo de Vísperas primeras de la fiesta [de Santa Teresita] en el calendario litúrgico universal.

Con toda razón pudo concluir Melgar: «Coincidencia curiosa: los que conocían la veneración de Don Jaime por Santa Teresita del Niño Jesús, no han podido menos de verse turbados al ver que ha terminado su vida precisamente en la vigilia de la fiesta de la Santa, como si ella hubiese querido asistirle en el lance supremo». Realmente así es. Estamos persuadidos que la pequeña gran Santa, que tantas veces ha cumplido su promesa: «¡bajaré!…» para ayudar a sus devotos en trances apurados, asistió a nuestro Rey en su agonía y acompañó su alma ante el tribunal de Cristo. No es la única vez que la muerte de sus devotos acontece en la víspera de su fiesta. El mejor amigo del que esto escribe y que nos infundió su gran amor a la Santa del camino de la infancia espiritual, herido gravemente por los rojos en el frente, murió al cabo de unos días, también el 2 de octubre.

Queda, pues, constancia auténtica de ese rasgo de la religiosidad –que juzgamos trascendental– de la egregia personalidad de Don Jaime. Posiblemente en su devoción por Santa Teresita, encontró suave lenitivo el Rey desterrado de por vida, que, desde la muerte de su amadísima madre, la Reina Margarita, «Ángel de la Caridad», fue «sublime solitario del amor», como lo ha llamado el exquisito poeta P. Máximo González del Valle, C. M. F.

Recordamos muy bien aquella fotografía publicada en la revista gráfica La Hormiga de Oro, de Barcelona: el cadáver de Don Jaime en su lecho de muerte. Enmarcada por el Toisón de Oro y el Gran Collar de la Orden del Espíritu Santo, una gran estampa de Santa Teresita fue colocada sobre Don Jaime. Dos monjitas españolas, creo que navarras, Siervas de María, residentes en París, velaban el cadáver del Rey amado en aquella triste noche del 2 al 3 de octubre de 1931…

El cuerpo sin vida del Rey Jaime I de Castilla y III de Aragón. «Está amortajado con el hábito franciscano de la Orden Tercera. En el pecho ostenta varias de las más importantes condecoraciones que poseía. Entre ellas se halla la de la Orden del Espíritu Santo, el Toisón de Oro y una condecoración rusa, concedida por el Zar de Rusia a Don Jaime de Borbón cuando éste resultó gravemente herido en la guerra ruso-japonesa luchando en la guardia imperial. Además lleva sobre el pecho una estampa de Santa Teresita del Niño Jesús, de la que era muy devoto». (Foto y texto tomados del semanario carlista barcelonés «La Hormiga de Oro», número de 8 de octubre de 1931).

[6] Los padres de Santa Teresita, Louis y Zélie Martin, serán canonizados finalmente por el Papa Francisco el 18 de octubre de 2015.

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